Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

6.11.2007

Defensa obligada


“Bang, bang. ¡Corre Cafecito, corre!”, gritaron. Sin embargo, no lo hizo: permaneció junto al cadáver del criminal que atentó contra su vida y sus bienes, los de su familia y los de aquellos que viajaban en la camioneta que piloteaba el 4 de septiembre de 2006, en la ruta entre Villa Hermosa y Boca del Monte. Según Cafecito, “quien nada debe, nada teme”. ¿Qué problemas podría acarrearle hacer uso de su derecho legítimo a la defensa personal? Qué ingenuo: en sólo unas horas se encontraba en un juzgado diciendo: “Mi nombre es José Natividad Trejo. Estatus actual: preso”. Acusado de asesinar a quien puso en peligro su vida y la de muchos más.

"El secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino también en saber para qué se vive." Escribió el célebre escritor ruso Fedor Dostoyevski. ¿Para qué vivimos, si no podemos proteger nuestra vida? Hoy me veo obligada a hablar en favor de nuestro derecho básico a defendernos, más aún cuando aquellos responsables de esa tarea, los gobernantes, la han olvidado, la han relegado a la última de sus prioridades. A la distribución del Presupuesto General de la abstracta Nación me remito como prueba definitiva.

El gobierno es una organización que agrupa a quienes hemos trasladado nuestro personal y legítimo derecho de defensa, confiriéndoles para ello autoridad y poder para ejercer el monopolio de la coerción. El Estado es el aparato de coacción que obliga a la gente a respetar las reglas de la vida en sociedad, y es justificado por la existencia de antisociales. En Guatemala tenemos Estado y gobierno de papel: en el discurso interesado de unos cuantos ignorantes de la realidad del resto. Individuos cuya primordial ambición es ejercer el poder.

Nunca he cruzado palabra con Trejo. No voy a idealizar a alguien que ni siquiera conozco. A quien sí conocí es a su compañera de hogar, madre de sus hijos y principal vocera de su causa. Una mujer joven, valerosa e inteligente, de estudios formales inconclusos pero poseedora de un sentido común despierto. Una ciudadana que reclama sus derechos y los de su pareja, enfrentándose casi sola a las mafias imperantes en nuestro mal llamado sistema de justicia.

“¡Ley pervertida! ¡Ley… desviada de su objetivo legítimo y dirigida a otro totalmente contrario!… ¡Ley hacedora de iniquidad, cuando su misión era castigar la iniquidad!… Ley es justicia. Y bajo la ley de justicia, bajo el régimen del derecho, bajo la influencia de la libertad, de la seguridad, de la estabilidad y de la responsabilidad cada persona logrará todo su valor, toda la dignidad de su ser, y la humanidad alcanzará, con orden y calma, lentamente, sin duda, pero con certeza, el progreso que es su destino”. Amén, Frédéric Bastiat.

Liberémonos de la criminalidad, las injusticias y el régimen de incentivos perversos. La reforma radical no puede esperar más. Depende de nosotros, los gobernados, y no de los políticos, que sólo pueden ser presionados.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de junio de 2007.

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