Y, como cualquier otra empresa
exitosa, es producto del ingenio de un creador que hizo el esfuerzo mental y
físico por alcanzar sus objetivos. Un empresario que se arriesgó y triunfó. Un
genio que innovó radicalmente la manera de comunicarnos y de relacionarnos en
el siglo veintiuno. Un hombre cuyo nombre es mundialmente conocido: Mark
Zuckerberg.
Facebook es un servicio como
cualquier otro, y sus creadores y propietarios tienen el mismo derecho que
tenemos todos de obtener ganancias de nuestros negocios. En el caso de Facebook
su sobrevivencia y éxito dependen de sus anunciantes, como también es el caso en
la mayoría de los medios de comunicación, tanto tradicionales como virtuales.
Pero, como sucede a menudo, hay gente que cree que otros deben trabajar para
ellos y sus fines sin cobrarles: pretenden que los bienes y/o servicios que
provean no tengan ningún costo para ellos.
Estos oportunistas, que suelen en
muchas ocasiones vivir muy bien a costa de alguien más, desprecian los
principios básicos de convivencia pacífica, en especial el respeto a la
propiedad privada de los medios de producción, ya sea intelectual o material. Consideran
que el justo intercambio voluntario entre dos o más personas debe ser regulado.
En otras palabras, que los gobernantes, en nombre del Estado, controlen el
mercado: que regulen la competencia (de ideas y de bienes), que ordenen a los
empresarios qué producir y a los consumidores qué consumir. No les conviene
reconocer que cuando la cooperación es una realidad, o sea que es libre, todos
los participantes en el proceso ganan.
En el caso específico de la
batalla de las ideas, que incluye la lucha contra la corrupción, algunos consideran
que unos tienen la obligación de apoyar a otros a difundir sus opiniones. Los más
descarados llegan a promover legislación que obligue a los propietarios de los
medios a financiarlos, aun cuando las ideas que éstos sostienen no sean
compartidas por quienes serían obligados a difundirlas.
La batalla de las ideas debe ser
pacífica: por medio de la persuasión. Ojalá ganara quien prueba la veracidad de
sus juicios y no aquel que es más eficiente para manipular emotivamente a los
demás. Pero, al final, son las personas interesadas en progresar y ser felices
quienes tienen la última palabra. Todos somos libres de expresarnos, pero nadie
tiene la obligación de financiarnos. Hoy, precisamente gracias a creadores como
Zuckerberg, todo individuo que quiera compartir con otros sus pensamientos,
creencias, emociones, elecciones… lo puede hacer sin mayor costo, más que su
tiempo.
Como usuaria de Facebook, la
creación de la sección para explorar en la cual ahora encuentro las páginas que
sigo, me parece fabulosa: me facilita enfocarme en la búsqueda de conocimiento.
Como usuaria de una página pública significa que, si quiero que aquellos que no
consultan la sección de explorar lean mis artículos, tendré que pagar una mínima
cuota para que lo hagan. Por años tuvimos sin costo este servicio. Y justo es
que, quien quiere celeste, que le cueste.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo
Veintiuno”, el lunes 6 de noviembre de 2017.
Etiquetas: batalla, costo, Derecho, empresa, Facebook, ideas, justo, Mark Zuckerberg, medios de comunicación, mercado, propiedad