Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

12.31.2012

El eterno retorno del año nuevo




Cada trescientos sesenta y cinco días, trescientos sesenta y seis en año bisiesto, regresamos el calendario al 1 de enero, cambiando nada más el último dígito del año. Al menos esa es la costumbre en occidente (hoy en casi todo el mundo) desde 1582, cuando Ugo Buoncompagni, el máximo jerarca de la iglesia católica en esa fecha, más conocido como Gregorio XIII, sustituyó el calendario juliano (vigente desde el año 46 a. C.,  instaurado por Julio Cesar) por un cálculo más adecuado con el año trópico, aunque haya utilizado como excusa del cambio la adecuación al calendario litúrgico. ¡Cuánto poder tenía el Papa en esos tiempos que decidió cuál sería la medida que utilizaríamos para contabilizar nuestra vida!

Pero, más allá de mis consideraciones anteriores las cuales podrían ser tema de otro escrito, al punto que quiero llamar la atención suya es al tema del eterno retorno. Por supuesto, aclaro por cualquier cosa, que no dudo de que el tiempo es lineal y que nuestra vida avanza, si lo podemos decir de tal manera, hacia adelante, nunca hacia atrás. Sin embargo, reconozco la necesidad que tenemos la mayoría de humanos, sino todos, de principios y finales. Total, así es nuestra existencia misma, de la cual conocemos cuando inicia, pero no cuando termina. Con la excepción de aquellos que deciden cuándo terminarla. Como yo me atrevo a asegurar que es poco probable, improbable a mi parecer, de que alguna vez llegue a pertenecer al anterior grupo mencionado, mi ocupación primera es en cómo vivo cada instante de mi vida.

Y son los finales de períodos los que nos permiten analizar lo que hemos hecho, recordar los éxitos logrados y analizar nuestros fracasos con el objetivo de encontrar los motivos por los cuales fallamos en el intento, si es que aún estamos interesados en alcanzar las metas pendientes. Varios haremos este ejercicio con alguna especie de orden lógico. Otros, aunque no lo planifiquen, no podrán evitar pensar en su vida, a pesar de que se encuentren inmersos en las celebraciones propias de estas fechas. Nuestra voz interior es la voz que nunca calla. Hay quienes, quizá muchos, que arrogantemente se la adjudican a un ser divino. Otros, talvez pocos, reconocemos que somos nosotros mismos con quien dialogamos eternamente (eternidad finita), retornando constantemente a las preguntas necesarias para vivir (“¿Dónde estoy? ¿Cómo puedo saberlo? ¿Qué debería hacer?”, Ayn Rand, “Filosofía, ¿quién la necesita?”). Y, la más importante de todas las preguntas: ¿por qué vivir?

Todos queremos ser felices. No todos lo logran. ¿Dónde está el error? Solo cada uno de nosotros lo puede encontrar. Eso sí, contamos con la misma, llamémosla herramienta, para hacerlo: la razón, la facultad que nos permite conocer y entender la realidad. Si todos perdieran el miedo a usarla y superaran la confusión conceptual a la cual la han condenado aquellos que no quieren que pensemos… ¡qué diferente sería la vida de todos!

En fin, regreso al principio: desearle un exitoso año 2013.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 31 de diciembre de 2012. La fotografía la tomé el 29 de diciembre de 2012 en las playas de Monterrico (Guatemala). La edité hoy, lunes 31 de diciembre de 2012.

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1.04.2008

Fin


Al fin llegó el final de este complicado año 2007. Lo celebro como pocas veces. Y aguardo esperanzada el ciclo que empieza pronto. Sé que sólo es un día más. Apenas unas horas después de que hoy, 31 de diciembre, usted lea mi último escrito publicado este año. Menos de un segundo de diferencia. Un instante que amerita quemar cohetes y festejar la llegada de un nuevo número en el calendario. Y, pecando, sin pena, de común, esa diferencia de horas, minutos, segundos, representará para mí, en esta oportunidad, un alivio. Casi borrón y cuentas nuevas.

Por supuesto que llevo en la valija del viaje de mi vida, un montón de recuerdos y lecciones aprendidas cada día. En un espacio húmedo irán las lágrimas vertidas, y en otro luminoso, las risas distendidas. Todas fruto de mi deseo de vivir intensamente cada momento irremplazable de mi existencia. Míos, sólo míos. Yo, sólo yo elijo con quiénes y cuándo compartirlos.

En ese equipaje van mis equivocaciones y aciertos. También, ineludiblemente, empaco los costos pagados por alcanzar mis metas. Y los sacrificios exigidos por mis errores. Guardo mis miedos enfrentados, la mayoría de estos superados, y mis alegrías, algunas veces encontradas, y otras simplemente disfrutadas.

Este año que muere, mi Papaché, mi admirado abuelo, hubiera cumplido cien años de nacido. Sin embargo, sin la luz de sus días, mi Mamatita, él prefirió no vivir. Qué cosa. Ejemplo de un verdadero amor eterno. Una muestra de que existe esa coincidencia de valores en el largo plazo que permite a dos personas en su unicidad, compartir sus vidas. Genial concepto aristotélico del más comentado y menos entendido sentimiento humano.

En la esfera pública que compartimos todos, sin conocernos, termina un gobierno mediocre, como la mayoría de los que lo antecedieron: una administración del ficticio Estado, de apariencias benefactoras, que nos deja más amolados que antes, pagando más impuestos y sin seguridad ni justicia. Claro, más allá de las ilusiones frustradas de unos cuantos, y los dineros de los tributarios que se embolsaron los miembros del exclusivo círculo de gente relacionada con el ejercicio del poder, desde burócratas hasta rentistas, pasando por oportunistas y mercantilistas privilegiados.

En fin, este año que pasa también me deja, entre otras cosas que llevo en el baúl, muchos amigos más, que desde el centro de la urbe, y directo al centro de mi corazón, me han confirmado que, independientemente de las circunstancias que encontremos en nuestro camino, el fin último de nuestra existencia, ser felices, depende de nosotros y las decisiones que tomemos ante los retos con los que nos topemos.

Bienvenido incierto 2008, con nuestros nuevos gobernantes, con viejas mañas. Bienvenida temporada de nuevas aspiraciones, sustentadas en enraizados principios, materiales primarios de la maleta que contiene mi ayer, mi hoy y el espacio justo para mi mañana.

Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 31 de diciembre de 2007. La fotografía la tomé a mediados del ciclo que termina, desde la azotea que me permite, de vez en cuando, asomarme a la urbe en la cual paso gran parte de mi vida, la ciudad de Guatemala.

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