Luna sin cash
Unos dicen que la culpa de su sosa cantineada es de un tipo de apellido Sosa. Otros opinan que la culpable, (sí, “usted es la culpable, de todas mis angustias, y todos mis quebrantos”, piensa el apasionado y quebrado émulo de Don Giovanni) es María Antonieta, la que no ha sido condenada a pasar su vida en La Bastilla, pero a quien poco le falta para que su cabello se torne blanco. Al menos, espera, blanco como la Luna de plata. Aunque nosotros no tengamos plata ni en la cartera. Algún billete guardado abajo del colchón. Poco cash y poca creatividad. ¿Por qué no en la caja de cereal, dentro del zapato o en el traje de fiesta sin estrenar?
“No quiero ya saber qué pudo suceder”, sólo espero no vivir más lunas sin cash. Continúa cuestionándose Juan sin pueblo. Y sin cash. “Más noches sin ti”. Grita al viento. “No me platiques más, déjame imaginar que no existe el pasado” y que hoy cambio el mañana del quetzal por el presente del dólar. Ni lunas rotas, estando yo quebrado, ni lunas sin cash. Sólo días en paz.
Usted, ¿o yo? llenó mi vida de amargas quietudes. Sí, quieto me dejó, sin hacer nada. Total, sin cash, visa para una tarjeta de crédito tuve que solicitar. De poetas y de locos, dicen, todos tenemos un poco. Nadie está vacunado contra el lugar común. Y lo común hoy es el hambre. Ese que nos hace delirar. Ese que nos hace pensar. Ese que nos va a ahogar. Además de las deudas contraídas para soportar las lunas sin cash.
Ni el sermón del domingo o la misa del mediodía podrán aliviar los constantes desencantos a los cuales me enfrento cada madrugada. Cuántos riesgos he corrido cuando llega el asaltante de turno y me pide el efectivo. ¿Qué puedo hacer? ¿Decirle que no hay pisto automático en el cajero y menos en mi billetera, aunque le haya rogado a la cajera del banco?
Te extraño. Como se extrañan las tortillas sin frijoles. Hasta mis pies, cansados de caminar, extrañan la camio roja. Extraño prender el foco. Extraño mis noches sin estrellas pero con cash. Si por más que afirme que “yo para querer no necesito una razón, porque me sobra mucho, pero mucho corazón”, poco dura la pasión sin el bolsón.
En fin, piensa el atribulado despechado, hay quienes opinan que es el sistema. Ese del padre que, desde el gobierno, regula el dinero que gano. Ordena a quién puedo amar. Interviene en qué puedo ver, cómo debo vestir y dispone a quiénes debo servir. El benefactor que vela por intereses que no he ganado, a falta de cash para ahorrar. El papá Estado que me ha convertido en esclavo de soles y lunas sin cash.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 29 de enero de 2007.