Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

9.01.2008

La soledad del huérfano



La clave de este escrito no está en el texto. Se lee hacia adentro del lector. Su interpretación va más allá de lo dicho explícitamente. Hermenéutica del texto inédito de nuestra vida, que escribimos en cada instante que se nos va. Y que quede claro: no es ningún texto sagrado. Al contrario, espero que sea profano. Que cuestione el corazón de los prejuicios de toda índole de quienes me leen.

Podría ser un símil, en algunos casos, o una metáfora, en otros, de lo que todos alguna vez hemos sido, como individuos y sociedad. Huérfanos solitarios. ¿Será la soledad, como dice Alfredo Bryce Echenique, una manera incompleta y única de estar en el mundo? ¿Nos percibimos solos, a pesar de pertenecer a una familia, compartir con amigos o encontrarnos emparejados? ¿Cómo es la existencia de quienes no han crecido acompañados por unos padres que mitiguen la experiencia de extrañar al otro que intuimos?

Anoche casi no dormí de tanto pensar. ¿O sentir? ¿Son los sentimientos y las emociones otro producto más de la razón? ¿Alguna vez se han bañado a las 3:30 de la madrugada de un día cualquiera, esperando que el contacto con el agua los haga regresar a la placentera realidad del sueño? ¿Han vivido el despertar de una noche de insomnio? ¿Se han preguntado cómo transcurrirán esa mañana, esa tarde, esa noche en las que pasarán deseando cerrar los ojos para descansar de la pesadilla de no dormir tranquilos? O, simplemente, no dormir. Y tal vez no fue la mía, o la de ustedes, una noche de copas, una noche loca. Sólo una noche de televisión. Una noche ida en un intento fracasado de evasión, de distracción.

Me desvela la hipocresía. Me desvela la mentira. Me desvela la creciente incertidumbre que nos acecha en la esfera pública y que, poco a poco, invade la privada. Me desvela la falta de valentía de quienes no se permiten perdonar y dar una segunda oportunidad a quien admite sus errores y paga las consecuencias de los mismos. Eso, por supuesto, en nuestras relaciones primarias. En las secundarias, es otro el cantar. En este último caso, me quedo con el refrán de “más vale prevenir que lamentar”, y limitar el poder discrecional de quienes deciden por todos sin pagar los platos rotos de sus faltas.

¿A qué tememos? ¿Es el miedo la reacción a un daño posible? ¿Cómo aprender a confiar? ¿No terminamos haciéndonos más daño por ese temor a arriesgar? ¿Somos los principales responsables de nuestro dolor en lo público y lo íntimo? ¿Por qué hay tantos que no se atreven a hacer el esfuerzo mental por aclararse las ideas y, de esa manera, retirar obstáculos de nuestro camino, individual y compartido, en búsqueda de la felicidad? ¿Será que de tanto preguntar corro el riesgo de terminar, como Nietzsche, recluida en el mundo de los cuerdos que fueron capaces de identificar la locura de la mayoría que niega la esencia del ser humano? ¿Es mi obsesión por cuestionar, la culpable de mi orfandad?


Articulo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 28 de julio de 2008. La fotografía se la tomé a Emmanuel el 26 de enero de 2008.

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2.04.2008

Un gran día


Hoy amanecí sintiéndome puro 15 de septiembre: libre e independiente. Redimida. Sin pecados, segura de haber cumplido con la pena impuesta por mis errores. Amanecí escuchando esa vieja canción de Joan Manuel Serrat titulada “Hoy puede ser un gran día”, al cual, sin duda, pienso entrarle como recomienda el cantautor español: “duro, duro, duro con él”.

Al final, aunque suene a consejo de algún libro de motivación personal, “hoy puede ser un gran día imposible de recuperar, un ejemplar único, no lo dejes escapar”. Ansina es: simplemente lo voy a disfrutar.

La vida es un instante que sólo terminaremos de experimentar cuando exhalemos nuestro respiro postrero. Cuando vaciemos nuestros pulmones y nuestro corazón deje de latir. ¿O será cuando nuestra mente deje de trabajar? Sí, es cierto. Creo que la verdadera muerte es la mental. Entonces, ¡cuántos muertos vivientes, zombis caminantes, pululan por nuestro planeta! Creen que viven mientras vegetan, dejándose llevar por la corriente, por el mainstream, sin ni siquiera cuestionarse si otros tienen el derecho de pensar, de decidir y de actuar por ellos. Todo con el ánimo de pertenecer, olvidando el maravilloso ser.

Como escribió Joye A. Norris: “Your brain is amazing. It is so good at learning that to NOT learn requires effort. It has a phenomenal natural memory that is soaking up data 24/7. Your brain is working night and day to make sense and meaning of new information”. Esa información nueva que, al desechar la que consideramos inútil y pasar a procesar, relacionar y comparar la rescatable con conocimientos y datos previamente adquiridos, ya digeridos por nuestra mente, nos permite encontrar salidas creativas y respuestas frescas a algunos de aquellos problemas que teníamos pendientes de resolver. Claro, sin descartar, sino recibir con alegría, las dudas que surjan al avanzar en nuestro deseo de aprender, de conocer y de enriquecer nuestra vida y, muchas veces, nuestro entorno.

Planteo mi existencia entera como un gran día que pienso aprovechar, exprimir, agotar al máximo de mis posibilidades. No lo voy a dejar pasar de largo. No. Viviré mi vida. En fin, de mi depende, de nadie más. Quien realmente me quiera será feliz al saberme feliz, más allá de que siga o no la directriz que otros quisieran para mi.

Opto por cantar con Serrat: “No consientas que se esfume, asómate y consume la vida a granel… Hoy puede ser un gran día donde todo está por descubrir, si lo empleas como el último que te toca vivir. Saca de paseo a tus instintos y ventílalos al sol y no dosifiques los placeres; si puedes, derróchalos. Si la rutina te aplasta, dile que ya basta de mediocridad. Hoy puede ser un gran día date una oportunidad. Que todo cuanto te rodea lo han puesto para ti. No lo mires desde la ventana y siéntate al festín. Pelea por lo que quieres y no desesperes si algo no anda bien. Hoy puede ser un gran día y mañana también”.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 4 de febrero de 2008. La fotografía la tomé el sábado 19 de enero de 2008, desde la casa de la familia de Warren Orbaugh.

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1.04.2008

Fin


Al fin llegó el final de este complicado año 2007. Lo celebro como pocas veces. Y aguardo esperanzada el ciclo que empieza pronto. Sé que sólo es un día más. Apenas unas horas después de que hoy, 31 de diciembre, usted lea mi último escrito publicado este año. Menos de un segundo de diferencia. Un instante que amerita quemar cohetes y festejar la llegada de un nuevo número en el calendario. Y, pecando, sin pena, de común, esa diferencia de horas, minutos, segundos, representará para mí, en esta oportunidad, un alivio. Casi borrón y cuentas nuevas.

Por supuesto que llevo en la valija del viaje de mi vida, un montón de recuerdos y lecciones aprendidas cada día. En un espacio húmedo irán las lágrimas vertidas, y en otro luminoso, las risas distendidas. Todas fruto de mi deseo de vivir intensamente cada momento irremplazable de mi existencia. Míos, sólo míos. Yo, sólo yo elijo con quiénes y cuándo compartirlos.

En ese equipaje van mis equivocaciones y aciertos. También, ineludiblemente, empaco los costos pagados por alcanzar mis metas. Y los sacrificios exigidos por mis errores. Guardo mis miedos enfrentados, la mayoría de estos superados, y mis alegrías, algunas veces encontradas, y otras simplemente disfrutadas.

Este año que muere, mi Papaché, mi admirado abuelo, hubiera cumplido cien años de nacido. Sin embargo, sin la luz de sus días, mi Mamatita, él prefirió no vivir. Qué cosa. Ejemplo de un verdadero amor eterno. Una muestra de que existe esa coincidencia de valores en el largo plazo que permite a dos personas en su unicidad, compartir sus vidas. Genial concepto aristotélico del más comentado y menos entendido sentimiento humano.

En la esfera pública que compartimos todos, sin conocernos, termina un gobierno mediocre, como la mayoría de los que lo antecedieron: una administración del ficticio Estado, de apariencias benefactoras, que nos deja más amolados que antes, pagando más impuestos y sin seguridad ni justicia. Claro, más allá de las ilusiones frustradas de unos cuantos, y los dineros de los tributarios que se embolsaron los miembros del exclusivo círculo de gente relacionada con el ejercicio del poder, desde burócratas hasta rentistas, pasando por oportunistas y mercantilistas privilegiados.

En fin, este año que pasa también me deja, entre otras cosas que llevo en el baúl, muchos amigos más, que desde el centro de la urbe, y directo al centro de mi corazón, me han confirmado que, independientemente de las circunstancias que encontremos en nuestro camino, el fin último de nuestra existencia, ser felices, depende de nosotros y las decisiones que tomemos ante los retos con los que nos topemos.

Bienvenido incierto 2008, con nuestros nuevos gobernantes, con viejas mañas. Bienvenida temporada de nuevas aspiraciones, sustentadas en enraizados principios, materiales primarios de la maleta que contiene mi ayer, mi hoy y el espacio justo para mi mañana.

Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 31 de diciembre de 2007. La fotografía la tomé a mediados del ciclo que termina, desde la azotea que me permite, de vez en cuando, asomarme a la urbe en la cual paso gran parte de mi vida, la ciudad de Guatemala.

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3.01.2007

Catarsis en el intervalo




Todos los hoy vivos, que un día pasado nacimos y un día futuro vamos a morir, (como les sucedió a nuestros antepasados que ya pasaron, según algunos, a mejor vida) decidimos frente a las circunstancias y actuamos a partir de esas decisiones.

Decisiones que marcan la diferencia entre el intervalo personal y el intervalo de los otros. El intervalo entre estos dos hechos ineludibles, inevitables: respirar y expirar.

¿Qué vamos a hacer con ese espacio de tiempo? ¿Lo aprovechamos o desperdiciamos? ¿Cuáles van a ser los parámetros para medir lo anterior? ¿Quién decide si soy feliz o no? ¿Uno mismo, los demás? ¿Puede existir una mezcla de ambos? ¿Existe el equilibrio? ¿Privilegiamos nuestro parecer y placer? ¿O al revés, vivimos según los dictámenes de los demás? Total, serán respuestas que no podrán evitar el juicio de valor individual.



Estoy harta de la política. Estoy harta de los abusos de poder. Estoy harta de tanta miseria. Y a pesar de tanto hartazgo, escribo. Vivo. Intento ser feliz en mi tiempo. En fin, vivo.

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