Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

12.11.2017

¿Cómo limitar el poder?



Es la pregunta más importante que nos debemos hacer, si queremos vivir en una sociedad donde todos, a partir de nuestros objetivos personales y esfuerzo propio, podamos prosperar. Sólo limitando el poder que gozan quienes lo ejercen, a las funciones que son propias de la naturaleza del gobierno podemos acabar con la corrupción. Sólo limitando el poder podemos convivir en paz con los demás y progresar.

Es irónico que en Guatemala el gobierno sea débil en el cumplimiento de sus obligaciones, dar seguridad y velar porque haya justicia; pero inmensamente poderoso en funciones que no le corresponden, lo que facilita el abuso del poder. El estatismo intervencionista, que otorga más poder discrecional a los gobernantes, es el origen de la corrupción. No es el gobernante responsable, ni debe serlo actuando en nombre del abstracto Estado, de satisfacer los gustos, deseos y demandas de los individuos y los grupos de presión. Que algunos quieran que alguien más les provea sus necesidades, no hace de ésta exigencia una obligación de los gobernantes.

¿Cómo lograr que aquellos que detentan el poder lo limiten? ¿Cómo quitarles el poder innecesario que les hemos otorgado? Exigiendo al Congreso la desregulación: la eliminación de todos aquellos decretos que les han permitido a los gobernantes adquirir más poder discrecional y arbitrario. Si queremos vivir en una sociedad donde imperen la paz, el respeto y la justicia, en la cual podamos convivir, compartir e intercambiar sin la intervención caprichosa de terceros, exijamos a los diputados que legislen menos y fiscalicen más.

Como bien lo explicó el político estadounidense James F. Byrnes (quien ejerció como diputado, senador, juez de la Corte Suprema de Justicia, Secretario de Estado y gobernador) al describir lo que le sucede a la mayoría de quienes gobiernan con pocos límites: “El poder intoxica a los hombres. Cuando un hombre está intoxicado por el alcohol, puede recuperarse, pero cuando está intoxicado por el poder, rara vez se recupera”.

¿Por qué es importante que el ejercicio del poder sea temporal, y ese tiempo racional y prudentemente limitado? Por el peligro de que aquellos que ejercen el poder terminen enamorándose de este y convirtiéndose en dictadores, una amenaza permanente, en particular en países donde los atributos de una república son pocos y prevalece, por otro lado, la democracia, como es el caso de muchos naciones latinoamericanas.

Recordemos el sabio consejo que dio John Adams en Notes for an Oration at Braintree en la primavera de 1772: “Hay un peligro de todos los hombres. La única máxima de un gobierno libre debería ser no confiar en ningún hombre que viva con poder para poner en peligro la libertad pública”. El límite al poder del gobernante debe ser el respeto irrestricto a los derechos individuales de todos, con excepción de aquellos que violenten los derechos de otros y al iniciar el uso de la fuerza contra alguien más, renuncian a sus propios derechos.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 11 de diciembre de 2017.

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5.22.2017

Vivir en paz



Si algo nos une a la mayoría de las personas, en Guatemala y en todo el mundo, es ese anhelo de vivir en paz, un sueño que para muchos parece lejano en las ¿sociedades? del presente. Pongo en duda utilizar el término sociedad en la actualidad, independientemente de que sí haya países en los cuales predominen las características que permiten llamar a un grupo de humanos libremente asociados, sociedad. Y lo pongo en duda porque la mayoría, a pesar de desear la paz, aún no entiende cómo ésta se alcanza ni las implicaciones que trae consigo la decisión de vivir en sociedad.

Desde tiempos de Aristóteles, se reconoce que una sociedad es una asociación de personas libres que cooperan en búsqueda de un bien común, ya qué, cómo escribió el mencionado filósofo “los hombres, cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece bueno” (“La Política”, Libro I, Capítulo I). Es un hecho que desde tiempos de la revolución neolítica, se demostró que asociarnos con otras personas para alcanzar nuestros fines propios es mucho más productivo que aislarnos y pretender vivir autónomamente. La interdependencia entre los integrantes de una misma sociedad, y el resto de miembros de nuestra especie, ha aumentado conforme se multiplica, en particular a partir de la Revolución Industrial de forma exponencial, la división del trabajo voluntaria: o sea, la división producto de las decisiones libres de cada individuo.

Para vivir dentro de una sociedad, con el objetivo de progresar y no solo sobrevivir, aspirando a vivir la mejor vida posible, debemos respetarnos los unos a los otros, lo que significa el reconocimiento de que todos tenemos el derecho a nuestra vida, a decidir sobre ésta y a disfrutar de los bienes que sean el producto legítimo de nuestro esfuerzo, tanto el mental como el físico. Estos dos últimos derechos, a la libertad y a la propiedad, se derivan del derecho fundamental de toda persona a la vida, y son necesarios para conservarla. Por supuesto, es obligación de cada quien velar por sí mismo, y no de los demás miembros de la sociedad. Nos asociamos, no para parasitar del trabajo de los otros, sino para cooperar e intercambiar libremente y en paz.

Las únicas funciones que por naturaleza corresponden al gobierno son las de velar porque ese respeto sea una realidad y, en caso un antisocial violente los derechos de alguien, éste compense a su víctima. Cualquier otra función de los gobernantes será contraria a la naturaleza del gobierno, porque requerirá de la violación de los derechos de unos para satisfacer las demandas de otros, lo que, además de injusto, es inmoral.

Debemos aprender a convivir respetuosamente para progresar. “El respeto al derecho ajeno es la paz”, afirmó Benito Juárez, y esa proposición es la única definición posible para el término “bien común”. Nadie tiene el derecho de imponer a otros sus decisiones, ni debe tenerlo. Si hoy usted pretende imponer su código de valores a otros, mañana cuando otros lleguen al ejercicio del poder, podrán imponerle a usted los de ellos.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 22 de mayo de 2017.

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9.12.2016

¿Qué es la Libertad?



¿Qué significa ser libre? ¿Qué se necesita para ser libres? ¿Cuáles son las responsabilidades que adquirimos al reclamar nuestro derecho a la Libertad? ¿Cuáles son las obligaciones de los otros? ¿Para qué queremos y debemos actuar en base a nuestro juicio propio? ¿Dentro de qué contexto es necesario reconocer el derecho a ser libres?

¿Qué es la libertad? Es la condición sine qua non, junto con la propiedad privada, para vivir en sociedad. Las decisiones que cada persona toma en lo que respecta a su vida y a sus bienes deben ser respetadas, una vez esas decisiones no violenten los mismos derechos de los otros que reclama para sí mismo. Para poder alcanzar nuestros fines, debemos ser libres de actuar según nuestro juicio propio, les parezca o no a los demás. Sólo así lograremos convertirnos en quien queremos ser.

Necesitamos muchas cosas para sobrevivir y vivir la mejor vida posible. Necesitamos un trabajo productivo, educación, gozar de una buena salud, un techo que nos cubra de las variaciones del clima, un vestido que nos proteja, tiempo de ocio… y muchas cosas más, dependiendo de lo que deseamos para vivir como nosotros queramos. El único responsable de satisfacer tales necesidades es uno mismo. Es injusto pretender cargar a otros con nuestras responsabilidades individuales.

Es una falacia decir que necesitamos tener satisfechas nuestras necesidades para ser libres. Aquellos que piensan de esa manera, también creen que hay unos que deben ser en cierta medida esclavizados para mantener a otros, lo que es una clara contradicción en una sociedad de personas libres. Para ser libres necesitamos que los demás nos respeten y no interfieran con nuestras decisiones, una vez éstas no violen los derechos de otros. Cada uno de nosotros es responsable de esforzarse, mental y físicamente, para satisfacer sus necesidades y la de sus seres queridos.

Para poder satisfacer nuestras necesidades nos debemos respetar los unos a los otros. Todos aquellos que no pretendemos vivir a costa de los demás, que somos respetuosos de los derechos de los otros y asumimos la responsabilidad de nuestra vida y nuestras acciones, tenemos la solvencia moral de exigir a los demás que nos respeten. Todos, no importa nuestra edad, sexo, nacionalidad, etnia, escolaridad… tenemos la oportunidad de corregir nuestro camino y decidir nuestro destino.

Sobran historias de individuos que, independientemente de las condiciones miserables en las cuales nacieron, en base a su ingenio, empeño y trabajo lograron crear la riqueza necesaria para vivir cómodamente y mejorar su calidad de vida y la de sus familias. Casos como el de Steve Jobs que mejoraron su propia vida y la de millones de personas. “Nadie me ayudó. Nadie me regaló nada. Nadie me ha dejado nada. Todo lo que tengo, me lo gané”, declaró la escritora inglesa Taylor Cadwell a un entrevistador en 1976. Una meta a la cual podemos aspirar para sentirnos orgullosos de nosotros mismos y vivir una vida digna de recordar por otros.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 12 de septiembre de 2016.

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