Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

8.28.2006

Haraquiri de hecho

Las medidas de hecho son actos delincuenciales o criminales (son contrarias al derecho), y quienes más pierden con estas acciones, paradójicamente, son aquellos que las llevan a cabo. Un suicidio al estilo chapín con apariencia de haraquiri japonés.

En el largo plazo son más peligrosas que los viajes en autobús en Guatemala, en tren en Egipto o en avión en Rusia. Son prácticas, comunes en naciones tercermundistas, que violentan los derechos de la mayoría de habitantes del país y perjudican en especial a los más débiles de la sociedad: a los pobres.

En estas medidas reñidas con la ley, engañosamente manejadas con objetivos electorales, pareciera existir una coordinación de uno o varios “partidos” políticos que les interesa “partir”, aún más, el frágil régimen legal del país y terminar de hundir al presente gobierno. Como muestra, la protesta “múltiple” de algunos pobladores de Totonicapán que exigen, entre otras cosas, intervención gubernamental en el sistema de energía eléctrica, insumos para los hospitales y que se derogue la normativa que agrega un año más a la carrera de magisterio. ¿Casualidades o carta populista a Santa Clos?

Violación a la libre locomoción, ataques a personas ajenas al conflicto y la destrucción de propiedades, son algunas de las “medidas” que han tomado los futuros maestros. “Vemos que la única manera de que nos pongan atención es con medidas de hecho. Así fue como los médicos ganaron sus demandas”, declaró un estudiante. Total, cuando miro las imágenes noticiosas, y observo las actitudes de los inconformes, me pregunto si consideran sus delitos simple diversión. Lamentable. No se dan cuenta que se condenan a sí mismos. Fronteras, aeropuertos, edificios públicos, carreteras, avenidas… ¿qué les hace falta “ocupar”? ¿La casa de usted, en la cual en cualquier momento alguien puede entrar a robarle, violarle, secuestrarle o matarle?

Estas acciones representan la principal fuente de ingresos de muchos holgazanes cuyo “modus vivendi” es la mentira, la manipulación y el crimen “políticamente correcto”: al fin, ¿cuántos no vamos a atrever a criticarlos públicamente, sabiendo que vamos a ser atacados y tachados de insensibles ante la “queja sentida” de los “grupos sociales”? Semejante tontería (los colectivos no sienten: son abstracciones), es una de las más frecuentes excusas de gorrones que apoyan a los “desheredados” con medidas que los mantienen en la pobreza. Triste es la miseria intelectual de quienes sólo son pose superficial sin contenido formal.

Y para colmar la paciencia, Álvaro Ramazzini, promotor de medidas de hecho, reclama a los gobernantes por no hacer justicia y denuncia que vivimos en una ¿anarquía táctica? Eso sí, no olvida recomendar a los ciudadanos que deben cumplir con sus obligaciones “con el mismo ahínco con que exigimos que se respeten nuestros derechos”. Qué ironía. ¿Qué nos queda por hacer? ¿Convertirnos en samuráis mesoamericanos?

Nota: artículo publicado el lunes 28 de agosto de 2006 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno.

8.21.2006

Casualidades de la guerra

Las “casualties of war” que sufre un pueblo involucrado en una guerra, con lo dolorosas, desgarrantes y condenables que son, no llegan a ser tantas ni tan sentidas, en el largo plazo, como aquellas que produce el debate de ideas a partir de visiones opuestas del mundo humano. Obviamente, una de las concepciones está equivocada. Ahora, ¿cuál? Confrontarlas con la realidad objetiva responde a esta interrogante.

Esta pugna ancestral, en muchos casos de egos, ha multiplicado la miseria en unas sociedades y en otras ha acelerado la creación de riqueza. ¿De cuál de estos enfoques se encuentra más cerca nuestro sistema político? Para contestar debemos señalar cuáles son esas posiciones: una, la colectivista, otra, la individualista.

La primera sitúa al colectivo por encima del individuo: privilegia lo abstracto por encima de lo concreto. La segunda reconoce al individuo como anterior al colectivo, quien, además, conforma no uno, sino todos los colectivos. Un individuo, por ejemplo el asceta, podría vivir sin el “colectivo”. Pero nunca un colectivo puede existir sin individuos.

El colectivismo, identificado con el socialismo y la comunidad cerrada, se origina con Platón y su propuesta, contenida en “La República”, de construir un Orden, según él justo, dirigido y planificado centralmente por los filósofos que deciden por el resto. Propuesta atractiva, máxime si alguien se cree parte de los sabiondos que van a ostentar el poder.

El individualismo, identificado con el liberalismo y la sociedad abierta, también halla sus raíces en Atenas, con Pericles y Aristóteles, discípulo de Platón que no coincidía con su maestro. Casi dos mil años después, los escolásticos del siglo quince, seguidores de Tomás de Aquino, estudian las observaciones de los griegos y proponen, entre otras cosas, la eliminación de impuestos y controles de precios; y el respeto a la propiedad, a los contratos y al libre comercio. ¿Serían estos religiosos “neoliberales” adelantados a su tiempo?

Por supuesto, sin los trabajos de pensadores como Turgot, Condorcet, Say y Bastiat, y la posterior revolución marginalista del año 1871 que corrige el error de los economistas clásicos sobre la teoría del valor (que depende del sujeto que valora el objeto) probablemente hoy sería difícil estar seguros de cuál de las dos nociones es acertada y cuál errada.

Sobra evidencia, aunque algunos “opinionistas” la nieguen, de que la visión colectivista, representada actualmente por el dominante Estado benefactor, es un fracaso. Por otro lado, abundan las pruebas de que la visión individualista, representada por el Estado de derecho (la igualdad de todos ante la ley) es exitosa en la mejora constante en la calidad de vida de las personas.

Guatemala es socialista.

En fin, es evidente cómo reducir los “muertos” a consecuencia del enfrentamiento de ideas. Falta actuar, venciendo los intereses creados de los grupos de presión, para cambiar.

Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de agosto de 2006.

8.14.2006

Incoherencias

Cómo les duele a algunos que no me trague sus discursos manipuladores, tergiversados y políticamente correctos. Soy falible como cualquier humano. Reconozco mis errores cuando me prueban que estoy equivocada. Más aún, cuando con argumentos, razones y evidencias me muestran ese yerro lo agradezco infinitamente, porque uno de mis fines en la vida es la búsqueda de la verdad. Así que, entre más pronto corrija mis equívocos, más rápidamente puedo regresar a la senda que me lleve a encontrarme con las certezas que busco.

Para mantenerme en el camino intento ser coherente: otro de mis objetivos. Debido a esa determinación he sido tildada, de forma ad hóminen, de tantas cosas que ya olvido varias de ellas. Las más recientes incluyen acusaciones como la de “defensora de genocidas”, concepto al que agregan, irónicamente, a los israelíes. Por eso, cuando me topo con insensatos en la ruta del debate no me sorprendo. Ni el ataque me amedrenta.

En el caso del conflicto de Medio Oriente entre Hizbulá e Israel, muchos que se rasgan las vestiduras, exudan su antisemitismo y denuestan el reclamo ancestral judío (tal vez a destiempo) de territorios y exigen que se acepte lo que consideran Palestina; cuando se trata de Guatemala, gritan por la “devolución de la madre tierra a los mayas redivivos”. Intereses, prejuicios, ideologías, resentimientos, envidias, desinformación, ¿qué hay detrás de esas incongruencias? Lo mismo es aplicable a los “adalides” del Estado benefactor y el sistema mercantilista que juran velar por los pobres pero insisten en un modelo socialista fracasado.

“Ante la amenaza creciente contra la integridad de una nación, la paz y la seguridad de América Latina y el mundo, los abajo firmantes exigimos que el gobierno de Estados Unidos respete la soberanía de Cuba”, declaran cuatrocientas “personalidades” lideradas por Roberto Fernández Retamar, incluidos ocho ganadores del Nobel, sin faltar Rigoberta Menchú. Me parece acertada la crítica a la intervención de las autoridades de unos países en los asuntos de otros, como lo hizo Fidel Castro. Ahora, si los “notables” signatarios del alegato fueran consecuentes, deberían respetar la libertad individual de los isleños que no pertenecen a la “nomenclatura”. ¿Por qué estos que se identifican como “intelectuales comprometidos” (¿con quién?) no defienden con igual vehemencia los derechos de las personas comunes y sin voz? ¿Por qué no rechazan la intrusión de otros mandatarios en temas que les son ajenos?

¿Una más de esas contradicciones? Las de quienes se indignan ante la intromisión estadounidense, sin embargo, se hacen los locos con el ímpetu armamentista de Hugo Chávez. Y, a diferencia del último, al menos los primeros tienen un ejercicio del poder limitado. Este personaje sí es una amenaza, sino para “el mundo”, para América Latina.

Y, la suprema paradoja es representada por aquellos que creen leer, pero no logran entender.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno” el lunes 14 de agosto de 2006.

8.06.2006

Alto al fuego

Que acaben las guerras, que cesen las muertes de inocentes, que terminen las violaciones a la propiedad, la libertad y la vida de los demás: deseos compartidos por muchos. Anhelos necesarios para que, en lugar de confrontarnos, cooperemos en paz y logremos, dependiendo del esfuerzo propio y la productividad personal, hacer nuestros sueños realidad.

Ahora, ¿cómo podemos alcanzar ese fin común, cuando nos encontramos en el camino a tantos que adolecen de trastornos mentales y espirituales, cuya única meta es ejercer el poder? Seres capaces de ofrecer, ordenar y ejecutar cualquier cosa, con tal de conseguir su objetivo.

Hoy, la lista parece inacabable: Hugo Chávez, Kim Jong Il, Osama Bin Laden, Mahmoud Ahmadineyad y los ayatolás que lo manejan, y otros que olvido en este momento. Listado en el cual debemos agregar a varios seudo demócratas y al tirano cubano, en aparente proceso de extinción, llamado Fidel Castro.

Hugo Chávez, Presidente de Venezuela, ha dedicado las últimas semanas a un viaje, entre otros destinos, a países regidos por dictadores que le vendieron armas para sus milicias bolivarianas. ¿Qué estará elucubrando este Hitler tropical tercermundista? No lo dude: es un peligro demasiado cercano para no hacernos la pregunta.

Mahmoud Ahmadineyad, Presidente de Irán, anunció que le importa un bledo el “ultimátum” del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, con relación a su programa de enriquecimiento del uranio. ¿Está preparándose para un ataque nuclear? ¿Contra quienes? ¿Los infieles? O sea, ¿todos aquellos que no son musulmanes? ¿Se encuentra usted entre este grupo? Digo, el de los infieles, y no precisamente “infiel” a su pareja.

Hussein Safiadin, dirigente de la facción terrorista Hizbulá, reiteró la siguiente amenaza: “Haremos que Israel deje de ser segura para los israelitas. No habrá sitio en que podrán sentirse seguros”. Si usted fuera judío y, además, viviera en Israel, ¿cómo se sentiría? ¿Cuál sería su reacción?

Kim Jong Il, dictador de Corea del Norte (quien vive en un bunker rodeado de lujos a costa de la miseria de su pueblo y obliga a sus súbditos que lo llamen “querido líder”), es otro autoritario gobernante que incluye en sus haberes armamento tan sofisticado que podría aniquilar la vida en el planeta.

No falta quién, ingenuamente, se llene la boca exigiendo a los burócratas de la ONU y los mandatarios del “mundo libre” que detengan los enfrentamientos. Pero, ¿cómo, si estos personajes con un poder casi absoluto y poseedores de grandes riquezas sólo escuchan la voz de su ambición?

Sé que hay quienes consideran las respuestas obvias y piensan que sólo queda una opción: defenderse. Sin embargo, por las pérdidas humanas que esa alternativa implica, llego a la conclusión de que, al menos en mi caso, sí representa un dilema. ¿Cómo solucionarlo? ¿Decidiendo cuál es el mal menor? ¿Quién decide? ¿Bajo qué parámetros? Reflexiono.


Nota: artículo publicado en el diario Siglo Veintiuno, el lunes 7 de agosto de 2006.

8.03.2006

¿Vuelan las tortugas?

Inquietante interrogante que, en una forma metafórica, sugiere esta perturbadora producción iraní/iraquí del año 2004, llamada “Lakposhtha hâm parvaz mikonand” y traducida como “Las tortugas también vuelan”. Por simple sentido común, cualquiera respondería a la pregunta planteada en el titulo de este comentario que las tortugas no vuelan. Sin embargo, regresando al tropo literario utilizado en varias ocasiones en el filme, para contestar primero debemos cuestionarnos, ¿quiénes son las tortugas?

Visto fríamente, el argumento trata sobre la vida de los habitantes de una aldea del Kurdistán iraquí, en la frontera entre Irán y Turquía, los cuales compran una antena parabólica para escuchar las noticias relacionadas con el inminente ataque de Estados Unidos contra Irak. No obstante, sin necesidad de un transmisor, un adolescente mutilado, que viene de otro pueblo con su hermana y un infante, tiene una premonición: la guerra está cada vez más cerca. Empero, a este relato no podemos aproximarnos desapasionadamente: nos entregamos a él.

El director y guionista kurdo/iraní, Bahman Ghobadi, elige como personajes a una caterva de huérfanos, muchos de ellos lisiados: víctimas de la dictadura de Saddam Hussein. El resultado es angustioso, devastador: la existencia cotidiana de criaturas que podrían estar estudiando y soñando con el mañana en vez de dedicar su día a buscar minas terrestres para venderlas, y así procurarse el dinero indispensable para su manutención. Pero, lo más impactante es su respuesta ante las circunstancias adversas: dentro de la miseria en que viven, se apoyan, cooperan e intentan salir adelante. No renuncian a la risa, al juego y a la búsqueda de la felicidad. O al menos, casi todos. ¿Para quién el futuro ya no tiene valor?

Ghobadi, construye un trama que parte del aprecio que el líder del grupo, apodado Satélite, siente por sus compañeros y en especial por Agrin, una niña que esconde un fatal secreto. Ella, Hangao (su hermano que perdió ambos brazos) y Rega (el pequeño ciego que apenas habla), son los protagonistas de esta película dolorosa, cruda, que conmueve y demanda un público comprometido que resista el drama que narra. Ninguna otra cinta, hasta hoy, me ha hecho derramar tantas lágrimas como esta poética ficción ¿o realidad? de las tortugas voladoras.

Los papeles principales estuvieron a cargo de Avaz Latif (Agrin), Soran Ebrahim (Kak), Hiresh Feysal Rahman (Hangao), Saddam Hossein Feysal (Pasheo), Abdol Rahman Karim (Rega), Ajil Zibari (Shirko). La música es responsabilidad de Hossein Ali Zadeh y la fotografía de Shahryar Assadi.

Si esta tragedia no nos invita a la reflexión sobre las consecuencias de la ambición de poder de uno o unos pocos, y el ejercicio totalitario que del mismo hacen para mantenerlo, creo que nos quedan escasas posibilidades para despertar a la verdad detrás de los muros y las cortinas alzadas por los déspotas. Vuele, como las tortugas del cuento. La esperanza de seres capaces de levantar la vista y mirar hacia el frente obviando el fuego cruzado, es contagiosa.


Nota: comentario publicado en la Revista Orbe del mes de agosto de 2006.