Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

5.29.2006

Orgía de intereses

Tres “extraños” compañeros de cama, se congregan por estas fechas en el tálamo estatista: Evo Morales, el de las precipitadas decisiones expropiadoras, Hugo Chávez, el de las pasiones imperialistas, y Rodrigo Rato, el de los fondos que generan pocos réditos. Un trío con una meta común: satisfacer sus propios intereses.

Antonio Furtado, jefe de una misión del Fondo Monetario Internacional que recientemente visitó Bolivia, considera que la situación económica del país andino es “bastante favorable”, según una nota de la agencia de noticias EFE. Como es costumbre en la monserga de los burócratas, la anterior es una declaración “bastante relativa”.

Sin duda, esta afirmación alertó a mi siempre despierta curiosidad que, presto, comenzó a trabajar en el asunto. “¿Cuál es el verdadero trasfondo del comentario de Furtado?”, me pregunté. Seguro, si investigo puedo resolver el misterio.

Más tarde, en un diario local, encontré una pista: otro cable de EFE que comunicaba la disposición de Chávez de prestarle a Morales 100 millones de dólares para que “eche a andar su reforma agraria”.

Luego, recordé que desde hace varias semanas se conoce la crisis financiera del FMI, provocada por los pagos que hicieron los argentinos y los brasileños a su deuda con la mencionada organización. (Por cierto, ¿se irá a animar Rato a despedir “consultores”? ¿Qué harían en tal caso los “analistas” que dependen del endeudamiento “público” de los gobernantes, compromisos que terminan pagando los tributarios? Probablemente estos “expertos” no se preocupan de esa medida, porque, de cómo ser productivos y crear riqueza, saben un montón. ¿O no?)

Inquisitivos lectores, ¿ya agarraron la onda? Elemental, “mis queridos watsons”: interés. Sí: interés del FMI, al igual que Chávez, por otorgarle préstamos a Morales para lo que sea, con la esperanza de cobrar rentas a los agobiados habitantes de la nación sudamericana que aloja a los descendientes de los quechuas y los aymaras. Así, al menos algunos empleados del Fondo lograrán conservar sus “chances”.

El móvil primordial de Chávez es obvio: afianzar su poder sobre el cocalero, alimentando de esa manera su ambición de ascender de un simple teniente coronel a emperador del reino bolivariano.

Es evidente el motivo de Evo: mantener tranquila a la mara hasta que se perciban los cambios en la calidad de vida de sus compatriotas, quienes, efectivamente, sí van a experimentar transformaciones sensibles en el largo plazo. En el mejor de los casos, se van a estancar; y en el escenario más realista, sufrirán un retroceso. Y eso que no soy heredera del adivinador Calcas, protegido del divino Aquiles, el de los pies veloces, ni suelo consultar el oráculo.

En fin, de nuevo queda claro que en política las ideologías son sólo excusas manipuladoras que esconden intereses personales de los protagonistas de la bacanal, donde el “súbdito”, espectador incomprendido, es quien sale bien jodido.

Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 29 de mayo.

5.22.2006

Empresauritos

La eliminación de privilegios es uno de los debates fundamentales en la actualidad. Sin embargo, como en otros temas, hay que tener cuidado de no confundir la gimnasia con la magnesia, no se vaya a terminar quitando prebendas a unos y cediéndolas a otros. O lo que sería peor, se consienta que los gobernantes sigan cometiendo injusticias y robos legalizados, en vez de acabar con los abusos y los obstáculos que alejan la inversión de nuestro país.

Aquellos (sin importar su tamaño) que arriesgan su dinero, trabajo e ideas, compitiendo por la preferencia del consumidor, son quienes generan empleo productivo, aumentan los ingresos reales de la gente y, por ende, la calidad de vida de todos en el largo plazo.

Es un hecho que cualquiera va a solicitar un “empujoncito” a su “cuate” en el gobierno. Y si el “compadre” tiene el poder para concederle el deseo, y de paso le “unta la mano”, casi seguro que se apunta al “cambalache” de cortesías. ¿Y cuál es el sistema político que otorga esa amplia discrecionalidad a los burócratas? El Estado benefactor y su inseparable mercantilismo.

La economía no es un “sector”. Es simplemente el proceso por el cual intercambiamos bienes y servicios para satisfacer necesidades y alcanzar fines propios. Que la jerga “economisista” predique semejante tontería, no le da validez lógica ni racional. Que se pretenda, además, hacer creer que los “capitalistas explotadores”, conforman ese supuesto “sector” es una desfachatez usada para tergiversar argumentos y manipular a muchos. Yo, no voy a prestarme a ese juego arcaico fruto de las costras mentales del siglo pasado.

¿Si la supresión de cargas impositivas directas, comenzando por el Impuesto Sobre la Renta, funciona para que los “micros” transformen recursos en riqueza, por que no extender esa medida, en lugar de únicamente favorecer a varios? No es correcto gravar con el ISR a las empresas pequeñas. Ni a las medianas. Ni a las grandes. No es correcto, si se es coherente y se entiende de la economía de todos los días. De todas las personas.

(Por cierto, es una farsa esa de que los miembros de una Organización No Gubernamental no lucran. Eso sí, son “pilas” para encontrar formas de “distribuir” sus utilidades: una porción significativa de ellas se reparte a los “no dueños” por medio de salarios y prerrogativas. ¿O no?)

¿Por qué sí liberar a unos del pago de tributos y a otros no? ¿Acaso porque fulanito, para el gusto de algunos, ya posee “demasiado”? ¿Y qué pasará cuando el microempresario se convierta en mediano y luego en grande? ¿O sólo se permite ser “medianamente” exitoso? ¿O mejor quedarse diminuto? Así, seguiremos viviendo en la versión maya de “Liliput”.

Hay que generalizar las exoneraciones y acabar con el trato desigual en materia fiscal. Tanto el gran Tiranosaurio Rex como el pequeño Velociraptor, pertenecen al final del Cretácico. Ambos están ya extintos. ¿En qué fase se encuentra el mercantilismo chapín? ¿Qué tan lejos estamos de su desaparición?

Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 22 de mayo de 2006.

5.15.2006

Quieren

Todos queremos más, especialmente los políticos, dentro y fuera del gobierno. ¡Ah! Qué maravilla. Hagan cola para exigir sus querencias: tierra, trabajo, recreación, vivienda, condones… La lista es interminable, al igual que las necesidades de la “mara”, que pueden incluir hasta pistas de aterrizaje para facilitarle la tarea a los “narcos”. Y aunque, como dijo un campesino, “todo se los da el señor Otto Herrera”, conocido capo, no pierden nada con pedir algo adicional a los burócratas, nacionales y extranjeros. ¿Insólito? No: Guatemala.

Ahora, ¿quién va a costear “todas esas cosas” a las cuales “tú me acostumbraste”, Ben, Estado benefactor? ¿También don Otto, si nos subimos a su moto? Aclaro: no me refiero a un general retirado “wanabi” Presidente. En fin, ¿a quién le exigen lo que quieren? Al ficticio Estado que por medio de la voz del mandatario de turno ofrece lo que el tributario deberá desembolsar.

Y para intentar cumplir tantos ofrecimientos, los gobernantes, cual conejos "Energizer", siguen y siguen y siguen… insistiendo en que les urge “pisto fresco”. La misma cantaleta de siempre. No obstante, tengo varias dudas de “ignorante contribuyente”: ¿en qué y cómo se gastan lo que ya exprimen de nuestros bolsillos? ¿Esos miles de millones de quetzales que recaudan pero, extrañamente, dicen que no pagamos los guatemaltecos? Paradoja.

Un gobierno, confundido o no con Estado, no responde a demandas. Tiene funciones específicas: dar seguridad y justicia. Tampoco es el genio de la lámpara de Aladino para andar concediendo deseos y “solicitudes indecorosas”, como lo declaró otro “wanabi”. Sin embargo, del querer al exigir, por el simple hecho de existir, hay pocos pasos.

Todos debemos respetar la vida de los otros. Pero nunca, en el marco de un Estado de derecho, estamos obligados a sostener a los demás, a menos que, voluntariamente, hayamos aceptado hacerlo, ya sea por gusto o por compromiso familiar. Por más filantrópico, romántico y loable que lo anterior les parezca a algunos.

Querer: un verbo que ha sido muy “sustantivo” para unos cuantos. Por cierto, esta gente que jura ser feliz haciendo aquello que consideran un bien para los más humildes, los “dirigentes populares” que hacen llamados a que mantengamos a los pobres y que reclaman derechos en nombre de los desheredados, ¿por qué no hacen una “coperacha”, y dan el ejemplo donando su patrimonio?

¿Es justo que nos comprometan a satisfacer las pretensiones, las apetencias y las “ganas” de otros a costa de las propias y las de los nuestros? La mejor forma de “amar al prójimo”, próximo o lejano, es respetando sus bienes y decisiones libres, y no siendo carga de nadie. Aplicando la más célebre frase de Descartes a la actualidad políticamente correcta del Estado benefactor, podríamos decir: “Quiero, luego exijo”. Y adaptándola a los gobernantes, todavía puede sufrir una variación más: “Prometo, luego expolio”: sencillamente, un robo legalizado.


Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 15 de mayo de 2006.

5.08.2006

Leyes, no reyes

No se confunda: no me refiero solamente a Juan Francisco Reyes, el vicepresidente de la era de Alfonso Portillo “primero” y, espero, el “último”. Escribo sobre quienes desean llegar al poder y entronizarse en la “silla del quetzal”, y una vez sentados en ella decidir qué es, según ellos, lo preferible para sus “vasallos” guatemaltecos. Más allá de las buenas intenciones de estos seres “superiores” al resto de los mortales, lo que necesitamos es un gobierno de leyes y no de reyes. No vaya a ser que en una de esas fiestas electorales elijamos “democráticamente” coronar a un Hugo Chávez.

Sin embargo, para que tengamos un gobierno de leyes, tenemos que esclarecer qué es ley y qué es simple capricho del legislador o mandatario de turno: cualquier ocurrencia de un diputado o un funcionario público no debe ser considerada ley y menos ser obedecida aunque sea aprobada por los demás miembros de la “des-organización” apodada el “Congrueso”. Estas, que conforman casi en su totalidad nuestra reglamentación, no son leyes en su concepto legítimo, el cual ha sido, lamentablemente, manoseado, prostituido y abusado por políticos oportunistas. Las leyes para ser respetadas tienen que ser respetables.

(De la “legislorrea”, François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, decía lo siguiente: “Una multitud de leyes en un país es como tener muchos médicos: es signo de enfermedad”. ¿Qué tan enfermos estamos? ¿En “estado de coma”? Mientras sigamos negando la realidad, ciegos ante ella, los tuertos seguirán imperando en el reino de la eterna verborrea.)

¿Es justo señalar con el dedo acusador a aquellos hombres y mujeres que no cumplen con la legislación positivista que responde a la voluntad del congresista y no a los acuerdos libres entre las personas? ¿Un sistema que es producto de esa diarrea parlamentaria que sepulta nuestros derechos previos a la existencia de esas mal llamadas leyes, partiendo de la definición de Ley descrita por Frédéric Bastiat? ¿La Ley propia de un Estado de Derecho: un conjunto de pocas normas generales, abstractas e impersonales y de aplicación universal? Ese ideal que tantos mencionan y pocos entienden: al que muchos quisieran “adoptar”, poniéndole su “apellido” y cambiándole el “sentido”.

Hecho que muestra ignorancia e inconsistencia, además de falta de rigurosidad académica, en la cual es importante hacer énfasis si es que queremos aclararnos las ideas y tomar mejores decisiones que nos permitan vivir en una sociedad donde todos podamos cooperar e intercambiar, sin imposiciones, buscando cada quien alcanzar sus fines, respetando la propiedad, la libertad y la vida de los otros.

El Estado de Derecho es incompatible con un Estado Benefactor. Algunos creen que en este último se podría lograr un régimen de legalidad. Yo, lo dudo, porque ¿acaso son respetables la mayoría de las “leyes” de un Estado Interventor, leyes que violan y reducen la esfera privada del individuo?


Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 8 de mayo de 2006.

5.02.2006

Huracán Ben

Hay que “linchar” a Ben, antes de que él acabe con nosotros. Ben, cuánto daño nos has hecho, Ben: más que Mitch y Stan juntos. Ben, el estado Benefactor, que sólo Dios sabe a quiénes beneficia. Sobre todo en un país como Guatemala donde habitan ciertas alimañas con mucho poder y muchos pobres casi sin comer.

A veces me dan ganas de proponer que dejen “funcionar”, hasta sus últimas consecuencias, a Ben y su socio de por vida, el mercantilismo. Sin embargo, al calcular los resultados que esta medida podría acarrear, me arrepiento: las pérdidas causadas por los fenómenos naturales palidecen al lado de las esperadas al dejar “fluir” el régimen actual. Aunque sería interesante hacerlo para mostrar los alcances de su fracaso, recordemos que el recurso más escaso que tenemos es el tiempo, y el tiempo derrochado nunca lo recuperamos: así como hemos desperdiciado más de sesenta años embarcados en el experimento del interventor Estado Benefactor.

Si el objetivo común es vivir en una sociedad respetuosa y desarrollada, hace falta algo más que personas bien intencionadas: urge gente con ideas claras que reemplacen la legislación que nos rige hoy por un conjunto de leyes propias de un Estado de Derecho: generales, universales, abstractas e impersonales. Y pocas para que sean conocidas. Decisiones difíciles, sin duda, siendo la primera de ellas la de desaparecer el “políticamente correcto” Estado Benefactor, que se vende como aquel que vela por los más frágiles, y al final los condena a vegetar en la indigencia.

Terminar con Ben exige tener el coraje de soportar ser tachados de malos, egoístas, empleados de la oligarquía y cualquiera de esos “brillantes” (porque la razón brilla por su ausencia) argumentos ad-hóminen que suelen utilizar los arcaicos “progres neoizquierdistas”. Y algún “paleomarxista” que se encuentra “perdido en el espacio”.

Es cómodo pensar que otro va a solucionar los problemas individuales de todos, pero alejado de la realidad. ¿Qué te ha dado ese sistema, querido compatriota? Parece que canta un “infante” tributario. ¿Qué nos ha dado ese sistema fuera de la ilusión de que algunos “chapulines colorados” van a poner en cintura a los “mal portados” que no quieren “compartir” lo suyo con los demás?

Durante décadas, quienes han alimentado la fantasía del paraíso socialista únicamente han ocasionado miseria, en especial a sus seguidores: los incautos que sufren, pero no se esfuerzan en investigar por qué. Es más fácil creer que alguien más es culpable de nuestras carencias, y luego soñar que los “defensores del pueblo” van a corregir esa “injusticia” cuando lleguen al gobierno, les quiten sus propiedades a los “ricos explotadores” y las repartan… entre ellos mismos.

Mientras, continuamos aportando con nuestro trabajo al servicio del “Estado”: pagando impuestos y aguardando el “cambio”, como lo hicieron quienes nos antecedieron. Con excepción de aquellos que emigraron o se “informalizaron”.


Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 1 de mayo de 2006.

Matando la memoria

Hace poco descubrí cuál es mi mayor temor. Y para recordar escribí: “Antes, de niña y adolescente, tenía miedo a morir. Era algo más que pánico lo que sentía al pensar en el instante en el cual iba a dejar de existir. Hoy a lo que tengo miedo es al olvido. El olvido de mis memorias: tristezas y alegrías, lágrimas y risas… Al fin, son esas memorias las que me hacen ser quien soy. Hoy sólo temo perder mi ayer”.

En el caso de Angelo Ledda es lo contrario: él quisiera olvidar su ayer y concluir hoy expiando su pasado. Pero para eso necesita retener por un tiempo más esa memoria que pierde. Si consigue conservarla unos días más, podrá entregar el alma en paz. ¿Alcanzará su objetivo?

Dentro de la tradición del olvido de “Memento”, de Christopher Nolan, y “Novo”, de Jean-Pierre Limosin, y lejos de los sicarios de Quentin Tarantino (léase “Reservoir dogs”, “Pulp Fiction”, “Kill Bill”) llega a las tiendas de alquiler el DVD de manufactura belga titulado “The memory of a killer: The Alzheimer case” (De zaak Alzheimer).

"The memory of a killer" narra la historia de un asesino por contrato quien es consiente de su mal de viejo: el Alzheimer. En el crepúsculo de su carrera criminal, Ledda se enfrenta a un dilema ético que le presenta la oportunidad de terminar dignamente sus recuerdos: quién sabe si también su particular vida. ¿Decidirá traicionar a sus empleadores y apoyar a las autoridades a encontrar a los jefes de una red de pederastas en la cual están implicados funcionarios públicos y aristócratas? ¿Se convertirá él mismo en el justiciero de esta tragedia?

Hay quienes consideran esta producción de “bajo presupuesto” un conjunto de parches de otras cintas del género de “cine noir” (negro), incluidas varias de las que mencionaba con anterioridad. Sin embargo, muchos reconocen que el trabajo del director Erik Van Looy otorga al filme una calidad visual, ambiental, argumental y fotográfica que invita a verlo a pesar de los posibles lugares comunes y los motivos habituales propios de las ficciones de suspenso policial. Lo que puede no agradar a algunos, pero a otros va a entretener.

Además, nos topamos con un interesante guión de Carl Joos y Erik Van Looy, quienes redactan, basados en la novela de Jef Geeraerts, un libreto que intenta profundizar en los aspectos dramáticos del relato, sin abandonar la intriga, las investigaciones detectivescas y una cierta dosis de acción que conquista la atención del espectador.

“De zaak Alzheimer” se grabó en el año 2003 y cuenta con las actuaciones de Jan Decleir (Angelo Ledda), Koen De Bow (Eric Vincke), Werner De Smedt (Freddy Verstuyft), Jo De Meyere (Gustave de Haeck), Gene Verboets (Seynaeve), Dirk Roofhooft (Vader Cuypers), Laurien Van den Broeck (Bieke Cuypers), Deborah Ostrega (Anja), Hilde De Baerdemaeker (Linda), Geert Van Rampelberg (Tom Coemans). La fotografía estuvo a cargo de Danny Elsen y el responsable del montaje fue Philippe Ravoet.

La película me cautivó desde el principio, y logró mantener mi interés hasta el final. Tal vez incluso consiga que usted de igual forma la retenga en su memoria: ese bien a veces olvidado y menospreciado por quienes aún disfrutamos de él.


Nota: esta crítica de cine se publicó en la revista “Orbe” del mes de mayo de 2006.