¡La calma de las fiestas de fin de año se parece tanto a la
calma chicha! En especial en países como el nuestro, donde la constante es la
creciente incertidumbre, la inseguridad y la violación a nuestros derechos
individuales. Esa especie de paz que nos embarga a casi todos, aún a los más
amargados, ante la expectativa del fin del año que implica un fin de ciclo y el
consiguiente inicio de un período en el cual creemos que sí vamos a alcanzar las
metas que no logramos en el año que termina.
La calma chicha es el estado de la atmósfera cuando no hay viento, y por tanto del
mar cuando no hay olas, porque precisamente no hay viento que las levante. Para
los marineros, en particular cuando las naves eran impulsadas por velas, la
calma chicha les generaba sentimientos encontrados. Más que paz, les podía
provocar cierto temor, porque los barcos se quedaban varados y a la merced de
cualquier peligro, incluido el ataque de los enemigos. No se diga la idea que
tenían de que la calma precede a la tormenta. Así como también después de la
tormenta, viene la calma. Ciclos de la vida que avanza en línea recta.
Esta temporada de calma nos permite creer que lo malo quedó
atrás y por delante viene lo bueno, el mundo que deseamos, y que a la aparentemente
esquiva felicidad la atraparemos el año que viene. Aunque para algunos no es
que se detenga el viento, simplemente cambia su curso, y quedan atrapados en
medio de otras actividades que les roban la tranquilidad: la compra de regalos,
los convivios, las carreras de último momento con la falaz esperanza de hacer
todo aquello que no hicieron en el transcurso del año que se va.
Es un hecho que
la mayoría se las arregla por estas fechas para estar alegres, pero me pregunto
qué tan sostenible es esa alegría en el largo plazo, una vez terminan las
fiestas de fin de año. Quisiera decir que son todos felices, sin embargo, no sé
a ciencia cierta si todas aquellas personas que me topo en la calle, que me
sonríen, que desean lo mejor del mundo para mí y para mis seres queridos, en la
realidad han alcanzado “el estado exitoso de la vida… el estado de consciencia
que proviene del logro de los propios valores”, (“El discurso de John Galt”, La
rebelión de Atlas, Ayn Rand).
¿Qué se nos va? ¿Se nos va la vida? ¿Se nos van los días?
¿Se van a veces casi sin que nos demos cuenta? ¡Cuántas cosas hacemos mientras
las horas pasan casi sin haberlas percibido plenamente! ¿Se van con las horas
nuestros valores más preciados? ¿Fallamos en la tarea de conservarlos, por
vivir en lo urgente olvidando lo importante? Quisiera que estas fueran
preguntas comunes, una reflexión seria y constante, para todos aquellos que
quiero, porque deseo que sean felices, no de palabra, sino de hecho.
Hay quienes solemos hacerlas seguido. Que decidimos,
conscientemente, enfocarnos en el presente y evaluarnos justamente, con el
objetivo de corregir nuestro rumbo cuando sea necesario y dirigirnos al destino
que nosotros hemos elegido. Que es lo que quisiera para todos: que sean lo que ustedes elijan ser. Que sean
verdaderamente felices.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 18 de diciembre de 2017.
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