El martes 12 de junio de 2007, después de una agónica jornada y uno de los más intensos debates en vistas públicas que se han dado en el país, José Natividad Trejo fue absuelto, por unanimidad, de la acusación de homicidio que le hacía el
Estado de Guatemala. Pero, debido a uno de tantos procesos burocráticos de nuestro sistema político (interventor y supuestamente
benefactor), el trámite inicial de cambio de acusación había sido abandonado en alguno de la infinidad de
escritorios por los cuales circulan los asuntos públicos. Por tanto Trejo, en presidios, seguía acusado de asesinato, y como fue absuelto del cargo de homicidio, los
diligentes empleados del preventivo no le permitieron abandonar tan
prestigioso albergue hasta el miércoles siguiente. En fin, el pasado 13 de junio Natividad se vio
libre al viento como una bandera
azul/blanco/azul, luego de más de nueve meses en la cárcel. Renacido y haciendo honor a su nombre.
El jueves posterior a su liberalización, al mediodía, entrevisté a Trejo en “Todo a pulmón” (100.9FM), programa radial que conduzco en compañía de Jorge Jacobs. Por cierto, lo pueden escuchar por medio del servicio de
podcasting (
http://www.radiopolis.info/). Los invito a hacerlo porque es interesante conocer la historia contada por su protagonista.
No obstante, hoy quiero enfatizar la calidad de ciudadano de Trejo, y no la actividad a la que se dedicaba (piloto de bus), ni el sonado juicio en su contra. Aunque, para ser exacta, debería de decir simplemente persona. Todos tenemos el derecho de defendernos, defender a nuestros seres queridos y a nuestras propiedades, del ataque criminal de cualquier antisocial que no respeta lo ajeno, pone en peligro la existencia de otros e incumple las normas de convivencia de una sociedad cuyos miembros ansían vivir y cooperar en paz.
No obstante, es importante diferenciar entre la legítima defensa y las ejecuciones extrajudiciales: un intento de hacer justicia por mano propia. A pesar de que entiendo la desesperación compartida por la mayoría de los habitantes de mi paradójico terruño, debemos reflexionar, fría y racionalmente, sobre las consecuencias en el largo plazo que esas acciones pueden acarrearnos: seamos inocentes o culpables. Defendernos de un ataque no es lo mismo que convertirnos en atacantes. Es vital comprender por qué, a pesar de las
buenas intenciones expresadas por los gobernantes, y en muchos casos contenidas en la legislación, la situación empeora.
Hace un par de años escribí: “Entiendo los motivos que llevan a la población a organizar sus vecindarios en una especie de
comunidades autónomas extralegales, pero me inquieta pensar que la decisión de los ciudadanos de acabar con los atropellos nos lleve a un punto sin retorno que nos conduzca a un abismo insondable”. El abuso de poder, sea de los gobernantes o de los gobernados, nos convierte a todos en delincuentes.
¿En qué sociedad queremos vivir?Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 18 de junio de 2007.