Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

5.28.2007

Parlanchín


Según el Diccionario de la Real Academia Española, parlanchín es un adjetivo coloquial que describe a alguien que habla mucho y sin oportunidad, o que dice lo que debía callar. Todos, alguna vez, caemos en esa tentación de decir cosas de más. Y luego, en la mayoría de los casos, nos arrepentimos de las metidas de pata. En especial cuando nos damos cuenta de las consecuencias de nuestras acciones y, aún peor, somos nosotros los principales afectados por nuestros errores: pagamos un precio por estos. Y en el camino, a cuánta gente que no tiene vela en el entierro, a pesar de su cercanía con nosotros, nos la pasamos llevando entre las pezuñas. Pero, ni modo, a palabra dicha no hay quite.

Sin embargo, es difícil que aprendamos las lecciones detrás de esos errores que cometemos en nuestro caminar por la vida, cuando los efectos de nuestra naturaleza falible, sobre todo los negativos, los pagan cualquier cantidad de rostros desconocidos. Y, lamentablemente, la anterior es la permanente situación en la esfera pública. Con muy escasas excepciones que sólo confirman la regla.

Cuando los gobernantes se equivocan, sin importar sus buenas o malas intenciones, quienes pagamos los platos rotos somos nosotros, los gobernados. Y de todos, los más afectados son los tributarios que soportan sobre sus hombros el Presupuesto Nacional, que no es otra cosa que la ubre de la cual maman miembros de los grupos de presión (puros gorrones), y la burocracia incalculable del abstracto Estado: nadie sabe a ciencia cierta a cuánta gente emplea el gobierno. Eso sí, todos cobran su salario u honorarios, Misterios de los ministerios. Y también del Legislativo y del Judicial. Ninguno se salva.

A muchos les pagan prácticamente por pelaticar, tomar café y viajar. Y dentro de este sector, nos topamos con los diputados al Parlamento Centroamericano. Por cierto, muy bien escogido el nombre pues, al fin, a eso se dedican: a parlar. Más allá de las supuestas metas de este ente inservible, despreciado y oneroso, el mismo sólo ha servido como refugio de criminales.

La verdadera integración de la región no se va a dar por decisiones políticas. Esa integración será una realidad cuando se respete el elemental derecho individual a la libre elección. Sí: a nuestra libertad de elegir dónde vivir, con quién compartir nuestra vida, qué bienes y servicios adquirir y a quiénes comprarlos. Nuestra libertad de dedicarnos a aquella actividad que mejor sirve, según consideraciones personales, a la consecución de nuestros fines individuales. En fin, la eliminación, entre otras cosas, de las barreras artificiales llamadas fronteras.

Por eso, y más, me alegró muchísimo la decisión de los magistrados de la actual Corte de Constitucionalidad de suspender de forma provisional (ojalá sea confirmada en la sentencia definitiva), la elección de diputados al Parlacen. Menos impunes parlanchines que debemos mantener a cuerpo de rey.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 28 de mayo de 2007.

Etiquetas: , ,

5.21.2007

Padre Nuestro


¿Por qué casi no se menciona a la principal víctima del sistema de organización social llamado Estado benefactor, ese que es la raíz de nuestros males? Esa víctima omitida, la responsabilidad individual, la cual desaparece en un orden interventor que, tristemente, pretenden fortalecer muchos expertos que vienen a pasear a nuestro país, quienes con sus discursos poéticos encantan a tantos que prefieren ignorar que las personas SIEMPRE van a actuar para satisfacer sus necesidades propias y las de los suyos. Velamos primero por nosotros y no por conceptos abstractos como pueblo o nación. Expertos en pedir a los otros que actúen contra su naturaleza, mientras ellos sí responden a sus fines propios. Qué dealpelo.

Imagino que aquellos creyentes en estas ideas socialistas, colectivistas, rezaran de la siguiente manera: “Padre nuestro que estas en el Estado Benefactor, reflejado en las Constituciones de los países del tercer mundo en eterna vía sin desarrollo. Santificadas sean tus reglas positivas. Vénganos tu populismo. Hágase la voluntad del legislador, así en el Ejecutivo como en el Judicial. Danos hoy la costra propia de todos los días para no dejar fluir la conciencia y el sentido común que nos harían renunciar a ti. Perdona los abusos de poder de los gobernantes hasta que llegue nuestro turno de gobernar, así como nosotros perdonamos a los ciudadanos que nos cuestionan los escándalos y sus consecuencias. No nos alejes de la corrupción más líbranos del penal”. ¿Amén?

Es irónico que aquellos que alaban chuladas como aumentos impositivos (directos y más progresivos) y redistribución de riqueza, y además critican la utilización de la fuerza pública para reprimir a los antisociales (porque viola, dicen, sus derechos humanos), luego cuestionen por qué disminuye la inversión.

Y si a lo anterior sumamos la falta de respeto a la propiedad, la libertad y la vida de las personas, imagine el panorama. Esto sin olvidar la casi inexistencia de justicia y certeza jurídica. Y el deterioro detallado con anterioridad, se da a pesar de que año con año crecen los ingresos fiscales y los GASTOS de los gobernantes, yéndose la mayoría de ese dinero a complacer a líderes de grupos de presión y a gorrones. En fin, pocas opciones nos van quedando a la mayoría, entre ellas, pasar a formar parte de la informalidad o emigrar.

Para acabar con la pobreza se necesita creación de riqueza. ¿Acaso no es éste un hecho lógico? El Estado benefactor, independientemente de su eufemístico nombre, lo que logra en el largo plazo es generalizar la miseria. Más allá del discurso, SIEMPRE van a prevalecer los fines y los intereses individuales: para alcanzarlos les sirve el poder a los hombres. Y también a las mujeres.

Una vez adultos, en pleno uso de nuestras facultades ciudadanas, ¿por qué vamos a seguir clamando por un padre protector que dirija nuestras vidas? Asumamos la responsabilidad que conlleva existir.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno” el lunes 21 de mayo de 2007.

Etiquetas: , , ,

5.14.2007

Ilha Formosa


Isla hermosa. Nombre que le dieron los portugueses a ese pedazo de tierra de tamaño similar al departamento del Petén en Guatemala que hoy conocemos como Taiwán o República de China. Pero hasta ahí, en la extensión y topografía, llegaron las semejanzas. El resto es como comparar el blanco con el negro: polos opuestos, las antípodas del progreso. ¿Por qué? Tal vez la respuesta se encuentra en que en una sociedad hay más posibilidad de lograr progreso individual. Adivinen, ¿en cuál de las dos es más alcanzable ese fin?

Y, sin duda, hermoso fue el viaje que hice recientemente a esta isla. Emociones profundas, intensas, vividas al máximo en un tiempo, como todo tiempo, escaso. Tantas cosas que olvidé en esta aventura. A veces, hasta dormir. Sí, olvidé que debía dormir. En fin, una vez muera, me sobrará la eternidad para descansar. Mientras, lo único que quería es vivir una experiencia inolvidable. Alimentarme, enriquecerme de una cultura diferente a la nuestra. Al menos, eso esperaba. No obstante, me fui a encontrar con una riqueza oriental histórica, evolucionada y amalgamada con la civilización occidental. Y aún más: decidí grabar permanentemente mi compromiso con la libertad individual.

En un principio Formosa fue habitada por pueblos de origen malayo-polinesio. Luego estuvo bajo el control de los holandeses, quienes fueron expulsados por Zheng Chenggong, quien estuvo bajo las órdenes de los emperadores de la dinastía Ming, época en la que llegaron los primeros colonos chinos. En 1895, tras la Primera Guerra Sino-japonesa, China fue obligada por el Tratado de Shimonoseki a ceder Taiwán a Japón.

En 1945 al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Japón devuelve Taiwán a China. En 1949, llegan a la isla Chiang Kai-shek y un par de millones más de chinos que huían de la dictadura comunista de Mao Zedong en la China continental. Y a la fecha, siguen los descendientes de aquellos que llegaron hace casi sesenta años, luchando por defender su libertad de vivir bajo las normas que ellos han elegido, ante el reclamo de los gobernantes de la otra China, quienes apuntan más de 1000 misiles hacia ellos.

Como lo aclara en su libro “Liberalismo”, Ludwig von Mises: “Para el liberal, el derecho de autodeterminación implica que todo territorio, sea simple aldea, provincia o conjunto de provincias cuyos habitantes libremente, en limpio plebiscito, se pronuncien por separarse de aquel Estado del que a la sazón forman parte, bien sea para crear una entidad independiente o para unirse a otra nación, pueda libremente hacerlo. Es el único modo de evitar revoluciones, pugnas intestinas y guerras… Son sus habitantes, individualmente, quienes han de decidir si, de verdad, desean o no pertenecer a este o aquel otro Estado”.

¿Por qué es tan difícil de entender y respetar lo anterior? En fin, de nuevo, el precio de la Libertad es una eterna vigilancia de la misma. Aquí y en China.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 14 de mayo de 2007.

Etiquetas: , , , ,

5.07.2007

Touché




Después de una inolvidable travesía al otro lado del mundo, regreso a encontrar en mi terruño que el acontecer público diario parece congelado fuera del tiempo: los temas no cambian y mucho menos la forma en que los abordan quienes aspiran a gobernarnos. Peor aún, en algunos momentos, parece que involucionan. Caso cardíaco. Por cierto, de infarto, precisamente, son unas declaraciones del conocido cardiólogo, wanabe vicepresidente, Rafael Espada. Sin duda son prueba irrefutable de que el galeno sabe de de economía, lo que yo sé de cirugía: nada.

En la sección “En la mira” de Siglo Veintiuno del 22 de abril encontré frases de antología atribuidas al compañero de formula de Álvaro Colom. No voy a mencionar la mayoría de éstas, porque me faltaría espacio para comentarlas. Sin embargo, hay unas en especial que considero importante resaltar porque, lamentablemente, la falta de preparación de Espada en el área económica lo hace repetir el error que tantos han cometido antes que él: proponer castigar aún más a la gente productiva del país. ¿Cómo? Con más impuestos. Y no cualquier tributo, sino los más dañinos de todos: impuestos directos progresivos.

“En Guatemala debe haber una reforma fiscal progresiva, que pueda evitar una confrontación de grupos, en la que tanto el empresariado y el Gobierno trabajen”. ¿Acaso no es lo anterior un galimatías? ¿Habrán citado de forma equivocada al candidato? No sé. Usted dirá.

Si Espada se anima a dedicar unas horas a conocer la historia fiscal reciente de nuestro país, descubrirá que gracias a la reforma de 1997, que eliminó y redujo impuestos (diferente a lo que él propone), se logró no sólo atraer inversiones al país, sino, además, aumentó la recaudación en un porcentaje no visto en años por estos lares. Eso sólo para nombrar el ejemplo más cercano. También sería recomendable que estudiara los casos recientes de Estonia y sus vecinos bálticos de la Europa del Este. Y, retrocediendo en el tiempo próximo, le recomiendo investigar también sobre Irlanda y Nueva Zelanda.

Y esta información, y el éxito obtenido con estas medidas, no los encuentra únicamente en los libros de la Marro (algunos de los cuales debería de leer, no sólo citar, para no meter la pata): lo viven los habitantes de los países que han llevado a cabo las reformas fiscales buscando, al menos, lo que se conoce como flat tax. Nunca por medio de la propuesta de Marx (lea el Manifiesto Comunista de 1848) de impuestos progresivos cuyo objetivo es confiscar el capital.


“Lo que no queremos es destruir la iniciativa privada”, declaró Espada. Qué ironía: precisamente eso es lo que se logra con ese tipo de sistema que, casualmente, es el vigente en Guatemala desde hace décadas. Por eso hoy más del 75 por ciento de la economía en nuestro país se lleva a cabo de forma paralela al sistema formal.

En fin, como en un duelo de espadas, no me resta más que decir… touché.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno” el lunes 7 de mayo de 2007.

Etiquetas: , , , ,