Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

8.14.2017

El linchamiento de Gloria



En un linchamiento virtual, las personas tienen la opción de levantarse de entre las cenizas, y renacer como lo hacía la mitológica ave fénix. En un linchamiento virtual, el acusado sólo muere si sucumbe a la agresión de aquellos que quieren acabarlo. El más reciente, y tal vez el más despiadado linchamiento en redes que yo he conocido, es el de Gloria Álvarez. Un exacerbado ataque falaz, promovido por un pequeño grupo de gente obsesionada con Gloria, del cual hicieron eco muchos incautos que se adelantaron al anunciar el fin de la conocida politóloga. ¡Ah! Y cuidado alguien se atreviera a levantar la voz en defensa de Gloria, porque también saldría trasquilado.

Los linchadores manipulados por los intoxicadores, agentes de la era de la posverdad, reclaman la cabeza del imputado, sin ningún juicio previo y sin el cumplimiento del debido proceso que permita probar, sin lugar a dudas, de que la persona señalada es culpable del delito o del crimen que se le atribuye. En la mayoría de los linchamientos, físicos y virtuales, ni siquiera se conoce a ciencia cierta si se cometió alguna falta. El único hecho comprobado es que alguien gritó “CULPABLE”, y que muchos de quiénes lo escucharon corrieron detrás del señalado, listos para quemarlo vivo.

Prevalece la reacción emocional, la identificación errónea de lo percibido, la irracionalidad. Se obvia la falta de evidencia: el imputado simboliza las frustraciones de aquellos que lo quieren linchar, con la vana esperanza de que así superaran sus infortunios. Olvidan los linchadores que la cólera, el resentimiento, el rencor… son sentimientos que a los primeros que destruye es a ellos mismos. Pero, ¿por qué se ensañan con Gloria? ¿Por qué los líderes de este linchamiento la detestan tanto? ¿O será que le temen? Y si lo anterior es cierto, ¿por qué le tienen miedo a alguien que consideran una especie de broma? ¿Quiénes ganan con la desaparición pública de Gloria Álvarez?

¿O acaso la envidian? La envidia, como explica Ayn Rand en “The age of envy”, es considerada por la mayoría de la gente como una emoción insignificante y superficial y, por lo tanto, sirve para ocultar una emoción tan inhumana que, quienes la sienten, rara vez se atreven a admitirlo, incluso a sí mismos. Esa emoción es el odio al bien por ser el bien. Este odio no es resentimiento contra alguna visión determinada del bien con la que uno no está de acuerdo. El odio al bien por ser el bien, significa odio a lo que uno considera bueno por su juicio propio, consciente o subconsciente. Significa odiar a una persona por poseer un valor o una virtud que uno considera deseable.

Con el pasar del tiempo se calman las aguas, pasa la tormenta y la mayoría se empieza a cuestionar. Y a ellos me dirijo hoy. Revisen sus premisas, investiguen los hechos y descubrirán que no hay ni una sola acusación en contra de Gloria Álvarez. Si la hubiera, yo no estaría compartiendo hoy con ustedes estas reflexiones. Seamos justos, y reconozcamos a cada quien lo que le corresponde. Gloria Álvarez no merece ser linchada. Yo no voy a ser parte de ningún linchamiento, aunque yo misma termine linchada por este atrevimiento.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 14 de agosto de 2017.

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12.12.2016

La ilusión de verdad



¿Por qué creemos lo que creemos? ¿Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, como repetía Joseph Goebbels? Esa ilusión que momentáneamente alivia a las almas afligidas, ¿les es beneficiosa en el largo plazo? O, por el contrario, ¿es el origen de las angustias crónicas de la mayoría? ¿Cuál ha sido el costo de creer sin confirmar que la creencia sea cierta? ¿Es  sostenible la felicidad que manifiestan aquellos que falsean la realidad con tal de no enfrentar sus contradicciones? ¿O es sólo una felicidad a medias? ¿Se conforman con esa ilusión antes de encarar sus miedos?

Las anteriores son algunas de las preguntas que me surgieron al leer un artículo escrito por Tom Stafford en “BBC Future”, en el cual pretende llegar al origen de ese mal hábito de tantos de engañarse a sí mismos. Según el autor, “Nuestras mentes están atrapadas por la ilusión del efecto de verdad, porque nuestro instinto es usar atajos al juzgar el grado de verosimilitud de algo”. Fuera de que considero la palabra instinto un término ambiguo que sirve al invocarlo para dar la apariencia de conocer el origen desconocido de reacciones de los seres vivos, me parece interesante la relación que hace Stafford con el impulso humano de alcanzar el máximo beneficio con el menor esfuerzo, propio de nuestra naturaleza.

Los seres humanos, racionales y volitivos, nos hacemos preguntas sobre la realidad en la que vivimos y de la cual somos parte. Nos preguntamos sobre nuestro papel y nuestros objetivos en el mundo en el cuál interactuamos con otros y, en especial, nos hacemos preguntas sobre nuestra propia existencia. Nos hacemos preguntas y nos exigimos respuestas. Lamentablemente, no todos nos exigimos que esas respuestas sean verdaderas, o sea, que coincidan con los hechos de la realidad como juicios que son.

La mayoría se conforma con las respuestas que les implican el menor esfuerzo mental. Respuestas que suelen darles otros que, como ellos, sólo les interesa una respuesta que les dé una aparente paz, sin importar que esa respuesta sea verdadera: repito, que coincida con los hechos de la realidad. Les es irrelevante que esta sea sólo una ilusión. Una comodidad que se paga en el largo plazo, cuando no alcanzan sus fines ni el propósito moral más alto de toda persona: ser feliz. Una comodidad que los termina amargando y resintiendo, en particular contra aquellos que sí logran alcanzar y conservar sus valores.

Stafford sugiere que, además de comprobar por qué creemos en lo que creemos, nos preguntemos si algo suena plausible porque realmente es cierto o porque nos lo han repetido en múltiples ocasiones desde que somos pequeños, para que así podamos “rastrear el origen de cualquier afirmación, en lugar de tener que tomarla como un acto de fe”. Tiene razón el columnista cuando dice que vivimos en un mundo donde los hechos importan y deben importarnos a todos. Y si repetimos cosas sin molestarnos en comprobar si son ciertas, estamos ayudando a construir un mundo donde la mentira y la verdad son más fáciles de confundir.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 12 de diciembre de 2016.

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7.25.2016

El origen de la tragedia venezolana



El origen de la tragedia venezolana es el mismo de la mayoría de tragedias. Un origen que viene del olvido de algunos, de la negación de muchos o del desconocimiento de otros de que las ideas tienen consecuencias. ¿Cuáles eran las ideas que predominaban en la mente de los venezolanos a finales del siglo pasado cuando decidieron apoyar el socialismo promovido por Hugo Chávez y su gente? ¿Cuáles creían que eran las obligaciones de los gobernantes? ¿Sabían que el Estado es sólo una ficción, un ente de razón, un término por medio del cual se identifica a un conjunto de personas, que viven dentro de un mismo territorio y conviven bajo un mismo sistema de normas? ¿Que ese ente de razón, cuya existencia sólo es mental, no puede hacerse cargo de las necesidades de nadie?

¿Sabían los venezolanos a finales del siglo pasado que quienes actúan en nombre del abstracto Estado son aquellos que llegan al ejercicio del poder? Políticos que, en la mayoría de los casos, la gente desprecia por mentirosos, corruptos y ladrones. Políticos que son el producto del sistema de incentivos perversos que fue impuesto en casi todo el mundo en la primera mitad del siglo veinte. En el caso de Guatemala, ese sistema fue adoptado en 1945. Un sistema que proclamó a los cuatro vientos sus buenas intenciones pero que, al final, terminó empedrando el camino al infierno para millones que no lograron superar los obstáculos que pone en el camino para la creación de riqueza y superación de la pobreza.

Más allá de las etiquetas que algunos usan de muletillas, ante la falta de argumentos y evidencias para sostener sus juicios obviamente falsos, lo que aquellos que buscamos la verdad (y entendemos que ésta es una cualidad de los juicios mentales que emitimos, los cuales serán verdaderos si concuerdan con los hechos de la realidad) debemos hacer es enfocarnos en cuáles son las características del sistema dentro del cual convivimos.

El sistema será injusto y de incentivos perversos, independientemente de cómo lo llamen, si el sistema es intervencionista (otorga poder a los gobernantes para inmiscuirse en muchas o todas las actividades humanas y las distintas facetas de la vida de todo individuo), es estatista (los gobernantes, en nombre del Estado, se supone que se hacen cargo de la mayoría o todas las necesidades de la población) y colectivista (se privilegian las demandas de los grupos de presión por encima de los derechos de los individuos).

Los venezolanos de finales del siglo pasado, no se aclararon las ideas ante el fracaso del Estado Benefactor/Mercantilista en su país. Y en lugar de hacer un cambio radical, optaron por radicalizar el intervencionismo, el estatismo paternalista y el colectivismo, apoyando el socialismo impulsado por Chávez. He ahí el origen de la tragedia que hoy los ha llevado a una situación en la cual no tienen ni qué comer. ¿Cuántos hoy en Venezuela entienden el origen de su problema? ¿Cuántos en Guatemala entendemos que caminamos una senda tan peligrosa como la de los venezolanos?


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 25 de julio de 2016.

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4.08.2013

Víctimas por siempre




Pienso que la única forma en la cual nuestra especie como un todo puede verdaderamente mejorar su calidad de vida y de manera sostenida en el largo plazo,  es dentro de un ambiente pacífico y de respeto mutuo entre las personas. Más aún, la evidencia histórica muestra que es en los llamados tiempos de paz (en las épocas de menos violencia) cuando mayor ha sido el progreso humano.

Por supuesto, si hay que defenderse de un ataque que atenta contra los derechos individuales de los habitantes de un país, estos tienen el derecho de defenderse. Pero solo con el objetivo de rechazar la agresión que otro inició. Este enfrentamiento puede ser externo (con miembros de otra nación) o interno (con individuos de la misma sociedad). En Guatemala hubo, como se ha mencionado hasta el cansancio, un conflicto interno, a pesar del apoyo que tuvieron ambos bandos de gobiernos extranjeros. En esta guerra hubo aproximadamente 37,000 muertos (“Guatemala: La historia silenciada, tomo II” de Carlos Sabino). Una tragedia.

La mayoría de los muertos fueron guerrilleros y militares. Todos fueron parte del conflicto, todos estaban enterados de los riesgos que enfrentaban. Pero, como en toda guerra, también hubo víctimas: inocentes que quedaron atrapados en medio del fuego cruzado de dos grupos que peleaban por el poder. Conciudadanos nuestros, sin importar la etnia con la cual se identifiquen, que fueron sacrificados.

Vidas que nunca serán recompensadas, cuyas muertes hoy son aprovechadas, de nuevo, por los perdedores en el enfrentamiento armado, que esperan en esta ocasión ganar la guerra por otros medios. Gente sin escrúpulos a quienes no les importa aprovecharse del dolor de otros para alcanzar sus objetivos. Y, lo que es peor, mentir para provocar lástima en la mayoría de espectadores pasivos que se conmueven ante historias contradictorias a los ojos de quienes buscamos la evidencia científica que pruebe la veracidad de los testimonios.

No dudo de que algunos de los relatos estén cercanos a la realidad. Pero otros, es obvio que fueron fabricados para el circo montado con el objetivo de condenar a los acusados por un delito que no se cometió en Guatemala: el genocidio. ¿Hubo masacres? ¿Hubo violaciones? Sí, de ambos lados, y a los responsables de estos hechos específicos se les debe juzgar para que paguen los crímenes que cometieron. Pero en nuestro país no se dieron “actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal".

A los jueces en el juicio contra Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodríguez Sánchez no les interesa la verdad y menos hacer justicia. Su meta es condenar, a como dé lugar, a los acusados. Pobres. Pero, en fin, más lástima me provocan aquellos que efectivamente sufrieron las consecuencias del enfrentamiento y ahora son víctimas de la manipulación. No caiga en la trampa: no sea usted también víctima. No deje que se aprovechen de sus sentimientos solidarios con el sufrimiento ajeno.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 8 de abril de 2013.

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