Carolina
Hoy, como sólo lo he hecho en dos oportunidades, me tomo un permiso, sin pedirlo, para hablar de uno de los temas más íntimos de todo ser humano: nuestros valores primordiales, aquellas personas a quienes amamos y seríamos capaces de dar por ellas nuestro valor más preciado: nuestra propia vida. En esas dos ocasiones lo hice para recordar la existencia de dos de mis seres queridos más extrañados: mis abuelitos paternos. Tita y Papaché. La primera, sorpresivamente atacada por un invasor cáncer en el páncreas que nos la arrebató en cuestión de dos meses y medio. El segundo, que no soportó más de dos meses y medio sin el gran amor de su vida.
Hoy lo hago para celebrar la vida de mi hermana Carolina. Sí, la vida extraordinaria de una joven mujer, profundamente amada por tantos, que le tocó enfrentar el obstáculo más difícil a la fecha en su paso por esta tierra. Si ha sido enorme la agonía de nosotros, sus familiares y amigos, al verla postrada en una cama, corriendo el riesgo de no levantarse y caminar de nuevo, pienso, ¿cuán inmensa habrá sido la angustia de ella? Pregunta inútil: sé que nunca lo sabré.
Apenas caminaba Carolina cuando ya montaba feliz sobre el lomo del Palomo. Aquel caballo blanco, poco más grande que un pony, con el cual los cinco hermanos Díaz-Durán Alvarado aprendimos a montar. De buen corazón como pocas bestias de cuatro patas, o dos piernas, que nos transmitió su valentía a los inquietos y revoltosos niños que peleábamos por cabalgarlo. En especial a Carolina, que a pesar de ser algo consentida de niña, principalmente por mi papá, creció siendo una de las personas más dulces y nobles que conozco. Y ahora de adulta se transformó en una mujer, madre y esposa, de una fortaleza admirable.
Su vida ha transcurrido entre verticales, muros y rías. Entre clases y competencias. Entre muchos premios y algunas derrotas. Entre más risas que lágrimas. Hoy, ese andar único e irrepetible de cada individuo le presenta un nuevo reto. Aunque el obstáculo más difícil ya lo superó con la tranquilidad que debe prevalecer en el espíritu de todo jinete que se precie de serlo. A golpes y con fracturas se aprende a montar. Al menos, así nos enseñaron los distintos entrenadores con quienes hemos aprendido sobre este aguerrido deporte. Hoy, es mi hermana una de esas personas que enseña a otros a ganar. Carolina: recuerde la lección.
La queremos un montón y ¡qué más quisiéramos que poder aliviar su dolor! Sé que la siguiente combinación a vencer es el tiempo necesario para recuperarse de la caída. Pero, como siempre, sé que se va a levantar erguida y dispuesta a seguir acumulando trofeos en su riquísima vida. Le Haim, Carolina.
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