Un mundo controlable
Es imposible controlar el mundo real en el cuál vivimos. Sin embargo, a lo largo de la historia, ¿cuántos no lo han tratado, sacrificando a cientos de millones de personas en el intento fallido? Y lo que es peor, a pesar de la abundante y contundente evidencia acumulada sobre qué funciona y qué no funciona para progresar y mejorar la vida de todos, ¿cuántos no aprenden de los errores del pasado? Y, al repetirlos, ¿a cuántos más van a condenar a una vida miserable y a una muerte despreciable? Lo más irónico del asunto es: ¿cuántos de esos condenados no firmaron ellos mismos su sentencia al caer en la trampa de las utopías contrarias a nuestra naturaleza o, simplemente, forma de SER?
A veces, para entender el mundo en el cual vivimos y disfrutar el papel que en este hemos decidido representar, necesitamos hacer un ejercicio mental de separación. Imaginar que observamos la realidad de forma ajena e independiente a nosotros, e intentar, de una forma objetiva, juzgarla. Necesitamos dejar a un lado nuestros sentimientos que, dicen, “nublan la razón”. Por cierto, ¿quién lo dijo? Por supuesto que, dentro de esa simulación, debemos recordar que esa realidad que vamos a observar nos incluye. ¿Podemos adentrarnos en nosotros y juzgarnos equilibradamente? ¿Nos sirve esta prueba para entender a los otros y, más aún, cómo y por qué actuamos?
En ese mundo real en el cual transcurre nuestra existencia, compartimos espacio con miles de millones de individuos. Cada uno de ellos único e irrepetible. Cada quien con sus metas propias. Cada cual tomando decisiones particulares ante las circunstancias que le toque enfrentar. En fin, todos somos arquitectos, constructores y albañiles de nuestro destino personal.
Y son precisamente las acciones de todos, impulsadas por lo planteado con anterioridad, las que van transformado el mundo en el cual vivimos. Por tal motivo, nadie puede controlarlo a su antojo. Debemos el progreso de nuestra civilización al conocimiento disperso entre los que vivimos, las decisiones que cada uno toma a partir de esa parte del conocimiento que posee, y los fines que desee alcanzar. En fin, el secreto de la felicidad esta en el respeto a la libertad y la convivencia en paz.
Articulo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 24 de marzo de 2008. La fotografía la tomé en el museo de inmigrantes de Ellis Island, Nueva York, el 28 de noviembre de 2007.
Etiquetas: acción humana, dictadura, escribir, escritores, vida