Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

3.26.2018

El desborde del poder



Con tanta legislación, en la era de la supuesta lucha contra la corrupción, ¿cuánto tiempo podremos aguantar hasta el desborde del poder? Porque, a menos que logremos parar la legislorrea de la cual adolece el Congreso, y se comience a deslegislar, la situación no va a mejorar. Por el contrario, solo puede empeorar.

Bien lo explicó Andrew Hamilton en 1735, en “El juicio de John Peter Zenger”: “El poder se puede comparar con un gran río. Si bien se mantiene dentro de sus límites, puede ser hermoso y útil. Pero cuando se desborda, es demasiado impetuoso para frenar; arrasa con todo lo que está delante de él, y trae destrucción y desolación donde sea que venga”. Un aterrador símil. Más en países como el nuestro en el cual el poder atrae a los peores representantes de nuestra sociedad.

¿Se ha preguntado qué pasa cuando los resentidos y los envidiosos llegan al ejercicio del poder? ¿O lo ejercen de hecho desde la abstracta sociedad civil, por medio de grupos de presión políticamente correctos? ¿Qué sucede con las condiciones de vida del resto, descontando de estos a los amigos y familiares de los gobernantes? ¿Cómo afecta al ciudadano sin influencias, con miedo a expresarse, apático ante una situación que en el menos malo de los escenarios se estanca? ¿Qué les sucede a las personas que arriesgan, que invierten, que intentan crear riqueza? ¿Cómo acaban aquellos que son exitosos gracias a su propio esfuerzo mental y físico? ¿Quiénes terminan manteniendo a los que ostentan el poder y a su círculo cercano?

Para evitar el desborde del poder y la destrucción que éste trae consigo, debemos regresarlo a su curso limitándolo. Para alcanzar tal meta, es necesario entender que el objetivo de la LEY no es privilegiar a grupos específicos (familia, mujeres, indígenas, homosexuales, etcétera) El objetivo de la Ley es velar porque se le reconozca a cada persona lo que le corresponde, lo que asegura la convivencia pacífica y respetuosa dentro de una sociedad. Para eso, más que legislación o mandato específicos para beneficiar a unos a costa de otros, la LEY debe ser igual para todos, sin distinción de sexos, etnias, preferencias, etcéteras.

Hamilton recomienda que “si, entonces, esta es la naturaleza del poder, hagamos al menos nuestro deber, y como los sabios que valoran la libertad, empleemos nuestro máximo cuidado para apoyar la libertad, el único baluarte contra el poder sin ley, que en todas las edades ha sacrificado a su salvaje lujuria e ilimitada ambición la sangre de los mejores hombres que jamás hayan existido". ¿Qué estamos haciendo para salvaguardar nuestra libertad y nuestros derechos individuales del desborde del poder?


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 26 de marzo de 2018.

Etiquetas: , , , , , , ,

9.25.2017

Los corruptistas



Se parecen a los extorsionistas. Acusan a quienes no coinciden con ellos en su supuesta lucha contra la corrupción de pertenecer a oscuras organizaciones criminales, de ser parte de la oligarquía explotadora, de ser corruptos… y de cualquier sandez que se les ocurra a sus emotivas cabecitas. ¡Ah! Quiero mencionar la ridícula ocurrencia de acusar a quienes cuestionan los abusos por parte de miembros de la CICIG de vendidos al ¿Mariscal Zabala? O sea, a un edificio inanimado, en lugar de tener al menos los cojones de mencionar a Otto Pérez Molina y a otros que lo acompañan en el mentado cuartel convertido en cárcel. En fin, una sarta de tonterías y falacias que no intentaré listar ya que rebasan el espacio de cualquier artículo de tamaño promedio.

En mi caso, pues SÓLO me hago responsable de lo que YO digo y de lo que YO hago y NO de lo que otros interpreten y menos de lo que digan que dije o hice, dejo CLARO que estoy en contra de TODO abuso de poder, independientemente de quién sea el señalado, y sus consecuencias que INCLUYEN la corrupción en sus distintas expresiones. Hecho que es obvio para quienquiera que haga el esfuerzo mental por aclararse las ideas y para aquellos que han seguido mi trayectoria en los diecinueve años que llevo de ejercer el periodismo.

No me amedrentan los bullies. A estos los enfrento dando la cara y el nombre, si ellos también los dan. A los que actúan en las redes sociales por medio de cuentas falsas, escondiéndose detrás de seudónimos, los ignoro. Al final, son cobardes que sólo pueden actuar en mara o en el anonimato, pero en el momento que alguien se les planta y los expone como lo que son, irracionales resentidos, se achicopalan y no les queda más que recurrir al insulto. Pobre la gente que les hace el coro y terminan convirtiéndose en los peones de los saqueadores de los grupos de presión.

Comparto la opinión de Fernando Savater de que muchos de los más críticos con la corrupción, en especial si sólo se han dedicado a la política, no se indignan por integridad, sino por deshonestidad contrariada: no perdonan a los corruptos haberse aprovechado de una ocasión que a ellos no se les ha ofrecido. “Entre los que van a la puerta de los tribunales a chillar contra los encausados hay algunos personalmente perjudicados, sin duda, pero creo que la mayoría van como maletillas olvidadas, a pedir una oportunidad…”. No buscan limitar el ejercicio del poder arbitrario de los gobernantes y funcionarios. Por el contrario, esperan ampliarlo con la esperanza de que algún día sean ellos quienes lo ejerzan.

Pero, a fin de cuentas, no es a ellos a quienes me dirijo en mis escritos y mis programas. A mí me interesa reflexionar e intercambiar ideas con personas que, como yo, buscan la verdad, que son honestas y quieren vivir en una sociedad donde prevalezca la justicia y el respeto mutuo. Personas productivas que no pretenden vivir a costa de nadie y que cada vez tienen más claro que debemos limitar el poder para acabar con la corrupción y los abusos en general.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 25 de septiembre de 2017.

Etiquetas: , , , , , , ,

3.13.2017

El refugio inseguro



El refugio inseguro es el Estado visto como una especie de ser inmaterial, capaz de satisfacer todas nuestras necesidades. Una especie de padre imaginario todopoderoso, una contradicción aceptada por muchos. Y más peligroso es aún, cuando se pretende que los gobernantes, en nombre de tal abstracción, se hagan cargo de las demandas de la mayoría, que rara vez son satisfechas, ya que tales obligaciones son contrarias a la naturaleza del gobierno. Todavía peor, son contrarias a la propia naturaleza del hombre.

Es por eso que, en lugar de vivir mejor cada día de manera sostenida, entre más intervienen los gobernantes en nuestras vidas, mayores son las miserias que encontramos en el camino. Es por eso que ese Estado Benefactor atrae a los peores representantes de nuestra sociedad. Es por eso que los gobernantes terminan aliándose con los grupos de presión que proliferan en ese Estado, una alianza que termina violentando los derechos individuales del resto.

Un ejemplo tremendo de lo anterior es la tragedia del miércoles pasado en el mal llamado hogar seguro, en el cual habían muerto al momento que escribo estas líneas 37 jóvenes mujeres cuya vida, desde que nacieron, fue más difícil que para muchos. Abandonadas y/o violentadas por sus padres y, para colmo de males, condenadas por burócratas nacionales e internacionales a existir precariamente bajo la tutela del Estado. Sí, condenadas a no ser adoptadas por aquellos que podrían haberles brindado un hogar amoroso en el cual se hubieran podido desarrollar. Condenadas a vivir en un infierno y morir en la hoguera por quienes no escucharon que el camino que lleva a tal destino está empedrado de buenas intenciones.

El origen de esta tragedia en particular es fácil de encontrar: la ley antiadopciones que se aprobó hace una década durante el gobierno de Óscar Berger. El, la gente que la promovió y los diputados que la aprobaron deben de ser señalados como responsables. Pero también los son todos aquellos que aplaudieron una medida que, con un poco de esfuerzo mental que hubieran hecho por aclararse las ideas, habrían previsto las consecuencias en el largo plazo de otorgar más poder a los gobernantes, hacer las adopciones casi imposibles e institucionalizar a los huérfanos. Se preocuparon más por lo que podrían ganar algunos de los involucrados, que por el bienestar de los niños abandonados y/o maltratados.

Lamento haber estado en lo correcto hace 10 años cuando escribí lo siguiente: “¿Cómo puede alguien creer, conociendo la ineptitud de los gobernantes en cumplir con sus funciones primordiales, que estos van a saber qué es mejor para los huérfanos? ¿Gente que sólo le interesa robar nuestros impuestos?... Si entran en vigencia las leyes que centralizan la adopción, en lugar de poner un alto a los supuestos actos criminales denunciados, los multiplicarán, junto con la corrupción que va a acarrear la discrecionalidad que le otorguen a los burócratas a cargo”. Llegó la hora de corregir de raíz el error. La ley antiadopciones debe ser derogada.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 13 de marzo de 2017.

Etiquetas: , , , , , , , , , , , , , ,

1.30.2017

Trump, ¿manipulador o fanfarrón?



O ambas cosas, entre muchas más. El tiempo lo dirá. A pesar de lo sensacionalistas y arbitrarias de algunas de las medidas adoptadas por el nuevo Presidente de EE.UU., considero que aún es demasiado pronto para pronosticar qué va pasar durante los cuatro años de gobierno de Donald Trump. Lo que sí puedo asegurar a la fecha, es que Trump logró acaparar la atención de la mayor parte del mundo con apenas unos días en el ejercicio del poder. Y logró que la mayoría de analistas reconocieran que “ha sido coherente y está cumpliendo sus promesas de campaña”. Ahora, que esas promesas supuestamente cumplidas prosperen en el largo plazo no depende del Presidente: la última palabra la tendrán el Congreso y la Corte Suprema de Justicia.

Sin embargo, ya ante sus votantes, Trump cumplió, según lo repetido por muchísimos expertos tanto en EE.UU. como en el resto de países del mundo. Como dijo Joseph Goebbels: “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”. Y, como el mismo Trump enseña en su libro “The art of the deal” (1987), a la hora de negociar es importante el bluff: alardear para que la contraparte ceda. En fin, lo crucial es que aunque después las instituciones republicanas se traigan abajo algunas de las locuras ejecutadas por Trump, ya este logró lo que quería: un reconocimiento público de que sí cumple lo que dice.

Pienso, sin dejarme llevar por la emoción generalizada, que las preguntas que debemos hacernos son las siguientes: ¿Puede Trump aumentar los aranceles o terminar tratados de comercio internacionales sin autorización del Congreso de EE.UU.? ¿Es cierto que le declaró la guerra a los inmigrantes? ¿Es factible el muro? ¿Es el muro una distracción? ¿Distracción de qué? ¿Por qué los inversionistas de todo el mundo que cotizan los mercados estadounidenses han reaccionado favorablemente a los primeros días de gobierno de Trump? ¿Por qué el Dow Jones alcanzó marcas históricas?

Como reza la Constitución estadounidense en la 4ta sección del Artículo IV: “Los Estados Unidos garantizarán a todo Estado comprendido en esta  Unión una Forma Republicana de Gobierno”. Así que repito lo expresado en mi artículo “Trump y la República”, publicado el 14 de noviembre de 2016: “para el bienestar de todos, Estados Unidos continúa siendo, primordialmente, una República, basada en un sistema de pesos y contra pesos claramente definidos, una división territorial y normativa federal independiente del gobierno central, una declaración universal de respeto a los derechos individuales contenida en su Constitución, el compromiso con la igualdad de todos ante la Ley y el sometimiento al cumplimiento de esa Constitución asegurado por su control judicial (Judicial Review), una importante expresión del balance de poderes que sostiene la República estadounidense”.

Es una verdadera República la que protege a los ciudadanos de los abusos de poder de sus gobernantes, sin importar quiénes estos sean. Larga vida a la República.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 30 de enero de 2017.

Etiquetas: , , , , , , , , , ,

9.05.2016

El terror de los inocentes



El viejo refrán según el cual quién nada debe nada teme, no aplica en sociedades como la nuestra, donde el poder del que gozan los gobernantes es casi ilimitado y, para colmo de males, la mayoría cree que éstos deben intervenir en prácticamente toda faceta de la acción humana. En tales condiciones, que los inocentes no deben temer es un juicio falso. Un gobierno con posibilidad de decidir sobre nuestras vidas y propiedades, que convierte casi en una ficción nuestro derecho a la libertad, es contrario a la moderna idea republicana cuya única razón de ser del gobierno es velar precisamente por los derechos individuales de todos.

En un país de todopoderosos gobernantes, ya sea que gobiernen dando la cara o tras bambalinas, cualquiera, en cualquier momento, haya o no violado los derechos de otros, haya o no cometido un delito o un crimen, puede ser detenido y encarcelado sin ningún miramiento y en franca violación del debido proceso. Se violan los derechos de la mayoría, con la venia de muchos y rara vez se escucha a la misma víctima reclamar respeto. Se violan todos los días. Los violan los delincuentes, los criminales y los mismos gobernantes azuzados por los líderes de los grupos de presión que en la mayor parte de los casos sólo se representan a sí mismos.

Hasta Pierre-Joseph Proudhon, a quien nadie puede acusar de ser liberal o capitalista, en “Idea General de la Revolución en el siglo XIX”, publicada en 1851, escribió: “Ser gobernado significa ser observado, inspeccionado, espiado, dirigido, sometido a la ley, regulado, escriturado, adoctrinado, sermoneado, verificado, estimado, clasificado según tamaño, censurado y ordenado por seres que no poseen los títulos, el conocimiento ni las virtudes apropiadas para ello. Ser gobernado significa, con motivo de cada operación, transacción o movimiento, ser anotado, registrado, contado, tasado, estampillado, medido, numerado, evaluado, autorizado, negado, endosado, amonestado, prevenido, reformado, reajustado y corregido”.

Continúo con Proudhon: “Es, bajo el pretexto de la utilidad pública y en el nombre del interés general, ser puesto bajo contribución, engrillado, esquilado, estafado, monopolizado, desarraigado, agotado, embromado y robado para, a la más ligera resistencia, a la primera palabra de queja, ser reprimido, multado, difamado, fastidiado, puesto bajo precio, abatido, vencido, desarmado, restringido, encarcelado, tiroteado, maltratado, juzgado, condenado, desterrado, sacrificado, vendido, traicionado, y, para colmo de males, ridiculizado, burlado, ultrajado y deshonrado ¡Esto es el gobierno, esta es su justicia y esta su moralidad!”.

Varios de quienes nos damos cuenta del camino que andamos optan por hacer la maleta e irse a vivir a otro lado, con la expectativa de que van a vivir mejor. Otros, nos quedamos a dar la batalla, con la esperanza de que más despierten de la pesadilla del Estado Benefactor/Mercantilista y, finalmente, podamos cambiar de manera radical el sistema en el cual vivimos hoy.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 5 de septiembre de 2016.

Etiquetas: , , , , , , ,

5.30.2016

Democracia o República

"Los Estados Unidos no es una democracia. Es una república. En una democracia, la mayoría impera. En una república todo individuo es protegido de la mayoría".


La democracia y la república son incompatibles. Sólo puede prevalecer una de las dos formas de gobierno porque son contrarias desde su mismo origen. Tanto Platón como Aristóteles lo entendieron bien y ambos plantearon en sus respectivos trabajos sobre la política lo que consideraban la mejor opción para sustituir a la democracia, la cual le permitió a la mayoría condenar a muerte a Sócrates nada más porque no les parecía lo que les enseñaba a sus discípulos. De las dos propuestas, considero que la correcta es la aristotélica, que describe una forma de gobierno similar a la que hoy conocemos como república.

Lamentablemente, después de alrededor de mil años de oscuridad intelectual, donde el placer de pensar quedó reservado a unos pocos, algunos de los primeros que se atrevieron a pensar fuera del clero, previo y durante el período de la ilustración, confundieron ambas formas de gobierno. Y, ante el abuso de poder de los señores feudales, de los reyes, de la nobleza y de los religiosos, dispusieron que lo ideal fuera darle el poder a la mayoría, ignorando que también la mayoría se puede equivocar y cometer abusos, si las reglas que prevalecen privilegian lo que muchos desean frente a los derechos individuales de todos. Y es en este punto donde radica la diferencia básica entre la democracia y la república. 

En la democracia, al menos en la teoría, la minoría electa para gobernar hace lo que la mayoría quiere. En la república, se respetan y protegen los derechos individuales de todos. Cuál es la forma de gobierno justa y correcta dependerá de la que sea la función de los mandatarios/gobernantes: ¿velar por el interés de unos en detrimento de los derechos de otros? ¿O proteger a todos de los actos delincuenciales y criminales de los antisociales?

El sistema demócrata es el vehículo por el cual llegan al ejercicio del poder los oportunistas y los vividores. También los dictadores, en el peor de los casos. La república por supuesto que también propone como forma de elección el sufragio universal. Aunque considero que en algunos casos (como las elecciones para las cortes) podemos recuperar las elecciones por sorteo que eran propias de la democracia ateniense.


Es importante señalar que el poder arbitrario, discrecional y casi ilimitado que otorga el estatismo, promovido por muchos con la excusa de atender las necesidades de los más pobres y corregir supuestas inequidades, es la fuente de toda corrupción. El abuso del poder es lo que podemos esperar cuando se pervierten las funciones del gobierno y se traicionan los principios republicanos. Ni usted, ni yo ni nadie tenemos el derecho de violentar el derecho de otros de ninguna manera. Aunque fuéramos una mayoría, eso no nos faculta para violentar los derechos de la minoría, recordando siempre que la minoría más pequeña es UN solo individuo. Esa minoría podemos ser usted, yo o cualquiera. En Guatemala impera la democracia. Que a nuestra nación se le llame república, no quiere decir que lo sea.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 30 de mayo de 2016.

Etiquetas: , , , , , , , , ,