Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

2.05.2018

Sin debido proceso, no hay paz

"Meme" de autor anónimo que circula en las redes sociales.


En Guatemala, la Constitución no es respetada ni siquiera por los magistrados de la Corte de Constitucionalidad (CC), hoy erigidos en dictadores. Y no es que nuestra carta magna sea la ideal y menos que establezca un sistema que instituya la igualdad de todos ante la ley. Más aún, las leyes en nuestro país están sepultadas debajo de un montón de legislación, no calculada en su totalidad a la fecha, que hace casi inútil las normas generales, universales, abstractas e impersonales que aseguren el respeto a nuestros derechos individuales.

Sin embargo, la Constitución al menos vela por el respeto a la vida, la libertad y la propiedad de todos, ya que a pesar de sus contradicciones, desde el artículo primero y el segundo, deja claro que “El Estado de Guatemala se organiza para proteger a la persona y a la familia” y que “su fin supremo es la realización del bien común…”, estableciendo que es “deber del Estado garantizarle a los habitantes de la República la vida, la libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral de la persona”.

Por supuesto que en esos mismos párrafos, lista varios términos ambiguos que es importante definir. Por ejemplo, ¿qué es el bien común? Según define el Diccionario de la Lengua Española, bien es aquello que nos es de utilidad y nos representa un beneficio; y común implica que debe ser para todos, no sólo para unos cuántos miembros de grupos privilegiados: “Que, no siendo privativamente de nadie, pertenece o se extiende a varios… Todo el pueblo de cualquier ciudad, villa o lugar… Comunidad, generalidad de personas”.

Entonces, ¿qué nos es de beneficio a todos? Vivir en paz, cada quien persiguiendo sus propios fines, lo cual sólo se alcanza cuando la probabilidad de que se violen los derechos individuales de cualquiera es lo más baja posible, y en caso alguien atente contra otro miembro de la sociedad, se tenga la seguridad de que se hará justicia: se le dará a cada quién lo que le corresponde. Parafraseando a Benito Juárez, el respeto al derecho ajeno es el bien común.

Para alcanzar esa justicia, y no cometer en su nombre injusticias, nuestros antepasados concibieron el derecho al debido proceso, para que un inocente no fuera condenado por un crimen que no cometió. El debido proceso y la libertad de expresión, son las más importantes garantías contra el abuso del poder de los gobernantes y de todos quienes detentan el poder político. El debido proceso, como todos los derechos hasta que se prueba sin duda racional que un acusado cometió la violación de la cual se le señala, es inherente a toda persona.

Por eso es sumamente preocupante que ni siquiera los magistrados de la CC respeten las garantías procesales, en especial porque después de ellos, como dijo Luis XV, sólo nos queda el diluvio. Qué tremendo error cometieron los constituyentes de 1985 al otorgarle un poder ilimitado a la CC. Un poder ejercido por cinco personas cuyo fallo no tiene apelación. De nuevo se cumplió la sabia advertencia de Lord Acton: “el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 5 de febrero de 2018.

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5.22.2017

Vivir en paz



Si algo nos une a la mayoría de las personas, en Guatemala y en todo el mundo, es ese anhelo de vivir en paz, un sueño que para muchos parece lejano en las ¿sociedades? del presente. Pongo en duda utilizar el término sociedad en la actualidad, independientemente de que sí haya países en los cuales predominen las características que permiten llamar a un grupo de humanos libremente asociados, sociedad. Y lo pongo en duda porque la mayoría, a pesar de desear la paz, aún no entiende cómo ésta se alcanza ni las implicaciones que trae consigo la decisión de vivir en sociedad.

Desde tiempos de Aristóteles, se reconoce que una sociedad es una asociación de personas libres que cooperan en búsqueda de un bien común, ya qué, cómo escribió el mencionado filósofo “los hombres, cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece bueno” (“La Política”, Libro I, Capítulo I). Es un hecho que desde tiempos de la revolución neolítica, se demostró que asociarnos con otras personas para alcanzar nuestros fines propios es mucho más productivo que aislarnos y pretender vivir autónomamente. La interdependencia entre los integrantes de una misma sociedad, y el resto de miembros de nuestra especie, ha aumentado conforme se multiplica, en particular a partir de la Revolución Industrial de forma exponencial, la división del trabajo voluntaria: o sea, la división producto de las decisiones libres de cada individuo.

Para vivir dentro de una sociedad, con el objetivo de progresar y no solo sobrevivir, aspirando a vivir la mejor vida posible, debemos respetarnos los unos a los otros, lo que significa el reconocimiento de que todos tenemos el derecho a nuestra vida, a decidir sobre ésta y a disfrutar de los bienes que sean el producto legítimo de nuestro esfuerzo, tanto el mental como el físico. Estos dos últimos derechos, a la libertad y a la propiedad, se derivan del derecho fundamental de toda persona a la vida, y son necesarios para conservarla. Por supuesto, es obligación de cada quien velar por sí mismo, y no de los demás miembros de la sociedad. Nos asociamos, no para parasitar del trabajo de los otros, sino para cooperar e intercambiar libremente y en paz.

Las únicas funciones que por naturaleza corresponden al gobierno son las de velar porque ese respeto sea una realidad y, en caso un antisocial violente los derechos de alguien, éste compense a su víctima. Cualquier otra función de los gobernantes será contraria a la naturaleza del gobierno, porque requerirá de la violación de los derechos de unos para satisfacer las demandas de otros, lo que, además de injusto, es inmoral.

Debemos aprender a convivir respetuosamente para progresar. “El respeto al derecho ajeno es la paz”, afirmó Benito Juárez, y esa proposición es la única definición posible para el término “bien común”. Nadie tiene el derecho de imponer a otros sus decisiones, ni debe tenerlo. Si hoy usted pretende imponer su código de valores a otros, mañana cuando otros lleguen al ejercicio del poder, podrán imponerle a usted los de ellos.



Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 22 de mayo de 2017.

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7.08.2013

Falta el respeto



Al final de mi artículo de la semana pasada pregunté qué hace falta para que todos entiendan que debemos respetar la propiedad, la vida y las decisiones de los otros, una vez sus acciones no violenten nuestros derechos individuales. Porque si queremos que se respeten nuestras elecciones personales, debemos respetar las de los demás aunque sean opuestas a las nuestras. Aunque creamos que se equivocan, no podemos ¡ni debemos por nuestro propio bien en el largo plazo! obligar a vivir a los otros según nuestra propia escala de valores. Sólo podemos exigir que nos respeten, si nosotros aprendemos a respetar.

No hay que confundir lo moral con las creencias religiosas.  “Lo moral es lo escogido, no lo forzado; lo comprendido, no lo obedecido. Lo moral es lo racional…”, escribió Ayn Rand. Lo moral es tomar las decisiones correctas (actuar bien) para asegurar nuestra felicidad. Es saber diferenciar entre lo que es bueno y lo que es malo. No se necesita creer en un dios ni formar parte de una religión para reconocer que es incorrecto robar, extorsionar, defraudar, engañar, violar, secuestrar, torturar, asesinar… Más aún, es lamentable que a lo largo de la historia, casi todas las religiones hayan promovido muchos de los crímenes que recién listé.

Usted es libre de creer lo que quiera creer. Pero no tiene derecho a imponerle sus creencias a otros y menos utilizar el poder del Estado para alcanzar ese objetivo. Acepte que mañana la voluble, la caprichosa mayoría puede cambiar, y no le gustaría que otros le impusieran sus creencias. A nadie le agrada que otros le obliguen a vivir su vida según sus estándares y/o dispongan de sus bienes. Tarde o temprano, lo que se termina provocando es, en el menos peor de los escenarios, la hipocresía y las vidas basadas en mentiras. Y en otros casos, tristemente, ha llevado a muchos a optar por el suicidio.

La naturaleza humana es racional y volitiva. Violentar las decisiones de los otros, solo porque chocan con nuestras creencias (no violentan nuestra vida, libertad y propiedad) es antinatural. Es falsear la Ley de Identidad: aquello que nos hace ser humanos y nos diferencia del resto de los seres vivos. No es cuestión de agredirnos los unos a los otros. Es cuestión de respetarnos como seres independientes, con voluntad propia. Todos diferentes. Es entender que la única igualdad posible es ante la Ley, la cual descansa en el respeto a los derechos individuales de todos: la base de una sociedad justa.

Puede llegar a ser una magni sudoris opus (una obra muy trabajosa) para algunos, pero vale la pena intentarlo si queremos vivir en una sociedad donde sea posible alcanzar nuestro proyecto de vida, aun cuando no coincidan nuestras creencias. Para lograr la igualdad de todos ante la Ley, debemos eliminar los privilegios, tanto los que tienen que ver con el intercambio libre de bienes como con los aspectos comúnmente llamados sociales. Para progresar necesitamos paz. Y para que haya paz, necesitamos respeto.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 8 de julio de 2013.

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7.01.2013

Soy humana



Las bases de la sociedad son el respeto a los derechos individuales y la igualdad de todos ante la Ley

Así como usted, pertenezco a la especie humana. A menos que mis artículos hayan trascendido nuestro sistema solar y hayan llegado a otros mundos fuera de nuestra galaxia, usted y yo somos humanos. Pero diferentes, únicos e irrepetibles. Con una sola oportunidad para vivir nuestra vida. Con un propósito común: ser felices. Al reconocer nuestra individualidad, entendemos que alcanzar ese fin supremo dependerá de las elecciones que cada uno de nosotros haga. De gustos y escalas de valores propios.

La principal diferencia de nuestra especie con el resto de seres vivos es el grado evolutivo que ha alcanzado nuestra capacidad de pensar. Bien definió Aristóteles al hombre como el animal racional. Aunque usar nuestra razón sigue siendo una elección. No todos deciden usar su “facultad para identificar la realidad” la mayor parte del tiempo. Nuestra naturaleza es volitiva. Somos criaturas con voluntad propia.

No nos definen el color de nuestra tez, ni nuestro aparato reproductor, ni nuestra estatura. Tampoco nos definen el país donde nacimos, ni la familia en la cual crecimos, ni la educación que recibimos. Todo lo anterior nos puede influir, pero ninguna circunstancia en particular o el azar determinan quiénes somos. Eso sólo lo decidimos cada uno de nosotros a partir de los valores que libremente escogimos y cómo los priorizamos en nuestra escala personal.

Por eso hay humanos que optan por los vegetales y desprecian las carnes. Hay quienes disfrutan escuchando música clásica, otros van a preferir el jazz y muchos se van a decantar por la música popular que incluye una amplia variedad de géneros. Hay quienes creen en un dios, aunque no sea el mismo. Hay quienes les es indiferente si existe o no algún tipo de divinidad y hay otros que piensan que no existe. Creyentes, agnósticos y ateos.

A la hora de escoger pareja, esa elección dependerá de qué características valore en el otro aquel que elige. La mayoría opta por alguien del sexo opuesto. Hay quienes se deciden por alguien de su mismo sexo. Hay personas para las cuales es indiferente el sexo de su pareja: les interesan más otras cualidades al elegir. Heterosexuales, homosexuales y bisexuales. Hay quienes eligen no compartir su vida, románticamente hablando, con alguien más.

¿En qué afecta a unos las decisiones de otros que no violentan sus derechos? ¿Por qué el sistema político debe privilegiar a un grupo en detrimento de los derechos individuales de los demás? ¿A qué temen aquellos que se oponen a la igualdad de todos ante la Ley? Leí en objetivismo.org que “cuando la bota del gobierno está pisándote la cara, si es la bota derecha o la izquierda es irrelevante”. La bota conservadora de derecha que pretende decirte cómo vivir tu vida. O la bota socialista de izquierda que pretende decidir sobre tus bienes. Ambas botas son intervencionistas, aunque en diferentes áreas. Cuán acertado estuvo Benito Juárez al decir que “el respeto al derecho ajeno es la paz”. ¿Qué hace falta para que todos lo entiendan?


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 1 de julio de 2013.

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