Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

10.15.2018

El suicidio de Roxana




Roxana Baldetti se suicidó hace muchos años. Aclaro que uso el término de una manera metafórica, ya que, al menos mientras escribo estas líneas, la exvicepresidente sigue vivita y coleando y, según el informe del Inacif, con ánimo de continuar adelante a pesar de las condiciones en las cuales se encuentra en la cárcel de Santa Teresa. Condiciones que, por más privilegiada que sea Baldetti, ni de broma se parecen a las condiciones en las cuales esperaba vivir después de su paso por el gobierno. El suicidio que cometió Roxana, y cometen muchos más de quienes llegan al ejercicio del poder, es el suicidio moral. Ese del cual podrían resucitar si reconocieran sus errores y pagaran las consecuencias de sus acciones retribuyendo justamente a sus víctimas.

Roxana se suicidó en el momento en el cual decidió ser deshonesta, arrogante y viciosa. Se suicidó cuando se dejó de valorar. Se suicidó en el momento en el cual decidió ser inmoral, ser corrupta. “Lo moral es lo escogido, no lo forzado; lo comprendido, no lo obedecido. Lo moral es lo racional…”, escribió Ayn Rand. Lo moral es tomar las decisiones correctas para asegurar nuestra felicidad. Es saber diferenciar entre lo que es bueno y lo que es malo. Las acciones habituales tienen consecuencias. Si la consecuencia es deseable, es un hábito bueno. Si no es deseable, es un hábito "malo". Si no es ni bueno ni malo, es un hábito irrelevante.

Una virtud es un hábito moralmente bueno que promueve un buen propósito con un significado moral. Una acción es moralmente significativa cuando trata asuntos que son fundamentalmente importantes para la vida y el bienestar humanos. ¿Cuáles son los principios básicos según los cuales uno debe vivir? ¿Cómo se debe tratar con otras personas? ¿Cuáles son los roles de la razón y la emoción para vivir una buena vida? Estas y otras preguntas similares son esenciales para nuestra existencia y, por lo tanto, tienen un significado moral. Tales preguntas y sus respuestas caen dentro de la esfera de la ética o la filosofía moral.

Aquel que practica la virtud del orgullo no es ni vanidoso ni arrogante como lo ha sido Roxana Baldetti que aún presume ser quien no es. Ser orgulloso implica practicar el hábito de adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer, sentirnos dignos de vivir y tenernos en gran estima: valorarnos a nosotros mismos. Exigirnos ser llenos de virtudes y no cometer actos vergonzosos. Nunca aceptar una culpa inmerecida, corregir los agravios y errores cometidos, no permitir ser tratados como menos que persona. No aceptar el papel de animal de sacrificio, ni de esclavo, ni de objeto. Es una virtud introvertida: conseguir dentro de nosotros el mejor carácter posible, sin manchas, sin ser presumidos, fanfarrones, ostentosos. Sin pretender impresionar a otros o convertir nuestra vida en una competencia cuyo objetivo es alardear de la supuesta superioridad de uno sobre los demás.

Nuestra vida y nuestra felicidad dependen de que las elecciones que hagamos sean las correctas. Ser libre significa que tus elecciones son tuyas, ya que no existe un ente del gobierno capaz de monitorear cada una de nuestras acciones, cada uno de nuestros pensamientos, cada uno de nuestros impulsos. Ninguna organización del gobierno puede prevenir cada acto de violencia porque cada acto de violencia es una expresión del poder humano. No hay burocracia estatal que sea más poderosa que las acciones de los individuos que somos libres de elegir hacer el bien o hacer el mal: libres de determinar el curso de nuestras vidas, libres de tomar nuestras propias decisiones. Ser libres también significa que podemos elegir hacer cosas terribles. Somos libres para ser buenas o malas personas. Aquellos que como Roxana eligen la vida inmoral nunca alcanzaran la verdadera felicidad, porque eligieron el suicidio moral.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “El Siglo”, el lunes 14 de octubre de 2018.

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4.30.2018

No hay atajo sin trabajo




O, como dice otro refrán, quien quiere celeste, que le cueste. Aquel que quiere superar la pobreza y vivir la mejor vida posible a su alcance, debe trabajar: debe esforzarse, tanto mental como físicamente, para alcanzar sus objetivos, sin pretender vivir de los demás. Más aún, si quiere disfrutar verdaderamente de esa mejora, debe saber que lo que tiene se lo ha ganado justamente, por el sudor de su frente, y no arrebatándolo a otros o siendo cómplice de ese robo.

Es por esto último que vemos a muchos que han acumulado fortunas a base de trampas, fraudes, robos, privilegios… que, al final, poco importa cuánto hayan logrado juntar, sus vidas suelen ser vacías, superficiales y falsas, ya que pueden engañar a todo el mundo, menos a ellos mismos. Gente que termina rodeada de hipócritas, que no los valoran y sólo están interesados es sacarles parte del dinero mal habido. En pocas palabras, parásitos como lo son ellos.

Y esa manera deshonesta de vivir no depende del monto del dinero obtenido sin haberlo ganado: fracasa a toda escala, como lo podemos ver en aquellos programas sociales que pretenden usar el dinero expoliado a los tributarios para comprar votos. El bono seguro, el bono para las comadronas y cualquier otra prebenda similar, son políticas populistas que facilitan la corrupción. Además de ser una injusticia más contra quien honradamente trabajó para crear la riqueza que ese dinero representa. Bien lo señala el neoplatonista Henry More en el “Enchiridion Ethicum, IV” (1667): “Es bueno y justo que a cada uno se le otorgue lo suyo, y el uso y posesión del mismo se le debe otorgar sin molestia".

Fracasan los programas anteriores, así como fracasa el absurdo de asegurar una renta mínima a todos. Con apenas dos años de prueba, el experimento finlandés de otorgar ingresos mensuales de 560 euros a 2 mil personas desempleadas de entre 25 y 58 años fracasó. Tal y como informó el New York Times el pasado 24 de abril: “Durante más de un año, Finlandia ha probado… repartir dinero sin reglas o restricciones sobre cómo las personas lo usan….experimento que está por terminar. El gobierno finlandés optó por no continuar financiándolo... la decisión del gobierno finlandés de detener el experimento a fines de 2018 pone de relieve un desafío a la misma concepción del ingreso básico. Mucha gente en Finlandia -y en otras tierras- se molesta ante la idea de entregar efectivo sin requerir que la gente trabaje... El gobierno esperaba que el tener un ingreso básico permitiría que más personas se integraran al mercado laboral”.

Un fracaso anunciado, porque se basa en premisas equivocadas. La más evidente de éstas es la de creer que la gente iba a trabajar sin necesitarlo. ¿Por qué pasar por la molestia de trabajar cuando se pueden quedar tranquilamente acostados todo el día viendo tele? Por supuesto, no a todos nos parece éste el escenario ideal para disfrutar de nuestras vidas pero, lamentablemente, esa es la actitud de la mayoría. Con esta propuesta y las anteriores mencionadas, violadoras de los derechos individuales de unos para complacer a otros, mientras unos viven sin trabajar, otros tienen que esforzarse el doble para mantenerse ellos mismos y mantener a los gorrones que viven de su trabajo. ¿Hasta cuándo lo vamos a tolerar?


Artículo publicado en el diario guatemalteco “El Siglo”, el lunes 30 de abril de 2018.

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8.07.2017

Muerte, sin pena ni ley


¿De cuál pena de muerte piden su abolición los delegados de la CIDH? Porque, según yo sé, la legal hace años que no se aplica en Guatemala. Eso sí, la pena de muerte que es el pan diario de los guatemaltecos es la de los linchamientos, que no son otra cosa más que la aplicación informal de tal castigo, los cuales considero que es utópico pretender abolir, al menos por el momento. Más difícil será aún si, finalmente, acaban prohibiendo su  aplicación dentro del marco de la Ley.

Precisamente el día que se publicó este reclamo de los burócratas de la CIDH, en el mismo medio (Prensa Libre) venía una breve nota que informaba que alrededor de 100 vecinos lincharon a dos presuntos asaltantes en la ruta que comunica a Santa Lucía Cotzumalguapa (Escuintla) con San Pedro Yepocapa (Chimaltenango), un hecho terrible y lamentable, aunque los editores de los medios le den poca importancia. ¿Eran o no culpables los acusados? ¡Quién sabe! Nunca hubo un proceso legal en el cual se probara su culpabilidad.

Quienes opinan sobre la pena de muerte fuera del contexto moral, tal y como lo dije en mi artículo titulado “Sin duda razonable, pena de muerte” (Siglo Veintiuno, 29 de febrero de 2016), terminan siendo cómplices de quienes la aplican en el sector informal de la justicia, sin un juicio previo y sin el debido proceso. Olvidan que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Dicen que les preocupa que se pueda condenar a morir a un inocente, y prefieren que terroristas, asesinos en serie, sicarios… vivan el resto de sus vidas a expensas del tributario. Confunden la aplicación de la pena de muerte a quién la merece (hecho que debe ser probado) con el reto de mejorar nuestro sistema de justicia.

Una vez cumplamos con nuestra parte del trato, respetar los derechos de los otros y no iniciar el uso de la fuerza en contra de nadie, merecemos que se respeten nuestros derechos, incluido primordialmente nuestro derecho fundamental a la vida. Trato que sólo es posible entre seres racionales. Aquellos que desprecian la vida humana, como  es el caso de los asesinos y los terroristas, e inician el uso de la fuerza contra otros con la intención de causarles la muerte, deben estar dispuestos a pagar un castigo proporcional al crimen que pretenden cometer. Es lo justo, más allá de si es un disuasivo o no.

Es poco probable, por no decir imposible, que algún día lleguen a abolir plenamente la pena de muerte. Lo único que podemos decidir es si ésta se aplica justamente dentro del marco de un Estado de Derecho, donde se respeten los procesos objetivos que nos permitan conocer la verdad y comprobar, sin duda razonable, la culpabilidad del acusado; o su aplicación dentro del irracional, emocional y subjetivo contexto de los linchamientos, lo cual se presta, en la mayoría de los casos, a cometer injusticias y convertir a las personas que participan en éstos en homicidas. Sé que la desesperación de muchos ante la inseguridad que reina reclama justicia, pero esta no se va a alcanzar si no es dentro de un marco de normas legítimas y legalmente sancionadas.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 7 de agosto de 2017.

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1.23.2017

El fulano estafador



El fulano estafador es una consecuencia más del sistema político de incentivos perversos que prevalece, en diferentes medidas, en la mayor parte del mundo. No creo que hasta hoy la mayoría pertenezcan a esta categoría pero, tristemente, son ya muchos los que han sucumbido al oficio de engañar como medio de vida y, si son buenos estafadores, lograr acumular enormes fortunas, gracias a la disposición con la que tantos se dejan engañar. Tantos, que se han acostumbrado a engañarse a sí mismos, por lo cual se convierten en presas fáciles de los fulanos estafadores.
                                                
Los fulanos estafadores que se dedican a la política, han logrado convencer a los incautos ciudadanos de sus países para que voten por ellos y les den el poder necesario para violentar los derechos individuales de la mayoría, en casi todos los casos los mismos que los apoyaron, bajo la falsa creencia de que una vez lleguen a la Presidencia de sus naciones, les van a quitar dinero a los ricos para dárselo a los pobres. Claro, a los pobres de sus parientes y amigos, los miembros del partido y todos aquellos que trabajaron con ellos durante el proceso del engaño y los oportunistas que estén de acuerdo en negociar con el gobierno, segmento al que pertenecen los miembros de los grupos de presión.

Este fraude constante, es el origen de ese sistema de incentivos perversos, más conocido como Estado Benefactor/Mercantilista. La principal consecuencia de la existencia de este sistema es la pérdida de la moralidad prudencial descrita por Aristóteles en su célebre “Ética a Nicómaco” y mejorada por la creadora de la filosofía objetivista, Ayn Rand. Esa moral que nos enseña a no falsear la realidad, o sea, a practicar la virtud de la honestidad, al igual que la virtud de la racionalidad, la productividad y el orgullo que implica reconocer que somos aptos para ganarnos la vida honradamente, sin engañar o forzar a otros.

Sin embargo, en el estado actual de las cosas, muchas personas consideran “normal” el fraude, como es el caso de José Manuel Morales Marroquín, que falsificó documentos para apoyar a la madre de su exnovia a embaucar a los tributarios, tal y como lo declaró: “En ningún momento pensé que algo así pudiera llegar tan lejos. Realmente lo vi como algo que cualquier guatemalteco podría hacer…fui muy inocente a la hora de actuar, no obré queriendo defraudar a nadie. Simplemente fue algo que hice por querer ayudar”. (Prensa Libre, 20 de enero de 2017).

El caso de José Manuel Morales y su tío, Sammy Morales, es un caso del cual todos podemos aprender. Es un ejemplo del daño moral que ha hecho en nuestra sociedad un sistema político que castiga a los responsables, respetuosos y productivos, mientras premia a los delincuentes, vividores y oportunistas. Es un momento histórico en el cual debemos cuestionarnos a nosotros mismos y al resto de miembros de la sociedad, para que cambiemos radicalmente aquello que podemos y debemos cambiar: las normas que rigen nuestra convivencia, para que ¡al fin! podamos cooperar e intercambiar en paz.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 23 de enero de 2017.

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2.29.2016

Sin duda razonable, pena de muerte



No tengo duda: la pena de muerte se debe aplicar en aquellos casos que el crimen cometido la justifique y en las acusaciones que han sido plenamente probadas y no existe ninguna duda razonable acerca de la culpabilidad del acusado. Es lo moralmente correcto. La aplicación de la pena de muerte es un asunto que corresponde al ámbito de la moral: es un error abordarlo de una manera pragmática y utilitarista.

Se equivocan en su análisis quienes pretenden justificar su oposición a que se aplique la pena de muerte en que no hay evidencias de que sea un disuasivo para aquellos que están dispuestos a asesinar a alguien: caen en la falacia de la generalización apresurada. Hay todo tipo de estudios y estadísticas que muestran que sí es un disuasivo, así como hay otros que pretenden probar la hipótesis contraria. Al final, todo depende de las variables y el contexto dentro del cual se recaban las muestras y las examinan. Yo considero que sí es un disuasivo.  Sin embargo, recalco que apoyo la aplicación de la pena de muerte cuando es lo justo.

Quienes opinan sobre la pena de muerte fuera del contexto moral, terminan siendo cómplices de quienes la aplican en el sector informal de la justicia: sin un juicio previo, sin el debido proceso. O sea, en los linchamientos que proliferan en nuestro país. Olvidan que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Dicen que les preocupa que se pueda condenar a morir a un inocente, y prefieren que terroristas, asesinos en serie, sicarios… vivan el resto de su vida a expensas del tributario. Confunden la aplicación de la pena de muerte a quién la merece (hecho que debe ser probado, respetando el debido proceso) con el reto que significa mejorar nuestro sistema de justicia.

Pero aún, con todo y las dificultades que este último enfrenta, hay casos en los cuales no hay duda de que el acusado es responsable del crimen del cual se le acusa. Por ejemplo, hay confesiones de sicarios que, sin ninguna pena, reconocen que se dedican a asesinar gente por encargo. ¿Consideran que a estas personas se les debe condenar a vivir el resto de sus vidas a expensas de los tributarios? ¿Qué no corren el riesgo muchos inocentes que, si estos criminales logran escapar, serían sus próximas víctimas?

Todos merecemos que se respeten nuestros derechos, comenzando por el derecho a la vida, una vez nosotros cumplamos con nuestra parte del trato: respetar los derechos de los otros y no iniciar el uso de la fuerza en contra de nadie. Trato que sólo es posible entre seres racionales. Aquellos que desprecian la vida humana, como  es el caso de los asesinos en serie o los terroristas, e inician el uso de la fuerza contra otros con la intención de causarles la muerte, deben estar dispuestos a pagar un castigo proporcional al crimen que pretenden cometer. Es lo justo. Y, lamentablemente en muchos aspectos, hasta la misma muerte del criminal puede ser un costo demasiado pequeño para compensar el daño que les hizo a otros seres humanos.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 29 de febrero de 2016.

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12.21.2015

Santa Brother



Santa es algo más que un gran hermano. Es ese anciano bonachón que vive en el Polo Norte, rodeado de duendes y acompañado por venados de nariz roja, que te espía día a día con el objetivo de que te portes bien. Big daddy is waching”, advierte Ella Fitzgerald mientras anuncia que Santa Claus is coming to town. Más te vale obedecer, de lo contrario, Santa no te va a favorecer.

You better watch out, you better not cry, you better not pout”, si no vas a recibir un pedazo de carbón en lugar de hermosos regalos. Aunque si te portas muy mal, según los parámetros estipulados por Santa, a lo mejor te trae una bolsa completa que te podría servir para preparar un riquísimo churrasco en compañía de otros que hayan recibido la misma sorpresa bajo el árbol. Sería una divertida manera de terminar el ciclo: celebrando con los amigos.
                                           
Hay una parte en particular de la pegajosa canción mencionada que me recuerda al malévolo personaje omnipotente de “1984”, la famosa distopía de George Orwell: “He sees when you are sleeping, he knows when you're awake, he knows if you been good or bad, so be good for goodness sake.” Sin duda, es una figura menos apreciada que aquel Santa Baby al cual le cantó Eartha Kitt. ¿Qué hubiera sido de la célebre obra de Orwell si el papel del Big Brother hubiera sido representado por Santa?

Por cierto, no sé cómo le hace Santa, pero es capaz de bajar por chimeneas a pesar de la barriga que adorna su cintura. Pero lo más extraño de todo es que, a pesar de la suciedad que debe de haber en los conductos por los cuales se desliza, su traje rojo y blanco se mantiene impecable. ¿Qué pasaría si uno de tantos niños a los cuales acecha hiciera algo similar? ¿Cómo quedaría su ropa? ¿Se enojarían los padres de la criatura en cuestión? ¿Afectaría la calificación que le daría el querido Santa Claus?

Con el pasar del tiempo, aprendí que portarse bien significa no violentar los derechos individuales de los demás y hacer el esfuerzo mental por aclararme las ideas para formar juicios verdaderos que me permitan alcanzar y conservar mis valores: ganarme honradamente la vida y merecer lo que posea. Aprendí que me debo portar bien por mi propio bienestar en el largo plazo, no por la amenaza de que alguien que me está vigilando me vaya a premiar o a castigar.

Desde siempre ésta ha sido mi época favorita del año. Tengo la costumbre de hacer el balance del período que termina y, al menos hasta hoy, el resultado de este ejercicio me ha sido favorable. Por supuesto, he llorado, pero al final he reído aún más. Y más de una de las lágrimas que derramé fueron de felicidad. He aprendido tanto de mis aciertos como de mis errores, y mi conocimiento aumenta año con año: es un objetivo mío aprender algo nuevo todos los días. He tenido fracasos, no obstante mis éxitos han sido mayores. He sido productiva, respetuosa y responsable. He amado y he sabido cuidar de mis valores, en especial de mis seres queridos. Soy feliz, muy pero muy feliz. Felices fiestas, apreciable lector.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de diciembre de 2015.

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11.09.2015

La salud de la corrupción



A pesar de las amenazas recientes, si no hay cambios de raíz en el sistema político, la corrupción se va a recuperar plenamente y más rápido de lo que podemos imaginar. Las capturas de este año y los procesos judiciales en contra de los acusados de ser parte del crimen organizado estatal, no pasaran de ser una leve molestia para el sistema promotor de corruptos que impera hoy en Guatemala.

Las roxanabaldetti, los ottopérezmolina, los gustavoalejos, los juandediosrodríguez, los juancarlosmonzón, las danielabeltranena… como el virus maligno que son, se van a multiplicar por un montón. Y lo que es peor, van a evolucionar hasta convertirse en una cepa de corruptos fortalecida que será más difícil de combatir que la actual, porque ya habrán adquirido las defensas necesarias para vencer los intentos de los ciudadanos, del MP y la CICIG de combatirlos. Más aún, estos dos últimos corren el riesgo de ser contagiados del síndrome de la corrupción, al igual que más de uno de los primeros mencionados.

Al mejor estilo de la nueva generación de corruptos, popularizado recientemente por José Ramón Lam (encargado de cabildear en el Congreso en nombre del presidente electo Jimmy Morales), ladrones que enarbolan la misma bandera que los anteriores, irónicamente, en contra de la corrupción (tal vez la de otros, pero no la propia) hago un copy/paste autorizado por mí misma de un párrafo de mi artículo publicado el lunes 7 de abril de 2014 en “Siglo Veintiuno”, titulado “El origen de la corrupción”:

“El origen de la corrupción es el poder, por eso debe ser limitado. Y ese poder lo adquieren los gobernantes gracias a la venia de los ciudadanos que decidieron otorgárselo más allá del necesario para que cumplan con sus obligaciones primordiales: dar seguridad y velar porque haya justicia. Sí, aquellos que esperan que alguien más les resuelva la vida y les satisfaga las necesidades, que votan por quienes les ofrecen más supuestos beneficios sin importar lo absurdo e incumplible de sus promesas, lo que están haciendo es entregándoles un cheque en blanco a los peores representantes de nuestra sociedad. Porque es a estos, a los peores, a quienes va a atraer el sistema de incentivos perversos que propone el Estado Benefactor/Mercantilista. Populista. Colectivista. Socialista. Y que, lamentablemente, prevalece en gran parte del planeta”.

La única forma de erradicar esta enfermedad degenerativa que avanza imparablemente, es acabando de un solo y sin miedo con su causa: extirpándola de nuestras vidas. Y los únicos interesados en acabar con ella en el largo plazo somos nosotros, los mandantes, quienes sufrimos los efectos, en muchos casos mortales, de la corrupción. Pero debemos entender que esa corrupción es un efecto del sistema inmoral e injusto dentro del cual intentamos sobrevivir. Si queremos vivir la mejor vida posible, cooperando en paz con los demás, debemos cambiar el sistema, para lo cual debemos aclararnos las ideas para no terminar apoyando más de lo mismo.
           


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 9 de noviembre de 2015.

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5.11.2015

Voten por el corrupto menos peor





O por su corrupto preferido. Para el caso da igual. Pero respeten a los que bajo NINGÚN punto de vista vamos a apoyar con nuestro voto para presidente a personas con las cuales no coincidimos prácticamente en nada en nuestra escala de valores. Más aún, gente por la cual sentimos un profundo desprecio por ser ladrones, mentirosos y vividores. Hasta resentidos en algunos casos, no se diga asesinos y extorsionadores.

Ante tantas falsedades que circulan en lo que respecta al voto nulo para presidente, les recuerdo las sabias palabras de Albert Einstein: "Locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes". Voten por enésima vez por su preferido entre los deshonestos fanfarrones que se postulan para Presidente de la Nación, pero no pretendan desprestigiar o hacer titubear con falacias a quienes tenemos claro que el voto nulo para presidente ES la opción moral. Que sabemos que lo importante es quiénes lleguen al Congreso, más allá de los saqueadores que lleguen al Ejecutivo. Que conocemos la diferencia entre ser pragmáticos y ser prácticos y por tanto no negociamos principios. Yo, porque quiero vivir en una Guatemala en paz, opto por ser práctica y enfocarme en lo importante a largo plazo.




El voto nulo es el voto moral. Pero, al final, es una decisión individual: favorezca con su voto, si así lo desea, al que cree que es el menos peor de los corruptos entre los tres candidatos que tienen las mayores probabilidades de ser el próximo presidente: solo así puede darle algún sentido a la idea según la cual es la única manera de evitar que llegue a ocupar el cargo el peor de los peores. Sin embargo, considero que quienes sostienen la anterior excusa falsean la realidad y son responsables de que no hayamos podido cambiar todavía nuestro sistema presidencialista.

Por cierto, ¿desde cuándo el derecho a la libre expresión y el justo reclamo de la forma en la cual malgastan, dilapidan y se roban los gobernantes NUESTRO dinero, depende de votar o de cómo votamos? Quienes argumentan de tal manera caen en una falacia de non sequitur: no se sigue de la premisa la conclusión a la que arriban. Pero, la más absurda de las mentiras es la supuesta ilegalidad del voto nulo. ¿Acaso hay una ley que lo prohíba?

Votar nulo NO es botar el voto, como falazmente afirman algunos. Es ser coherentes con lo que pensamos y con quién queremos ser. En el largo plazo, cuando por fin le entremos de lleno al origen de nuestros problemas para cambiar el sistema político, la diferencia la harán los principios morales a partir de los cuales decidamos qué cambiar, cómo cambiarlo, por qué cambiarlo y para qué cambiarlo. Para presidente, alcalde y el Parlacen voy a votar nulo. Para el Congreso SÍ voy a votar específicamente por las planillas que considere las mejores. Quienes piensan como yo, mi única recomendación, es que no se dejen presionar por las racionalizaciones de otros. Tomen SU decisión: usen su juicio propio e independiente. Tomen la decisión que les haga sentirse dignos y bien con ustedes mismos.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de mayo de 2015.

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3.16.2015

Privados de razón



Si hay algo que me parece repugnante, es esa costumbre políticamente correcta, esa actitud hipócrita de quienes se solidarizan con los criminales y se dedican a buscar maneras de aliviar las cargas que les representan las penas impuestas por sus crímenes. Desde el uso tergiversado del lenguaje hasta el absurdo de que no se les puede obligar a trabajar para que paguen sus deudas, compensen a sus víctimas y se hagan cargo de sus vidas y las de sus familiares que dependen de ellos. Algo que usted y yo hacemos TODOS los días: trabajar para satisfacer nuestras necesidades, cumplir con nuestras responsabilidades y velar por nuestros seres queridos que hemos elegido apoyar para conservarlos como valores que son para nosotros en lo particular.

Para estos defensores de malhechores, quienes debemos hacernos cargo del bienvivir de los criminales presos somos nosotros. Creen que debemos pagar impuestos para que no les falte comida tres veces al día, tengan un techo que los cubra, vestido que los proteja y todo el tiempo del mundo para andar de vagos y continuar desde la prisión cometiendo crímenes y delitos, poniendo en riesgo la existencia de gente inocente que en la mayoría de los casos son escogidas al azar como objetivos de las acciones delincuenciales de los mencionados mantenidos.

Una de las más recientes tonterías que parece haber sido acogida por los medios de comunicación, un agravio más para aquellos que han sido lesionados por los nombrados antisociales, es la de llamar privados de libertad a los secuestradores, a los asesinos, a los violadores, a los ladrones, a los extorsionadores… que se encuentran encarcelados. Un eufemismo que a los únicos que causa risa es a los maleantes que han violentado la vida, la libertad y la propiedad de otros. Al resto de personas que NO somos indiferentes ante las injusticias, nos causa coraje escucharlo y a unos pocos nos disgusta tanto que somos capaces de verbalizar esa indignación con la esperanza de que más se unan a condenar esa innoble manera de proceder de unos cuantos que, además, se engañan a sí mismos pensando que hacen un bien profundizando el sistema de incentivos perversos dentro del cual vivimos.

Nuestro apoyo debe ser para las víctimas. Nuestra compasión para aquellos que han sido lastimados por personas cuyo código de valores es contrario a la moral objetiva que promueve la coexistencia pacífica entre los miembros de nuestra especie. Nuestras acciones deben ir encaminadas a construir un Estado de Derecho donde todos seamos iguales ante la ley. Pelear por un sistema político que solo otorgue poder a los gobernantes para que los antisociales que violentan los derechos individuales de otros sean los menos posibles, y cuando la violación no se haya podido evitar, que el responsable del delito pague las consecuencias de sus acciones y compense a sus víctimas. Gobernantes que se aseguren que de verdad se haga justicia y que se respete la vida, la libertad y la propiedad de los respetuosos.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 16 de marzo de 2015.

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3.02.2015

No tributemos en la SAT



Depositemos el pago de nuestros impuestos en un tribunal, amparándonos en el artículo 45 de la Constitución que dice: “Es legítima la resistencia del pueblo para la protección y defensa de los derechos y garantías consignados en la Constitución”. Es más que evidente que la ineficiente burocracia estatal y los gobernantes corruptos no cumplen con sus obligaciones.

Esta protesta pacífica y legal está más que justificada. Para tener éxito, se necesita del apoyo de algún grupo organizado y con recursos para prepararnos legalmente y dar la batalla. ¿Será que entre los miembros del CACIF, la Cámara de Comercio, la Cámara del Agro… hay quien esté cansado de que a los gobernantes no les importe lo que les ordene la Corte de Constitucionalidad y otras instancias del Estado de Guatemala? ¿Alguien que esté harto de ser explotado por la partida de ladrones en el ejercicio del poder, y sus aliados de pandillas delincuenciales como lo son CODECA, FNL, CUC… que, además de parasitar de nosotros no dejan trabajar?

Edward Snowden en  la sección “Ask Me Anything” en “reditt”, el pasado lunes 23 de febrero, respondió lo siguiente a una pregunta que le hicieron: “…sospecho que los gobiernos están más preocupados por la pérdida de su capacidad para controlar y regular el comportamiento de sus ciudadanos que con el descontento de ellos. ¿Cómo podemos convertir esto en una ventaja para nosotros? Podemos idear medios, mediante la aplicación y sofisticación de la ciencia, para recordarle a los gobernantes que si no son responsables en la custodia de nuestros derechos, nosotros implementaremos los sistemas que garanticen los medios para defender nuestros derechos y eliminar la capacidad de los gobiernos para interferir con esos derechos.

“La idea no es promover la anarquía y eliminar al gobierno, sino recordarles que siempre debe haber un equilibrio de poder entre los gobernantes y los gobernados. Que el progreso científico empodera a comunidades e individuos… que si insisten con su comportamiento deplorable y el cruel desprecio por el ciudadano, podemos encontrar maneras de reducir o eliminar sus poderes sobre un nuevo y permanente fundamento. Nuestros derechos no son garantizados por los gobiernos: son inherentes a nuestra naturaleza. Pero es todo lo contrario para los gobiernos: sus privilegios son artificiales.

“No hemos pensado sobre esto en las últimas décadas porque la calidad de vida ha aumentado en casi todos los aspectos de una manera significativa, y eso nos ha llevado a una cómoda complacencia. Pero tarde o temprano, a lo largo de la historia, nos topamos con períodos donde a los gobernantes les interesa más el poder hacer que lo que DEBEN hacer: lo que es legal se distancia cada vez más de lo que es moral. En esos tiempos, debemos recordar que al final del día la ley no nos defiende; nosotros defendemos la ley. Y cuando eso se convierte en lo contrario a nuestra moral, tenemos tanto el derecho como la responsabilidad de reequilibrarlo hacia fines justos”.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 2 de marzo de 2015.

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12.08.2014

Tú, yo, él: origen de los derechos

El propósito de la moral es enseñar, NO a sufrir y morir, sino a disfrutar de nosotros y vivir".
Ayn Rand.

Un derecho es un concepto moral aplicable solo en un contexto social: pertenece estrictamente a las relaciones entre humanos. Es una aplicación social de la moralidad. Los derechos son condiciones de existencia requeridas por la naturaleza del hombre para su propia supervivencia (man qua man). Cómo debemos sobrevivir y vivir, es una pregunta metafísica que depende de nuestra naturaleza y la de la realidad.

Solo hay una forma correcta para sobrevivir en sociedad: por medio de los derechos. Qué debemos hacer y qué no debemos hacer en relación con otras personas se deriva del mismo estándar y de las mismas definiciones que los principios éticos. Cuando tratamos con otros, las condiciones requeridas para nuestra supervivencia apropiada constituyen nuestros derechos. ¿Qué requiere la naturaleza del hombre para sobrevivir apropiadamente? Que use su razón: que haga de la percepción de la realidad su primera preocupación y el uso de su razón la virtud básica para actuar en base a su propio juicio racional: según lo que su mente le dice que es lo correcto.

Por naturaleza, debemos sostener nuestra vida por esfuerzo propio: debemos trabajar para sobrevivir. Dependemos de nuestras acciones. Para poder sobrevivir en un ámbito social, tenemos el derecho a la vida y a mantenerla, por lo cual debemos ser libres de actuar en base a juicio propio: el derecho a la libertad. Para decidir las metas a perseguir, debemos ser libres de elegir nuestros valores y alcanzarlos si podemos: el derecho a buscar nuestra felicidad.

Como el ser humano es una entidad integrada por consciencia y materia, necesita de bienes concretos para poder sobrevivir. Tenemos que sostener nuestra vida con el producto de nuestro esfuerzo: el derecho a adquirir propiedades. El derecho a la propiedad: el derecho de trabajar en pos de nuestros valores y conservar el resultado de nuestra labor. Tener el derecho a la vida significa tener el derecho a producir los bienes requeridos para sobrevivir e intercambiar con otros. Lo cual no significa que alguien más debe producir esos bienes para uno, solo porque uno los necesita.

Los derechos pertenecen concretamente a los individuos y se derivan de su propia naturaleza. Una vida basada en el estándar de la fuerza bruta de la supervivencia momentánea, normalmente termina pronto. Sobrevivir se debe medir en el largo plazo. Si un hombre no se provee a sí mismo lo necesario para sobrevivir, la naturaleza no se va a hacer cargo de él. La ley moral aplicable, universal y racional, es que cada quien es responsable de su supervivencia y que no debe convertirse en una especie de hipoteca sobre la vida de otra persona. Tener el derecho a la vida no significa que alguien más debe perder sus derechos y gastar su existencia manteniendo a otros por imposición de la sociedad.

Cómo bien lo resumió Ayn Rand: “El principio de los derechos del individuo es la única base moral de todos los grupos o asociaciones”. ¿Queremos vivir bien? Respetémonos los unos a los otros.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 8 de diciembre de 2014.

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10.28.2013

Las aduanas son inmorales

“Toda persona tiene derecho a tomar sus propias decisiones, pero nadie tiene el derecho de imponer su decisión a los demás".


El origen del problema es la existencia misma de las aduanas. Y solo va a terminar la corrupción en este ente inquisidor cuando deje de existir el origen del mal: la inmoral intervención de los gobernantes en el comercio internacional. Cuando los comerciantes y los consumidores descubran que han sido engañados y manipulados por años con el discurso nacionalista y la excusa de recaudar más impuestos. ¿Para qué? ¿Quiénes han sido los únicos ganadores con la imposición de aranceles y barreras no arancelarias? ¿Quiénes han sido los sacrificados en beneficio de unos pocos?

El problema no se arregla, más aún se complica, utilizando la fuerza pública y la tecnología para combatir a los importadores de bienes producidos en otros países, convirtiéndolos en criminales cuando no están cometiendo ningún crimen: no causan daños a terceros, sino todo lo opuesto. Venden productos que, obviamente, son demandados por muchos, de lo contrario no se arriesgarían a traerlos. El que cada uno decida libremente a quién le va a comprar, se produzca o no el bien en el país que reside, no es un crimen ni es asunto de los gobernantes. ¿Por qué tiene que pagar más aquel que prefiere comprar bienes elaborados en México, en Estados Unidos, en China, en India…?

La fuerza pública y la tecnología se deben usar para perseguir y atrapar a ladrones, a estafadores, a extorsionadores, a secuestradores, a violadores, a asesinos, a políticos corruptos… Se deben usar para llevar ante la justicia a quienes han violentado la vida, la libertad y la propiedad de otros. Y que una vez hayan sido vencidos en un juicio apegado al debido proceso, se les obligue a compensar a sus víctimas. Los anteriores son los únicos motivos que justifican la existencia de los gobernantes: un grupo de personas con el poder de someter a quienes no respeten a otros. Disciplinar a los antisociales.

No estamos obligados a cumplir la legislación que violenta nuestros derechos. Apelemos al artículo 45 de la Constitución que dice: “…legitimidad de resistencia: Es legítima la resistencia del pueblo para la protección y defensa de los derechos y garantías consignados en la Constitución”. El contrabando es el comercio internacional ilegítimamente criminalizado. Es esa criminalización la que ha provocado que se cometan verdaderos crímenes alrededor de acciones comerciales encaminadas a facilitar el bienestar de la mayoría. Como sucede en el caso de la guerra perdida contra las drogas: todos terminamos pagando por la ambición de unos cuantos y por el abuso del poder por parte de los gobernantes.

Como podemos leer en “The Early Ayn Rand: A Selection from Her Unpublished Fiction”, editado por Leonard Piekoff: “Toda persona tiene derecho a tomar sus propias decisiones, pero nadie tiene el derecho de imponer su decisión a los demás". Y es esto lo que los ciudadanos, los soberanos, debemos entender para dejar de ser siervos de quienes deben ser nuestros servidores: los gobernantes.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 28 de octubre de 2013.

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6.18.2012

Ser consciente




Vive despierto. Sé consciente, que es la manera correcta de ser humano. Tal y como nos recordó Fredy Kofman el pasado jueves en una reunión con catedráticos en la Universidad Francisco Marroquín, la acción humana, como la definió Ludwig von Mises, es acción con propósito. Con un propósito común a todos: ser felices. A diferencia del resto de especies, el hombre elige sus fines, es parte de nuestra naturaleza, no lo podemos evitar. Aún dejar que otros elijan por nosotros, es una elección porque lo permitimos y lo acatamos. La charla de Kofman me provocó muchas reflexiones, de las cuales hoy comparto algunas con ustedes.

Solo los individuos pueden ser conscientes, no los colectivos. Los grandes avances de la humanidad serán siempre el producto de la mente y laboriosidad de personas concretas,  las que logran trascender la mediocridad en la cual muchos eligen vivir. Las personas que comparten valores suelen encontrarse y luego alinearse alrededor de estos. Elegimos compartir con aquellos que coincidimos. Así, se caracterizan los grupos de gente. Suele ser cierto el refrán que dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”.

El ser humano necesita elegir sus objetivos y sus valores. Es parte del ser consciente. Por medio de las elecciones que hace una persona podemos conocer cuál es su sentido de la vida. Las acciones sostenidas en el largo plazo, los hábitos de una persona (sus virtudes y, tristemente, también sus vicios) nos muestran quién es. Nosotros mismos nos descubrimos frente a los otros al elegir y actuar.

En el mundo, son pocos los verdaderos ermitaños, los misántropos. El hombre, salvo contadas excepciones, necesita colaborar, cooperar y compartir con otros para alcanzar sus metas, para ser feliz. Pero lo anterior debe darse dentro de un marco de respeto a la vida, la libertad y la propiedad de los demás. Por supuesto, sobra decir que toda persona es libre de elegir con quiénes va a compartir su vida, y qué de su vida va a compartir con cada uno de aquellos a quienes eligió.

Nadie debe ser obligado a dar lo que es suyo a otros. Tampoco debe ser obligado a compartir con aquél que no eligió libremente. Nadie debe ser obligado a mantener a su enemigo. Nadie debe ser obligado a trabajar para aquel que le desea y actúa para causarle mal: para destruirlo. Tenemos el derecho de defendernos de la agresión. No debemos obedecer las reglas que pretenden esclavizarnos. Debemos rebelarnos.

El peor daño que provoca el Estado Benefactor/Mercantilista es el moral. La idea del gobernante actuando como padre de los adultos, distribuyendo lo que es de unos entre los otros a su gusto y antojo, presumiendo del supuesto bien que hace con lo que no es suyo, destruye el tejido ético de la sociedad. Ante este panorama, muchos optan por sentarse a esperar los restos de lo expoliado y con esas migajas sobrevivir, pero nunca vivir la mejor vida posible. Esa que solo se alcanza siendo consciente.

El presente artículo fue publicado el lunes 18 de junio de 2012 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La imagen la bajé de www.larebeliondeatlas.org

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