Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

6.18.2012

Ser consciente




Vive despierto. Sé consciente, que es la manera correcta de ser humano. Tal y como nos recordó Fredy Kofman el pasado jueves en una reunión con catedráticos en la Universidad Francisco Marroquín, la acción humana, como la definió Ludwig von Mises, es acción con propósito. Con un propósito común a todos: ser felices. A diferencia del resto de especies, el hombre elige sus fines, es parte de nuestra naturaleza, no lo podemos evitar. Aún dejar que otros elijan por nosotros, es una elección porque lo permitimos y lo acatamos. La charla de Kofman me provocó muchas reflexiones, de las cuales hoy comparto algunas con ustedes.

Solo los individuos pueden ser conscientes, no los colectivos. Los grandes avances de la humanidad serán siempre el producto de la mente y laboriosidad de personas concretas,  las que logran trascender la mediocridad en la cual muchos eligen vivir. Las personas que comparten valores suelen encontrarse y luego alinearse alrededor de estos. Elegimos compartir con aquellos que coincidimos. Así, se caracterizan los grupos de gente. Suele ser cierto el refrán que dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”.

El ser humano necesita elegir sus objetivos y sus valores. Es parte del ser consciente. Por medio de las elecciones que hace una persona podemos conocer cuál es su sentido de la vida. Las acciones sostenidas en el largo plazo, los hábitos de una persona (sus virtudes y, tristemente, también sus vicios) nos muestran quién es. Nosotros mismos nos descubrimos frente a los otros al elegir y actuar.

En el mundo, son pocos los verdaderos ermitaños, los misántropos. El hombre, salvo contadas excepciones, necesita colaborar, cooperar y compartir con otros para alcanzar sus metas, para ser feliz. Pero lo anterior debe darse dentro de un marco de respeto a la vida, la libertad y la propiedad de los demás. Por supuesto, sobra decir que toda persona es libre de elegir con quiénes va a compartir su vida, y qué de su vida va a compartir con cada uno de aquellos a quienes eligió.

Nadie debe ser obligado a dar lo que es suyo a otros. Tampoco debe ser obligado a compartir con aquél que no eligió libremente. Nadie debe ser obligado a mantener a su enemigo. Nadie debe ser obligado a trabajar para aquel que le desea y actúa para causarle mal: para destruirlo. Tenemos el derecho de defendernos de la agresión. No debemos obedecer las reglas que pretenden esclavizarnos. Debemos rebelarnos.

El peor daño que provoca el Estado Benefactor/Mercantilista es el moral. La idea del gobernante actuando como padre de los adultos, distribuyendo lo que es de unos entre los otros a su gusto y antojo, presumiendo del supuesto bien que hace con lo que no es suyo, destruye el tejido ético de la sociedad. Ante este panorama, muchos optan por sentarse a esperar los restos de lo expoliado y con esas migajas sobrevivir, pero nunca vivir la mejor vida posible. Esa que solo se alcanza siendo consciente.

El presente artículo fue publicado el lunes 18 de junio de 2012 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La imagen la bajé de www.larebeliondeatlas.org

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3.28.2009

Equinoccio


Nota: On the road... of mi life. Mis "yoes": la imagen actual, mi ¿adulto?, la tomó Luis Figueroa o Raúl Contreras, el domingo 22 de marzo de 2009, en El Salvador. Al fondo se mira el mar. Mi yo "niña", la debió tomar mi papá o mi abuelo. ¿En el equinoccio de Otoño? Puede ser. Al fondo se ve el lago de Amatitlán. La foto del camino que recorre las costas salvadoreñas, fue un conveniente error mío, al igual que la edición.


Escribo por placer, no por deber. El día que el oficio de escribir no me dé más deleite, lo dejaré de hacer. Por supuesto, lo que escribo para ser publicado en Siglo Veintiuno, está enmarcado dentro de ciertas reglas. Una de ellas es que tengo que enviar mí escrito a más tardar los viernes al mediodía: obligación con la que cumplo casi religiosamente. Y, a pesar de mi deseo de empezar a esbozarlo durante la semana, generalmente lo escribo de un solo tirón el mismo día que lo entrego. Como es el caso de hoy: el equinoccio de primavera de 2009.

La palabra equinoccio se deriva del latín aequinoctĭum, que significa “noche igual”: 24 horas divididas equitativamente entre el día y la noche. Este año cayó el 20 de marzo. Cuando yo nací, el 21: día de mi natalicio. No soy determinista. Creo que cada uno de nosotros forja su destino a partir de las decisiones que toma a lo largo de su existencia. Sin embargo, hay coincidencias ¿será el azar? que no dejan de sorprenderme. Algunas más relevantes que otras pero, al fin, todas ellas coincidencias. Hoy, la casualidad me encuentra inmersa en una profunda introspección acerca de la vida misma, no sólo la mía.

Desde hace ya varios meses me he topado con la muerte varias veces. El amigo querido de mis papás que, recién llegado a la tercera edad, muere repentinamente. El hijo del amigo que, sin haber concluido la primera etapa, deja llorando por su inesperada partida, a quienes lo amaron. El primo de mi amiga que, apenas se iniciaba en el mundo de la paternidad, deja huérfana, a temprana edad, a su hija. Y así, podría enumerar muchos casos que, junto con el miedo de perder a mi abuela que aún respira en este mundo, me confrontan con mi propio rumbo.

Queramos o no, el tiempo fluye, avanza. O caminamos nuestra senda, eligiendo nosotros la meta y los medios para alcanzarla, o dejamos que otros decidan a su antojo sobre nuestro bien más preciado. “Qué mala costumbre esa de vivir acostumbrados”, canta Lina Avellaneda en uno de sus tangos. Escuchémoslo. El deber ser, debe ser el ser. No debemos sucumbir ante la comodidad y la excusa fácil a nuestra situación que ofrece el determinismo. Fútil justificación. Aprendamos de los errores del pasado. En lo individual y como miembros de una sociedad.

A veces camino con mis pies desnudos sobre el piso de madera del asteroide B506, como he nombrado a mi espacio privado. Un contacto irreverente en la era del zapato. De igual manera encaro mi trayectoria por esta Tierra. Cuestionando el statu quo colectivo y personal. En Guatemala es urgente que cambiemos de sistema de normas para que el estado de las cosas cambie para bien de todos. En lo particular me pregunto si llegó el momento de emigrar. Tantas preguntas aún sin respuesta. Pero, de lo que sí estoy segura es de la necesidad urgente de un cambio. La vida puede ser lúdica, pero nunca un juego de ganar o perder. No tenemos una segunda oportunidad de vivirla. No sabemos cuándo llega nuestro equinoccio. Y menos nuestro final.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 23 de marzo de 2009.

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