Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

3.30.2015

Tras la areté



¿Hace cuánto tiempo dejó de ser considerada una virtud la aspiración de los griegos clásicos a la búsqueda de la excelencia? ¿Cuándo el deseo del ser humano de cultivar la areté, de ser orgulloso y de aspirar a la perfección moral pasó a ser condenado como un mal, en lugar de ser reconocido como el hábito necesario para ser feliz? ¿Quiénes, maliciosamente, confundieron y trastocaron el sentido verdadero del orgullo sustituyéndolo por el de la arrogancia? Los únicos que han salido victoriosos, hasta cierto punto, con este engaño han sido los mediocres y los saqueadores que pretenden obtener lo que no se han ganado a costa de aquellos que sí se han esforzado y han merecido lo que tienen.

No se equivoque: quien practica la virtud del orgullo no es el vanidoso que presume ser quien no es. Ser orgulloso implica trabajar en uno mismo para lograr la perfección moral, la cual sólo se alcanza por medio del inviolable compromiso de usar siempre nuestra razón para identificar e integrar cabalmente la información que nos proveen nuestros sentidos sobre la realidad: aplicar la virtud de la racionalidad para adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer.

Según Ayn Rand, es la persecución sistemática de la propia realización y del mejoramiento constante con respecto a las metas personales, ya que la supervivencia demanda un compromiso ambicioso de guiarnos por principios morales: “Uno debe ganarse el derecho de tenerse como su valor máximo”.

El orgullo es el hábito de adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer,  sentirnos dignos de vivir y tenernos en gran estima: valorarnos a nosotros mismos. No permitirnos ser menos que excelente. Exigirnos ser llenos de virtudes y no cometer actos vergonzosos. Nunca aceptar una culpa inmerecida. Corregir los agravios y errores cometidos. No permitir ser tratados como menos que persona. No aceptar el papel de animal de sacrificio, ni de esclavo, ni de objeto. Fijarnos estándares altos y conscientemente tratar de alcanzarlos. Dedicarnos a hacer que nuestro mejor sea aún mejor.

Es una virtud introvertida: se enfoca en nuestro interior. Conseguir dentro de nosotros el mejor carácter posible: sin manchas, sin ser presumidos, fanfarrones, ostentosos. Sin pretender impresionar a otros o convertir nuestra vida en una competencia cuyo objetivo es alardear de la supuesta superioridad de uno sobre los demás.

No permitirnos ser menos de lo mejor que podemos ser es necesario para nuestra autoestima, sin la cual es imposible la vida humana productiva y satisfactoria. La autoestima es la apreciación moral fundamental positiva de uno mismo. Del proceso por el cual uno vive. De la persona que uno crea por medio de sus acciones. La convicción de que uno es capaz de vivir: de que uno merece vivir. Nuestra vida y nuestra felicidad dependen de que las conclusiones y las elecciones que hagamos sean las correctas.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 30 de marzo de 2015.

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12.22.2014

Los virtuosos del amor

"La virtud involucrada en ayudar a aquellos que se ama no es el desinterés propio o el sacrificio, sino la integridad", Ayn Rand.

Todo en esta vida se debe de ganar, en especial lo más preciado por nuestra especie: el amor. ¿Cómo es posible que haya quienes creen que deben ser amados sin haberlo merecido? Son los parásitos del amor. Tanto el amor, como la amistad, el respeto, la admiración… son nuestra respuesta emocional a las virtudes de alguien más. Son sentimientos que representan el pago espiritual dado a cambio de nuestro placer personal y egoísta cuyo origen es el carácter único e irrepetible de otra persona.

Es el sentido de la vida de cada uno el que determina nuestras acciones: la apreciación subconsciente, la integración emocional que hacemos de nosotros mismos, de nuestro lugar en el mundo y nuestra relación con la realidad y los demás. Lamentablemente, son pocos quienes meditan sobre los motivos que le hacen amar a determinada persona y no a otra. Para la mayoría es más fácil recurrir a la falaz y equivoca idea hecha célebre por Blaise Pascal de que el corazón tiene razones que la razón no entiende, que dedicarle el tiempo que se debe a la elección más importante que hacemos en nuestra vida: la elección de con quién vivirla. Y no me refiero solo a la pareja romántica, también aplica este proceso a nuestros amigos y a aquellos con quienes hemos elegido libremente compartir nuestro valor más precioso.

Quien no te valora, no te merece. Quiérete y no andes regalando tu tiempo y tu amor a quien te desprecia. Cuánto te valoran se muestra con actos, no sólo con palabras, los cuales deben ser consistentes y concordar. Al apoyar a los seres que amamos, personas de gran importancia para nosotros, no lo hacemos por sacrificio. Esa es una gran mentira que muchos repiten afectando subconscientemente su propia estima. Ayudamos a quienes amamos precisamente por que los amamos: representan un valor en nuestras vidas, y velar por ellos es una muestra de nuestra integridad y de que actuamos de manera coherente con nuestra escala de valores. En consecuencia, el que otros ELIJAN (sobra decir libremente) amarnos a nosotros, es resultado de quién hemos decidido ser y un premio GANADO por nuestras virtudes.

Amar es una condición que no tiene discusión, al menos para el ser humano que quiere vivir como tal. Amar es valorar. Depende de nosotros y de nuestras elecciones. Constantemente valorar y buscar ser valorado es su historia, mi historia, la historia de todos. Atesoro mis valores como lo que son: fuente vital de mi felicidad. Mis valores más estimados son personas de carne y hueso, fabulosas y auténticas, honestas… que se han ganado mi amor por nuestras coincidencias y sentidos de vida similares. Se han ganado mi respeto y admiración por sus virtudes. Seres humanos extraordinarios que merecen lo que tienen y aún más que, estoy segura, van a lograr. Mi gente, con la que comparto una visión existencial benevolente y cuyo propósito moral más elevado es el mismo mío: ser feliz. A ustedes, que saben quiénes son, los amo. Gracias por compartir su vida conmigo.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 22 de diciembre de 2014.

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6.18.2012

Ser consciente




Vive despierto. Sé consciente, que es la manera correcta de ser humano. Tal y como nos recordó Fredy Kofman el pasado jueves en una reunión con catedráticos en la Universidad Francisco Marroquín, la acción humana, como la definió Ludwig von Mises, es acción con propósito. Con un propósito común a todos: ser felices. A diferencia del resto de especies, el hombre elige sus fines, es parte de nuestra naturaleza, no lo podemos evitar. Aún dejar que otros elijan por nosotros, es una elección porque lo permitimos y lo acatamos. La charla de Kofman me provocó muchas reflexiones, de las cuales hoy comparto algunas con ustedes.

Solo los individuos pueden ser conscientes, no los colectivos. Los grandes avances de la humanidad serán siempre el producto de la mente y laboriosidad de personas concretas,  las que logran trascender la mediocridad en la cual muchos eligen vivir. Las personas que comparten valores suelen encontrarse y luego alinearse alrededor de estos. Elegimos compartir con aquellos que coincidimos. Así, se caracterizan los grupos de gente. Suele ser cierto el refrán que dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”.

El ser humano necesita elegir sus objetivos y sus valores. Es parte del ser consciente. Por medio de las elecciones que hace una persona podemos conocer cuál es su sentido de la vida. Las acciones sostenidas en el largo plazo, los hábitos de una persona (sus virtudes y, tristemente, también sus vicios) nos muestran quién es. Nosotros mismos nos descubrimos frente a los otros al elegir y actuar.

En el mundo, son pocos los verdaderos ermitaños, los misántropos. El hombre, salvo contadas excepciones, necesita colaborar, cooperar y compartir con otros para alcanzar sus metas, para ser feliz. Pero lo anterior debe darse dentro de un marco de respeto a la vida, la libertad y la propiedad de los demás. Por supuesto, sobra decir que toda persona es libre de elegir con quiénes va a compartir su vida, y qué de su vida va a compartir con cada uno de aquellos a quienes eligió.

Nadie debe ser obligado a dar lo que es suyo a otros. Tampoco debe ser obligado a compartir con aquél que no eligió libremente. Nadie debe ser obligado a mantener a su enemigo. Nadie debe ser obligado a trabajar para aquel que le desea y actúa para causarle mal: para destruirlo. Tenemos el derecho de defendernos de la agresión. No debemos obedecer las reglas que pretenden esclavizarnos. Debemos rebelarnos.

El peor daño que provoca el Estado Benefactor/Mercantilista es el moral. La idea del gobernante actuando como padre de los adultos, distribuyendo lo que es de unos entre los otros a su gusto y antojo, presumiendo del supuesto bien que hace con lo que no es suyo, destruye el tejido ético de la sociedad. Ante este panorama, muchos optan por sentarse a esperar los restos de lo expoliado y con esas migajas sobrevivir, pero nunca vivir la mejor vida posible. Esa que solo se alcanza siendo consciente.

El presente artículo fue publicado el lunes 18 de junio de 2012 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La imagen la bajé de www.larebeliondeatlas.org

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