Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

4.10.2006

Pasión sin Cruz

Cree en Dios. Pero no en el dios de las fábulas y las metáforas. No en el dios que envía criaturas a sufrir la incertidumbre terrenal. Cree en ese Dios con quien dialoga constantemente, su compañero inseparable en las buenas y en las malas. Especialmente en las malas. Sí… en las malas.

En su ayer lejano fue sirviente por temor al reino de Hades, eufemismo cristiano para nombrar el infierno, amenaza latente al creyente. Luego, fue persona atea en el rencor alimentado por el engaño de la interpelación frustrada. Una protesta expresada en el silencio agónico del alma que se niega a quien clama en ella. La calma después de la confusa tormenta de reclamos desembocó en un agnosticismo producto del dolor inherente al proceso curativo de esas heridas sentidas que ninguno vio.

Hoy, es practicante del amor que descubrió más allá de toda revelación ajena. Hallazgo que le lleva a disfrutar en la justa medida aristotélica adaptada a sus fines propios. Descansen en paz las tribulaciones del corazón adolescente.

La suya es una pasión sin Cruz: no frecuenta a nadie con ese nombre, ni cree que sacrificarse le acerque a la Gloria. Cree en vivir cada momento con coraje, y en maximizar los tiempos de felicidad a su alcance. Como la mayoría, ansía ser feliz: pasión que no admite Cruz.

Sólo acepta la autoridad moral del respeto a los derechos del individuo libre y sus bienes. Con pasión también exige que se honren los mismos derechos en todos, incluyéndose entre estos últimos, siempre los primeros.

Quien narra esta posible ficción, cuento inconcluso quizás heterodoxo, asegura que su protagonista, al hablar de respetar, opina que se deben admitir en el intento las creencias de quienes sí veneran imágenes y practican ritos. A ellos pide que de igual manera respeten sus elecciones y las de los demás.

Dicen que el Omnisciente quiso que la voz le naciera un equinoccio de primavera cualquiera, y a los días ¿cuántos? de ese originario grito de alegría, viera con asombro ante lo insólito, el plenilunio previo a la conclusión de otra Pasión. Al pasar los años le contaron la historia de la Resurrección: el eterno retorno del Eterno.

Pasión, palabra latina, calco del griego. Lo opuesto a la acción. ¿O simple motivación más activa que pasiva? A su parecer, no considera a la pasión un padecer. Reta las reglas del lenguaje al declarar lo contrario: es un placer.

No sé si le interesa darse a entender. Tal vez nomás desea dejar atrás la aflicción pasada. Aquello que pesó en su ánimo y entorpeció su charla inagotable con Él, esencia inmutable.

Al fin, gente mundana es, y a esta vida se entrega con pasión. Pasión en su quehacer diario. Pasión en la consecución de sus sueños. Pasión en el ejercicio de los difíciles y tantas veces confundidos verbos amar, a pocos, querer, a otros y conocer a más. Pasión en la consideración universal. Pasión en el espíritu que exclama gracias. Gracias a Ti, íntimo Dios.


Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 10 de abril de 2006.