Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

4.22.2011

El tiempo es vida


¿Será todo lo que precisamos? ¿Acaso necesitamos de algo más? ¿Cuál es la cantidad ideal de tiempo? ¿Depende de cada uno de nosotros? ¿Se mide en segundos o en experiencias o en conocimiento? ¿Necesitamos de los tres para ser quien decidimos ser?

Según mis padres y mi memoria, desde que era apenas una cría hago uso de la razón. O intento hacerlo la mayor parte del tiempo. Soy consciente desde mis primeros años de que aquel minuto que pierdo, es un minuto que no volveré a vivir jamás. Vendrán muchos más, al menos eso espero, pero ese instante que dejé ir sin sentir, ese no lo voy a restituir. Los hubiera, me enseñó alguien a quien amo inmensamente, no existen. Puedo pagar las consecuencias de mis errores, corregir mis equivocaciones, pero nunca borrarlas. Eso sí, puedo perdonarlas.

Por supuesto, lo anterior no quiere decir que pase los días inmersa en mi actividad laboral, la que comúnmente identificamos con la vital virtud de producir para vivir de nuestro esfuerzo y no de la producción de otros. Reconozco que es una importante tarea si queremos progresar y no vegetar. Pero, en mi caso, el momento que más disfruto, el clímax de mis días, es ese que tantos han confundido con el vicio del vago. Me refiero al momento del ocio. O, como bien explica mi valorado Aristóteles en la obra “Ética a Nicómaco”, el tiempo de la contemplación. El tiempo del máximo placer. El tiempo de la felicidad plena.

El tiempo ido, una vez ha sido vivido, pasa a enriquecer ese equipaje que llevo a todos lados: mi pasado. Riqueza que espero nunca perder. Lo que trae a mi mente un cuento breve del escritor egipcio Naguib Mahfuz, ganador del premio Nobel de Literatura de 1988. El primer escritor en lengua árabe en recibir tal galardón. Un cuento titulado "Una broma de la memoria" que encuentran en “Diálogos del atardecer”, el cual reproduzco para ustedes: "Vi a una persona enorme, con un estomago tan grande como el océano y una boca capaz de tragar un elefante. Le pregunté anonadado: - ¿Quién eres? A lo que respondió sorprendido - Soy el olvido. ¿Cómo es que me has olvidado?" Maravilloso. Cada vez que lo leo me cautiva de nuevo. Soberbio escrito que, en su aguda simpleza, nos recuerda la trascendencia del recuerdo. Esos hechos que ya vivimos, nosotros los que vivimos. Lo que fuimos. La base de quien somos. El origen de quien seremos.

Lo que ustedes leen hoy, cualquier día que sea en su vida, yo lo escribo en la mañana de un lunes monocromático. El lunes 27 de septiembre de 2010, en el cual el gris prevalece por encima del celeste que suele identificar al cielo. Me atrevo a decir que por la tarde voy a extrañar los celajes de variados colores que pueden ir desde el violeta profundo, pasando por los intensos rojos y terminando en suaves rosados. El gris, color que aparece en pocas ocasiones en la infinita variedad de colores con que veo mi presente. Colores que en su mayoría han dado sentido a mi historia. Colores que simbolizan mi esperanza en el futuro.

Y como al fin, escribir en este espacio bautizado con el nombre de “Le Haim” (el tradicional brindis hebreo que traducido al español sería lo mismo que decir “por la vida”) significa para la autora, yo misma, un dar tiempo mío a ustedes, vida mía para mis lectores, deseo terminar con dos versos (el primero y el tercero) del poema 46 de “Canto a mi mismo” de uno de tantos poetas espléndidos que he elegido para vivir mi tiempo, Walt Whitman:


"Lo mejor del tiempo y del espacio es mío,

del tiempo y del espacio que nunca se han medido,

del tiempo y del espacio que nadie medirá.

Nadie, ni yo ni nadie, puede andar este camino por ti,

tú mismo has de recorrerlo.

No está lejos, está a tu alcance.

Tal vez estás en él sin saberlo, desde que naciste,

acaso lo encuentres de improviso en la tierra o en el mar”.


Vida mía, ¡cómo me gustas!


Este artículo fue publicado en la Edición 27 de la Revista nuChef, correspondiente al bimestre septiembre – octubre de 2010. La fotografía la tomé desde la cumbre de la Danta en el Reino de Kan, el 21 de julio de 2007.

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4.11.2011

Yo soy John Galt


El próximo jueves 14 de abril se estrena en Estados Unidos la esperada primera película de tres inspiradas en la novela más célebre de la filósofa objetivista Ayn Rand: “Atlas Shrugged”, conocida en español como “La rebelión de Atlas”. Para quienes ven con temor la lectura de esta historia épica de más de 1100 páginas, la anunciada cinta ha generado mucha inquietud. Finalmente sabrán de qué trata el segundo texto más influyente en los Estados Unidos, después de la Biblia.

Para quienes hemos devorado el texto, sufriendo con los protagonistas, Dagny y Hank, su proceso de cambio, preguntándonos quién es esa especie de fantasma llamado John Galt que aparece hasta bastante avanzada la historia, la llegada a la pantalla grande de estos grandes nos llena de alegría. Sea en Estados Unidos o sea en Guatemala, espero verla lo más pronto posible. Por supuesto, espero que algún visionario empresario, propietario de salas de cine en nuestro país, permita que podamos gozar del filme en nuestro terruño.

“Son las personas racionales quienes hacen posible que los brutos gobiernen el mundo… Toda persona tiene el poder para elegir, pero ningún poder para escapar de la necesidad de la elección”. Ayn Rand. John Galt. Marta Yolanda Díaz-Durán. ¿Usted?

Como enseña uno de mis filósofos preferidos del siglo diecinueve, Friedrich Nietzsche, en una de sus obras más importantes “Also sprach Zarathustra. Ein Buch für Alle und Keinen” (Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie), el superhombre (que podemos ser todos, si así lo decidimos) es aquel que logró vencerse. El ser apasionado que gobierna sus pasiones. El creador que, dirigido por su razón impulsada por su pasión, decide usar sus capacidades creativas y crear. Creación que comienza por su obra magna: él mismo. Mientras, el “último hombre” es aquella criatura conformista que, siendo lo opuesto al superhombre, carece de toda creatividad: el que, incapaz de gobernarse a sí mismo, desea gobernar al resto.

Hoy leo de nuevo ambos libros: no simultáneamente (acción imposible) pero sí, metafóricamente hablando, al mismo tiempo. Y cada capítulo que termino de cualquiera de los dos llena mi mente de sueños posibles si tan solo más se animaran a cuestionar el statu quo. Cuestionar sus paradigmas y reconocer la realidad humana y su entorno. Según Nietzsche, en boca del legendario Zoroastro, para terminar con el sufrimiento, el ser humano debe pensar. Si no usamos nuestra razón, lo más probable es que no alcancemos tal objetivo. Usarla aumenta las posibilidades de lograrlo.

¡Qué cierto es el principio de acción básico enunciado por Rand y articulado por John Galt! Juramento que ya hace años hice mío: “I swear by my life and my love of it that I will never live for the sake of another man, nor ask another man to live for mine”. Si cada uno de nosotros asume responsablemente su vida, la existencia de todos sería mejor. Fui, soy y seré John Galt.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de abril de 2011. La fotografía la tomó María Dolores Arias el 21 de julio de 2007, para recordar la primera vez que conquisté la pirámide más alta del mundo: la Danta en el Reino de Kan (El Mirador, Guatemala). En esa aventura me acompañó mi lectura de ese tiempo: “La Rebelión de Atlas". Era la primera vez que leía esta novela fundamental. Ambas cumbres (La Danta y Atlas Shrugged) ya las he escalado exitosamente en dos ocasiones más.

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3.09.2009

Desde el Reino de Kan

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