Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

4.03.2006

Mata el hombre

No matan las armas. Mata un hombre. O mata una mujer. Matan con un arma, pero no matan las armas.

Sin embargo, y a pesar de lo obvio, hay quienes opinan que restringiendo la tenencia de armas al ciudadano respetuoso se soluciona el problema del incremento de la criminalidad. Qué ingenuidad.

Si se analiza lógica y racionalmente, es imposible sostener el argumento de que se van a reducir los crímenes si se limita o prohíbe portar armas. La gente que así piensa olvida en su ecuación que no son las armas las que matan, sino las personas que las usan. Mata aquel que no debe ser disculpado y mucho menos exonerado de pagar el costo de sus acciones violatorias de los derechos individuales de alguien más. La única excepción a la regla es cuando se mata en defensa personal.

Un arma sólo es una herramienta más de tantas que el hombre ha inventado y mejorado a lo largo de la historia. Un objeto inanimado que, dependiendo de cómo se utiliza, puede servir para proteger o atacar.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, quien “ha cometido o procurado cometer un crimen” es un criminal. Y un crimen es una “acción indebida o reprensible”, o una “acción voluntaria de matar o herir gravemente a alguien”. Reprender es sinónimo de castigar. El mismo concepto de crimen toma en cuenta la decisión libre de quien sabe que su proceder implica una condena, lo cual logra que muchos desistan de delinquir. Al menos así sucede en donde existe la certeza del cumplimiento de la norma: esa seguridad de que si violamos la propiedad, la libertad y la vida de otros, vamos a ser sentenciados dependiendo de la índole de la violación.

En el devenir de la civilización, y a un precio altísimo, se descubrió que aprendemos en base a un sistema de incentivos y castigos. Cuando se ignora este axioma de la acción humana, violar los derechos de los otros no asegura ninguna sanción. Al contrario, en ocasiones hasta premia al violador convirtiéndolo en "víctima" de la sociedad, de las circunstancias, del destino… como si él o ella no hubieran tomado la decisión de apretar el gatillo o empuñar el cuchillo. ¿Les recuerda a Guatemala?

El criminal actúa por definición fuera de la ley. Si sus acciones no fueran criminalizadas no sería criminal. Por consiguiente le da igual que sea o no permitido poseer un arma: se ríe del precepto y de quienes lo proponen y aprueban. Probablemente hasta apoyaría la legislación mencionada, ya que va a preferir un individuo desarmado que uno armado. En el primer caso se minimizan sus riesgos y en el segundo aumentan.

Es tan difícil creer que un criminal va a andar desarmado como pensar que no son desalmados: irresponsables, crueles, despiadados. La pretensión de desarmar a la población que respeta las leyes para "amedrentar" al delincuente es una ironía más en el canasto de las contradicciones de quienes se creen capaces de cambiar al ser humano, siendo ellos humanos.


Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 3 de abril de 2006.