Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

4.23.2018

El fin del financiamiento




Si queremos cambiar las condiciones en la cuales vivimos en Guatemala, para bien de todos los habitantes respetuosos, responsables y productivos, debe prevalecer la razón por encima de la emoción. La discusión debe ser intelectualmente honesta. Motivo por el cual hago mía la aclaración que hace J.J. Rousseau al principio del Libro Tercero de “El contrato social”: “desconozco el arte de ser claro para quien no quiere prestar atención”.

La semana pasada, la Fiscal General, Thelma Aldana, y el titular de la CICIG, Iván Velásquez, presentaron la segunda acusación por financiamiento ilícito en contra del Presidente Jimmy Morales y el partido que le permitió llegar al ejercicio del poder, FCN-Nación. En esta ocasión, los señalan de recibir de varios empresarios del país apoyo financiero anónimo y no declarado para la campaña política de 2015.

Las dos acusaciones contra FCN-Nación suman alrededor de Q15 millones. Si ambas o alguna de estas acusaciones se prueban ante los tribunales de justicia, Jimmy Morales DEBE disculparse por mentir en lo que respecta a cuánto apoyo monetario recibió en su campaña, reconocer sus errores y pagar las consecuencias de éstos, incluidas las multas y las penas que correspondan. Lo mismo aplica a TODOS aquellos que se pruebe que estuvieron involucrados en los hechos mencionados.

Ahora, para emitir juicios justos y verdaderos, debemos delimitar objetivamente el contexto dentro del cual estamos deliberando. Es importante diferenciar los hechos evidenciados (demostrados sin duda razonable) de los chismes y de las falacias (ad hominem, fuera de contexto, generalizaciones, etcétera).

En el caso de las denuncias relacionadas con la política, debemos separar la corrupción de la extorsión: por ejemplo, no es el mismo contexto el caso del Transurbano (robo de impuestos) que el de La Línea (extorsión). Luego, debemos diferenciar los dos anteriores, que implican estar en el ejercicio del poder y abusar de éste para violentar derechos individuales o apropiarse del dinero de los tributarios, del financiamiento a los políticos, el cual se hace, en la mayoría de los casos, con dinero propio.

Después, debemos separar el financiamiento político legítimo (para financiar ideas) del financiamiento espurio (para comprar favores y privilegios). Como bien dijo Velásquez, el problema no es el financiamiento privado: el problema es que éste sea anónimo. Observación correcta dentro del sistema de incentivos perversos que prevalece. El financiamiento se debe separar por quién lo da, por qué lo da y el origen del dinero que se da. Si el apoyo financiero se otorga con el fin de obtener prebendas, algún contrato con el gobierno o continuar descaradamente cometiendo crímenes (en el caso de los narcos y los mareros), este financiamiento debe ser evidenciado y castigado.

Al fin, el financiamiento fraudulento a los políticos es sólo una consecuencia más del sistema estatista e intervencionista que impera. Les dan ese dinero a los politiqueros porque saben que estos tendrán el poder para concederles sus deseos. Y para que este se acabe, se debe reformar radicalmente el sistema político entero, comenzando por la Legislación Electoral y de Partidos Políticos.

Lo que no podemos permitir es que, con la excusa del financiamiento “ilícito”, nos obliguen a los tributarios a financiar a los políticos. El respeto a los derechos individuales de todos, incluye el derecho de cada quien a hacer con su dinero lo que se le antoje, incluido el financiar a un político o a las ideas que un partido declare sostener, sin obligarlo a financiar a otros con quienes no comparte valores.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “El Siglo”, el lunes 23 de abril de 2018.

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9.18.2017

El árbol de la corrupción



De poco sirve podar las hojas del árbol de la corrupción, si este no se arranca de  raíz. De poco sirve cuántos terminan presos, si no se acaba con el origen de la corrupción. Al final, todos terminamos presos de la corrupción, incluidos aquellos que creen que ignorando la realidad todo lo malo que en ésta encuentran va a desaparecer.

¡Ilusos! El ser humano puede ELEGIR actuar contradictoriamente y falsear los hechos, desvirtuarlos, ignorarlos… Pero lo que NO podemos evitar son las consecuencias de esa desacertada decisión. Y, lamentablemente, dentro del sistema político actual no sólo ellos se hacen daño, sino también se lo hacen al resto, aún a quienes valientemente aceptan el reto de buscar la verdad y dar la batalla de las ideas.

La corrupción ha existido desde siempre. Pero, ¿qué es la corrupción? Según el Diccionario de la Lengua Española (DLE), en su cuarta acepción, es la práctica consistente en la utilización de las funciones y los medios de las organizaciones, especialmente las públicas, en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.

Para el filósofo español Fernando Savater, la corrupción consiste en aprovechar la preeminencia social que otorga un cargo público en beneficio propio, personal o partidista, en lugar de en servicio de la comunidad. Según Savater: “Las motivaciones de los corruptos para legitimar a sus propios ojos las fechorías que cometen deben abarcar un amplio registro. En primer lugar, van aquellos para quienes aprovecharse de todo, por poco que sea, es casi una ley moral... Luego están los que creen que prestan servicios tan destacados a la comunidad que se lo merecen todo y más… hay otros que han nacido para el embrollo y la tropelía, para los que la deslealtad es un mórbido placer aunque arriesguen más de lo que pueden obtener: en una palabra, que ‘pagarían por venderse’, como dijo Flaubert”. En resumen, frente al poder, hasta el más honesto se puede corromper, porque falsean el autocontrol por bienintencionado que sea.

¿Se puede acabar con la corrupción? Sí. Entonces, ¿cuáles son los barrotes que nos impiden salir de esa cárcel? Las reglas del juego que los constituyentes y los legisladores nos han impuesto desde 1945. Reglas que pueden y DEBEN ser cambiadas radicalmente, si es que de verdad queremos liberarnos de la corrupción y sus consecuencias. Al fin, la misma corrupción es sólo un resultado más de ese sistema de incentivos perversos al cual hago mención.

¿Por qué es un sistema de incentivos perversos? Porque premia las malas acciones y castiga las buenas. Promueve la corrupción y destruye la moral de la gente. Es un sistema en el que se admira a quien se sale con la suya y acostumbra a mentir y engañar para subsistir. El estatismo intervencionista, que otorga más poder discrecional a los gobernantes, es el origen de la corrupción. Y más intervención estatal no resuelven los problemas: los agrava y, además, facilita la corrupción.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 18 de septiembre de 2017.

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5.08.2017

Brenda y Jabes



Si pudiera despersonalizarlos, serían los representantes de dos estereotipos que muchos aceptan como muestra de lo que es nuestra ¿sociedad?, juicios que no necesariamente comparto plenamente. Sin embargo, no puedo hacerlo. Al pensar en ellos pienso en dos jóvenes cuyas vidas fueron truncadas. Brenda, porque murió violentamente. Jabes porque probablemente va pasar la mayor parte de su existencia en la cárcel. Trato de ser justa y ponerme en los zapatos de ambos.

Primero, pienso en Brenda, la cual nunca va a leer estas líneas que inspira. Pienso en las ideas equivocadas que los adultos a su alrededor le vendieron como el medio para alcanzar sus fines. Aquellos que le hicieron creer que recurriendo a medidas de hecho, en este caso un bloqueo en la Calzada San Juan, iba a conseguir cambios en su escuela. Pienso que Brenda y los otros adolescentes que la acompañaban solo fueron instrumentos para que los adultos que los convencieron de salir a la calle lograran avanzar sus intereses personales, sin importarles las consecuencias de sus acciones y el mal ejemplo que daban a estos muchachos fáciles de manipular por la etapa de la vida en la que se encuentran.

Luego, pienso en Jabes. Veo el vídeo que por siempre nos recordará el momento preciso de la tragedia que se veía venir desde hace años. Veo como pasa primero un vehículo rojo, al cual poca atención se le ha puesto. Vehículo a la par del cual iba Jabes, esperando superar el bloqueo y continuar su camino. Sin embargo, Jabes no tuvo la misma suerte que el otro conductor. Veo en el vídeo cómo los manifestantes se le dejan ir encima y empiezan a golpear el vehículo. Pienso en el miedo que debe haber tenido Jabes, probablemente consciente de que vivimos en un país donde linchar sin vacilar es casi un deporte. Pienso que más que pensar, en ese momento Jabes reaccionó a partir de sus emociones y no pasó por su mente el posible desenlace de su decisión de continuar su viaje.

Pero más allá de la tragedia misma de estas dos vidas truncadas, y muchas más que se han visto afectadas por la tragedia de estos jóvenes, pienso en su origen y cómo esta fue anunciada por algunas cuantas personas, entre ellas yo, tiempo atrás. Uno de los principales problemas que acarrea el sistema de incentivos perversos en el que vivimos es la irresponsabilidad, tanto personal como con la obligación que tenemos de respetar los derechos individuales de los demás.

Es en la idea falsa de que se puede pasar por encima de los derechos de los otros con tal de lograr lo que se desea donde encontramos el germen de esta desgracia y de tantas más a las cuales no se les pone la atención que merecen. Confundir el derecho de todo individuo a manifestarse y protestar, con el delito de violentar el derecho a libre locomoción del resto, tarde o temprano iba a provocar que alguien que no usara su razón y poco le importara la posibilidad de poner en peligro la vida de otros, decidiera dejarles ir su vehículo. Ojalá se haya aprendido la lección, y nunca más vuelva a pasar una tragedia como la de Brenda y Jabes.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 15 de mayo de 2017.

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8.01.2016

La injusticia de la redistribución



Hay quienes creen que pueden redistribuir, arbitrariamente, lo creado por unos a otros. Lo que unos han creado a base de su esfuerzo mental y su esfuerzo físico. Lo que unos han producido con el objetivo de alcanzar las metas que se han fijado en la vida. Riqueza que se han ganado justamente, respetando los derechos individuales de los demás y respetando los contratos que hayan hecho con otros. Riqueza que los redistribuidores, con alma de dictador, creen que tienen el derecho de entregar a otros que no la han ganado.

¿A qué se debe tal arrogancia de los redistribuidores, con disfraz de humildad y aprecio por los desposeídos? Al final, lo único que logran es obstaculizar el camino para superar la pobreza de aquellos con menos recursos, además de promover un sistema de incentivos perversos. Obstaculizan el progreso de todos, en particular el de los más pobres, porque promueven la expoliación de capital a quienes pueden invertir para transformar recursos en riqueza y crear fuentes de trabajo productivo que contribuyan a la mejora en los ingresos reales de todos, incluidos los menos productivos, ya que hasta ellos tendrían más oportunidades de encontrar un empleo.

Promueven el sistema de incentivos perversos que tanto daño a hecho a la moral de muchos. Creen que unos, por ser exitosos, deben sacrificarse por otros, independientemente de si estos otros merecen lo que el redistribuidor pretende entregarles. Todos tenemos necesidades pero, de igual manera, tenemos la responsabilidad personal de satisfacerlas. Es injusto responsabilizar a unos de satisfacer las demandas de otros que, en muchos casos, se conforman con las migajas que les entregan los redistribuidores, después de que el dinero arrebatado a los creadores se pierde en el parasitario aparato burocrático estatal y las cuentas de los gobernantes. Es en estos dos rubros donde termina la mayor parte de la riqueza que, si se hubiera quedado en manos de sus legítimos dueños, hubiera contribuido a la mejora en la calidad de vida de otros, en la medida en la cual cada uno ganara su pan de cada día.

Por cierto, es más importante el esfuerzo mental que el físico, porque de poco sirve hacer enormes esfuerzos físicos, si partimos de un juicio que es falso nunca vamos a alcanzar nuestros objetivos, cualesquiera que estos sean y por más que trabajemos 18 horas al día, todos los días de nuestra vida. El objetivo del esfuerzo mental es el reconocimiento de los hechos de la realidad que nos permite emitir juicios verdaderos.

Circula un "meme" en las redes sociales virtuales que dice: “El envidioso no quiere lo que tú tienes, lo que quiere es que tú no lo tengas”. Y a estas alturas del debate, y con toda la evidencia que prueba que el intervencionismo, el estatismo, el colectivismo y la redistribución sólo obstaculizan el desarrollo, pienso que quien haya escrito la frase mencionada tiene razón. Por supuesto, aparte están los politiqueros oportunistas que saben que la mayor parte de lo redistribuido terminará en sus bolsillos.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 1 de agosto de 2016.

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7.25.2016

El origen de la tragedia venezolana



El origen de la tragedia venezolana es el mismo de la mayoría de tragedias. Un origen que viene del olvido de algunos, de la negación de muchos o del desconocimiento de otros de que las ideas tienen consecuencias. ¿Cuáles eran las ideas que predominaban en la mente de los venezolanos a finales del siglo pasado cuando decidieron apoyar el socialismo promovido por Hugo Chávez y su gente? ¿Cuáles creían que eran las obligaciones de los gobernantes? ¿Sabían que el Estado es sólo una ficción, un ente de razón, un término por medio del cual se identifica a un conjunto de personas, que viven dentro de un mismo territorio y conviven bajo un mismo sistema de normas? ¿Que ese ente de razón, cuya existencia sólo es mental, no puede hacerse cargo de las necesidades de nadie?

¿Sabían los venezolanos a finales del siglo pasado que quienes actúan en nombre del abstracto Estado son aquellos que llegan al ejercicio del poder? Políticos que, en la mayoría de los casos, la gente desprecia por mentirosos, corruptos y ladrones. Políticos que son el producto del sistema de incentivos perversos que fue impuesto en casi todo el mundo en la primera mitad del siglo veinte. En el caso de Guatemala, ese sistema fue adoptado en 1945. Un sistema que proclamó a los cuatro vientos sus buenas intenciones pero que, al final, terminó empedrando el camino al infierno para millones que no lograron superar los obstáculos que pone en el camino para la creación de riqueza y superación de la pobreza.

Más allá de las etiquetas que algunos usan de muletillas, ante la falta de argumentos y evidencias para sostener sus juicios obviamente falsos, lo que aquellos que buscamos la verdad (y entendemos que ésta es una cualidad de los juicios mentales que emitimos, los cuales serán verdaderos si concuerdan con los hechos de la realidad) debemos hacer es enfocarnos en cuáles son las características del sistema dentro del cual convivimos.

El sistema será injusto y de incentivos perversos, independientemente de cómo lo llamen, si el sistema es intervencionista (otorga poder a los gobernantes para inmiscuirse en muchas o todas las actividades humanas y las distintas facetas de la vida de todo individuo), es estatista (los gobernantes, en nombre del Estado, se supone que se hacen cargo de la mayoría o todas las necesidades de la población) y colectivista (se privilegian las demandas de los grupos de presión por encima de los derechos de los individuos).

Los venezolanos de finales del siglo pasado, no se aclararon las ideas ante el fracaso del Estado Benefactor/Mercantilista en su país. Y en lugar de hacer un cambio radical, optaron por radicalizar el intervencionismo, el estatismo paternalista y el colectivismo, apoyando el socialismo impulsado por Chávez. He ahí el origen de la tragedia que hoy los ha llevado a una situación en la cual no tienen ni qué comer. ¿Cuántos hoy en Venezuela entienden el origen de su problema? ¿Cuántos en Guatemala entendemos que caminamos una senda tan peligrosa como la de los venezolanos?


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 25 de julio de 2016.

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7.18.2016

Sacrificar a Juan



O a María, o a Pedro, o a Isabel. Da igual el nombre de la persona cuando la gente cree que se puede sacrificar a unos para beneficiar a otros. Puede ser cualquiera. Hoy usted acepta que unos sean sacrificados, y tal vez mañana el sacrificado sea usted mismo. Es irrelevante de quién se trata cuando se ve a algunos individuos como medios para satisfacer las necesidades de los demás y, además, semejante inmoralidad es vista como algo deseable. Quiénes serán sacrificados y quiénes serán los beneficiados con tal acto es arbitrariamente decidido por aquellos que ejercen el poder, apoyados por líderes de presión que de alguna manera consideran que también los beneficia.

Lo más triste de esta realidad, es que la mayoría de las veces los que son sacrificados aceptan semejante injusticia porque creen que así debe de ser y aceptan una culpa inmerecida por los juicios falsos que somos obligados a aceptar como verdades irrefutables desde que empezamos a tener uso de razón. Juicios falsos que terminan siendo el origen de nuestras contradicciones que nos impiden alcanzar plenamente nuestros valores y conservarlos. Son estas creencias desarraigadas de los hechos de la realidad, basadas en prejuicios ancestrales y místicos, las que alejan a muchos de alcanzar el más noble propósito de todo ser humano: ser feliz.

Desde que somos pequeños, nuestros padres con la mejor de las intenciones en la mayoría de los casos, repiten con nosotros el error que sus padres cometieron con ellos: obligarnos a actuar en contra de nuestra naturaleza y en contra de nosotros mismos. Lo hacen cuando nos obligan a entregar a otros lo que nos pertenece y nos hemos ganado, con la excusa de que el otro también lo necesita, aunque no le pertenezca ni se lo haya ganado. A unos se les enseña a sacrificarse y a otros se les enseña a exigir lo que es de los demás haciéndoles creer que tienen derechos sobre los bienes de otros. Es este el origen del sistema de incentivos perversos dentro del cual vivimos y que la mayoría acepta casi sin cuestionar por miedo al qué dirán.

¿Debo de hacer algo para cambiar la situación? ¿Por qué debo hacerlo? ¿Qué puedo hacer para cambiar el estado actual de las cosas? ¿Qué puedo hacer para vivir dentro de una sociedad donde prevalezcan la paz y el respeto mutuo? ¿Una sociedad en la cual haya menos obstáculos para vivir la mejor vida que me sea posible? ¿Vale la pena pelear por el futuro, preocuparnos por lo que va a pasar mañana?

El mundo sólo está determinado por las elecciones libres de quienes lo habitamos. De nosotros depende, para bien o para mal, lo que vaya a suceder. ¿Una nueva ilustración que impulse a nuestra especie a seguir prosperando? ¿O una nueva edad media que nos retroceda a un estado de siervos? De cada uno de nosotros depende cuál de los dos escenarios se va a dar en el largo plazo. Dependerá de si prevalece la visión de que toda persona es un fin en sí mismo, o la visión de que unos son sólo medios para satisfacer los deseos de otros.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 18 de julio de 2016.

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