Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

6.04.2007

Tocar fondo


¿Quién no ha caído a un abismo particular? ¿Ese que sólo uno puede tocar porque es el fondo de nuestras miserias individuales? ¿Ese que, por ser el nuestro, nosotros determinamos cuál va a ser su profundidad? Tocar fondo. ¿Podemos plantear un símil entre esta experiencia personal y la situación que experimentamos en la otra esfera de nuestras vidas, la esfera pública? Creería que sí, mencionando algunas de las diferencias obvias. Al tocar fondo en la esfera íntima, quien cae paga las consecuencias de la caída. Por el contrario, en la pública, unos resbalan desde el ejercicio del poder, y otros sufren las consecuencias del resbalón.

Caer bajo, arrastrarnos en nuestra escoria, puede ser un hecho condenable, pero no imperdonable. De nosotros en lo individual depende decir “hasta aquí llegue”. Entonces, ¿por qué no podemos tomar la misma decisión en lo que respecta a nuestra vida en sociedad y las leyes que la rigen? ¿Por qué no podemos decir “ya no más”? ¿Acaso la autoridad no descansa precisamente en nosotros, los gobernados? ¿No es hora de que ejerzamos esa autoridad promoviendo un cambio radical en nuestro sistema?

Ahora, toda decisión, y su consecuente acción, implican un costo de oportunidad. Doloroso sin duda. Pero más doloroso sería continuar en la situación presente: un proceso, aparentemente eterno, de frustración y desencanto. Viviendo de ilusiones, de fantasías, de utopías. Construyendo castillos en el aire. Desgarra matar la esperanza. Renunciar al sueño irrealizable implica, sin duda, sangre, sudor y lágrimas. Muchas lágrimas. Pero en el largo plazo, el resultado puede llegar a ser mejor que lo soñado. La vida se hace del día a día.

En la introducción de Dero A. Saunders a la obra de Edward Gibbon, “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano”, el mencionado editor presenta un interesante poema, aparentemente anónimo, que dice: “El rey Jorge, ante la idea de que Gibbon escribir pueda, la historia de la decadencia de Inglaterra, pensó que el mejor modo, de contar con su apoyo, era darle un buen empleo. Pero la cautela es en vano, la maldición de su reinado es que jamás triunfen sus planes; aunque no escribió una línea, la decadencia se inicia con el ejemplo del autor. Su libro bien describe cómo el soborno y la corrupción, con el gran Imperio de Roma terminaron...”

Y lo peor es que nosotros ni siquiera llegamos a ser jamás un Imperio. Apenas empezamos a remontar el vuelo, nos cargamos a los hombros un pesado concepto de Estado benefactor (unido en un matrimonio de conveniencia con el sistema económico mercantilista) que nos hizo colapsar y caer sin haber siquiera subido a alturas, sino envidiables, al menos deseables. ¿Ya tocamos fondo o estamos cerca de éste? Espero que sí, para al fin, resurgir de las cenizas, cual Ave Fénix, y empezar a caminar la senda del progreso y la mejora constante en la calidad de vida de todos los habitantes de Guatemala.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 4 de junio de 2007.

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