Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

2.27.2006

O sea, don Kompass

Agarre la onda. La mayoría no vivimos del erario público: no somos burócratas, políticos o “expertos” en sacarle pisto a la mara productiva. O sea, ¿me explico?

Ese su “dieciséis por ciento” de carga impositiva tiene un diez de más. Digo, si queremos atraer el capital que nos ayude a transformar recursos en riqueza que permita aumentar los ingresos reales de todos: no sólo los emolumentos de los monumentos que pululan en el mundillo "jetsetero" de los comisionados: altos o bajos, no importa la estatura, en esta coyuntura.

Cuántos no le han sugerido ya que con esos elevados haberes que se ha habido, se compre una buena brújula para hacer honor a su apellido. Así, es más fácil encontrar el norte, no vaya a ser que nos vayamos más al sur de la pobreza.

O sea, ¿por qué no redistribuir el gasto público? ¿Acaso no es el verbo redistribuir el preferido de los fabricantes de miseria? ¿No le parece adecuado utilizarlo dentro de este contexto porque podría afectar sus intereses? Creo conocer su respuesta: “Sí, sigamos redistribuyendo, pero lo de otros. Una vez redistribuido en nuestro bolsillo, subamos de nuevo los impuestos”. Fórmula ganadora: obvio para quienes.

La situación crítica en la que viven muchos no es cuestión de “moda fiscal”. El tema vital es aceptar aquellos principios que nos ayuden a prosperar en el mundo real, y no en la tierra de fresa de los “funcionarios unidos jamás serán vencidos”. Y no existe ninguna nación en la cual la calidad de vida de la gente haya mejorado, en el largo plazo, por medio del gasto estatal. Gasto que sólo incrementaron (en detrimento futuro de sus habitantes) después de haber producido la base que los hizo ricos: lo que aún no ha sucedido en Guatepobre.

O sea, sé que a usted cero que le afecte un aumento en los gravámenes. Pero a quienes operamos en la “formalidad” (apenas el 20 por ciento de la población), ¿alguien sabe cómo nos va a perjudicar y cuál es la tasa efectiva que vamos a pagar? ¿40, 45, 50 por ciento o más?

Necesitamos riqueza para combatir la pobreza, y eso no se logra poniendo más tributos. ¿Quién va a invertir en Guatemala bajo esa constante amenaza? Casi nadie: lo muestran las mismas estadísticas del gobierno. Si viviera en otra parte, tal vez me provocaría risa enterarme de la "inversión extranjera" que "atraemos" a nuestro país.

O sea, si se cree buzo, salga a la superficie para darse cuenta de la realidad. No confunda la gimnasia con la magnesia: una sociedad desarrollada con una “en vías de desarrollo”. No se sienta “el extranjero”, emisario del condenado y posible padre de Odiseo. Tampoco se pase de astuto, no vaya a ser que lo echen del paraíso y le toque empujar, como a un mortal común y corriente, la pesada roca de la carga fiscal de las personas vetadas del Olimpo.

Finalizo este escrito "cool" como una simple ciudadana libre dando un consejo no pedido: cómprese un cochinito y ahórrese sus comentarios.

Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 27 de febrero de 2006.