Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

5.08.2006

Leyes, no reyes

No se confunda: no me refiero solamente a Juan Francisco Reyes, el vicepresidente de la era de Alfonso Portillo “primero” y, espero, el “último”. Escribo sobre quienes desean llegar al poder y entronizarse en la “silla del quetzal”, y una vez sentados en ella decidir qué es, según ellos, lo preferible para sus “vasallos” guatemaltecos. Más allá de las buenas intenciones de estos seres “superiores” al resto de los mortales, lo que necesitamos es un gobierno de leyes y no de reyes. No vaya a ser que en una de esas fiestas electorales elijamos “democráticamente” coronar a un Hugo Chávez.

Sin embargo, para que tengamos un gobierno de leyes, tenemos que esclarecer qué es ley y qué es simple capricho del legislador o mandatario de turno: cualquier ocurrencia de un diputado o un funcionario público no debe ser considerada ley y menos ser obedecida aunque sea aprobada por los demás miembros de la “des-organización” apodada el “Congrueso”. Estas, que conforman casi en su totalidad nuestra reglamentación, no son leyes en su concepto legítimo, el cual ha sido, lamentablemente, manoseado, prostituido y abusado por políticos oportunistas. Las leyes para ser respetadas tienen que ser respetables.

(De la “legislorrea”, François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, decía lo siguiente: “Una multitud de leyes en un país es como tener muchos médicos: es signo de enfermedad”. ¿Qué tan enfermos estamos? ¿En “estado de coma”? Mientras sigamos negando la realidad, ciegos ante ella, los tuertos seguirán imperando en el reino de la eterna verborrea.)

¿Es justo señalar con el dedo acusador a aquellos hombres y mujeres que no cumplen con la legislación positivista que responde a la voluntad del congresista y no a los acuerdos libres entre las personas? ¿Un sistema que es producto de esa diarrea parlamentaria que sepulta nuestros derechos previos a la existencia de esas mal llamadas leyes, partiendo de la definición de Ley descrita por Frédéric Bastiat? ¿La Ley propia de un Estado de Derecho: un conjunto de pocas normas generales, abstractas e impersonales y de aplicación universal? Ese ideal que tantos mencionan y pocos entienden: al que muchos quisieran “adoptar”, poniéndole su “apellido” y cambiándole el “sentido”.

Hecho que muestra ignorancia e inconsistencia, además de falta de rigurosidad académica, en la cual es importante hacer énfasis si es que queremos aclararnos las ideas y tomar mejores decisiones que nos permitan vivir en una sociedad donde todos podamos cooperar e intercambiar, sin imposiciones, buscando cada quien alcanzar sus fines, respetando la propiedad, la libertad y la vida de los otros.

El Estado de Derecho es incompatible con un Estado Benefactor. Algunos creen que en este último se podría lograr un régimen de legalidad. Yo, lo dudo, porque ¿acaso son respetables la mayoría de las “leyes” de un Estado Interventor, leyes que violan y reducen la esfera privada del individuo?


Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 8 de mayo de 2006.