Huracán Ben
A veces me dan ganas de proponer que dejen “funcionar”, hasta sus últimas consecuencias, a Ben y su socio de por vida, el mercantilismo. Sin embargo, al calcular los resultados que esta medida podría acarrear, me arrepiento: las pérdidas causadas por los fenómenos naturales palidecen al lado de las esperadas al dejar “fluir” el régimen actual. Aunque sería interesante hacerlo para mostrar los alcances de su fracaso, recordemos que el recurso más escaso que tenemos es el tiempo, y el tiempo derrochado nunca lo recuperamos: así como hemos desperdiciado más de sesenta años embarcados en el experimento del interventor Estado Benefactor.
Si el objetivo común es vivir en una sociedad respetuosa y desarrollada, hace falta algo más que personas bien intencionadas: urge gente con ideas claras que reemplacen la legislación que nos rige hoy por un conjunto de leyes propias de un Estado de Derecho: generales, universales, abstractas e impersonales. Y pocas para que sean conocidas. Decisiones difíciles, sin duda, siendo la primera de ellas la de desaparecer el “políticamente correcto” Estado Benefactor, que se vende como aquel que vela por los más frágiles, y al final los condena a vegetar en la indigencia.
Terminar con Ben exige tener el coraje de soportar ser tachados de malos, egoístas, empleados de la oligarquía y cualquiera de esos “brillantes” (porque la razón brilla por su ausencia) argumentos ad-hóminen que suelen utilizar los arcaicos “progres neoizquierdistas”. Y algún “paleomarxista” que se encuentra “perdido en el espacio”.
Es cómodo pensar que otro va a solucionar los problemas individuales de todos, pero alejado de la realidad. ¿Qué te ha dado ese sistema, querido compatriota? Parece que canta un “infante” tributario. ¿Qué nos ha dado ese sistema fuera de la ilusión de que algunos “chapulines colorados” van a poner en cintura a los “mal portados” que no quieren “compartir” lo suyo con los demás?
Durante décadas, quienes han alimentado la fantasía del paraíso socialista únicamente han ocasionado miseria, en especial a sus seguidores: los incautos que sufren, pero no se esfuerzan en investigar por qué. Es más fácil creer que alguien más es culpable de nuestras carencias, y luego soñar que los “defensores del pueblo” van a corregir esa “injusticia” cuando lleguen al gobierno, les quiten sus propiedades a los “ricos explotadores” y las repartan… entre ellos mismos.
Mientras, continuamos aportando con nuestro trabajo al servicio del “Estado”: pagando impuestos y aguardando el “cambio”, como lo hicieron quienes nos antecedieron. Con excepción de aquellos que emigraron o se “informalizaron”.
Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, en la columna semanal “Principios”, el lunes 1 de mayo de 2006.
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