Por eso es
importante limitar el poder político, de lo contrario termina siendo el arma
por medio del cual unos pocos viven a costa de los demás.
Los políticos
adquieren el poder por medio de las leyes pervertidas: aquella legislación
antojadiza, injusta, que privilegia a unos cuantos en detrimento de los
derechos de los demás. Las mal llamadas
leyes
que se aprueban bajo la excusa de cumplir con lo ofrecido por el destructor de
riqueza y de progreso que es al final el Estado
benefactor.
Recordemos a
Voltaire y la siguiente frase que se le atribuye: “Aquellos que pueden hacerte
creer absurdos pueden hacerte cometer atrocidades”. Cuando apoyamos la inmoral
idea de que unos tienen derecho sobre
la vida, la libertad y la propiedad de otros, las leyes en lugar de ser iguales
para todos, terminan favoreciendo a unos y sacrificando a los demás. La ironía
es que muchos las aprueban porque falsean la realidad: se engañan a sí mismos
creyendo que el abstracto Estado se
va a encargar de ellos y de sus necesidades.
Es un error decir
que “el dinero corrompe el sistema”.
Es falso. Es el sistema que otorga un poder casi ilimitado el que atrae a los
corruptos: a los peores representantes de nuestra sociedad. Y parte de su
interés es, precisamente, robar nuestro dinero: el dinero que es expoliado a
los tributarios.
El poder está al servicio de una minoría, con el consentimiento de la
mayoría. Es fácil engañar a quienes falsean la realidad. Solo es cuestión de
ofrecerles una vida placentera sin necesidad de trabajar o con poco esfuerzo y
brincan de felicidad votando por políticos y sistemas que lo único que logran
en el largo plazo es condenar a casi todos a vidas mediocres, fracasadas y
amargadas.
Lamentablemente, rara vez reconocen que cosecharon lo que sembraron. Se
engañan toda la vida creyendo que el problema son las personas y creen que lo
resuelven cambiándolas, aunque se dan cuenta que los únicos que mejoran
sustancialmente su calidad de vida son quienes llegan al ejercicio del poder: delincuentes, criminales que acumulan fortunas
mal habidas con la excusa de darles oportunidades
a los más pobres.
La corrupción en el
colectivizado sector privado solo es
posible porque hay quién tiene el poder de hacer lo que se le antoje. Si no
tienen el poder los gobernantes y los funcionarios públicos, da igual los negocios que otros quisieran hacer: no
habría poder que les pudiera conceder sus deseos. ¿Cuál es el origen de los
privilegios y la corrupción? El poder y la legislación que lo otorga.
¿Queremos acabar
con esta situación que sólo puede empeorar dentro del contexto actual? Asumamos,
de una vez por todas, nuestra posición de mandantes, reconozcamos que los
responsables de velar por la satisfacción de nuestras necesidades somos
nosotros y no les demos a nuestros mandatarios más poder que el necesario para
que cumplan con sus funciones: velar porque haya paz, respeto, seguridad y
justicia.
Artículo publicado
en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de septiembre de 2015.
Etiquetas: abuso poder, corrupción, poder, Privilegios, Voltaire