Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

8.27.2018

Estado de extorsión




El Estado que prevalece en Guatemala, es el estado de extorsión sin discriminación alguna. Ni por etnia, ni por grupo social o ni por recursos económicos. Difiere en quiénes extorsionan a quiénes, pero, al final, tan extorsionista es el pandillero de la mara Salvatrucha, el del Barrio 18 o el  de los Crazy Gansters, como lo es el funcionario, el burócrata, el fiscal, el juez… que usa el poder que se le delegó para extorsionar a los ciudadanos con la excusa de alcanzar sus objetivos, cualesquiera que estos sean. Ya sea para bien o para mal de la mal llamada “sociedad”.

Lo que, por cierto, me lleva a preguntarme si todavía podemos identificarnos con los términos de “sociedad” y “Estado”, cuando estamos tan lejos de la definición aristotélica de éstos: “Todo Estado es, evidentemente, una asociación, y toda asociación no se forma sino en vista de algún bien, puesto que los hombres, cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece ser bueno… todas las asociaciones tienden a un bien de cierta especie, y que el más importante de todos los bienes debe ser el objeto de las más importante de las asociaciones, de aquella que encierra a todas las demás, y a la cual se llama Estado”.

La extorsión más burda, y más fácil de identificar y condenar, es la que hacen los criminales de cuello azul: o sea, aquellos que usan un arma para amedrentar a sus víctimas y no se tocan el alma para asesinarlos a ellos o a sus familiares, si no les entregan el dinero que les exigen. La extorsión que hacen los delincuentes comunes, los criminales sin organización y los organizados en maras o pandillas.

La extorsión que hacen los burócratas estales, ya sean los empleados de la SAT, de las aduanas o los que piden una comisión para otorgar contratos estatales, es un poco más difícil de señalar ya que como arma usan la discrecionalidad (arbitrariedad) que les da la ley o la legislación decretada a su antojo. Aunque gracias a los avances tecnológicos de la Cuarta Revolución Industrial, se les puede grabar infraganti al cometer la extorsión.

El problema que tienen la mayoría de las víctimas en estos casos es que para acusarlos tienen que pagar, y en el momento en el cual ceden a la presión, los convierten en cómplices. Luego, la abstracta opinión pública (que suele ser la voz de unos pocos dirigentes de los grupos de presión consentidos por los medios de comunicación) en lugar de referirse a ellos como víctimas de una extorsión, los acusan de corruptos y de sobornar a los cándidos funcionarios del gobierno.

No obstante, la extorsión más difícil de señalar por el temor, casi terror, que sienten los extorsionados de ir presos al infierno de las cárceles guatemaltecas, aunque sean inocentes o la falta no lo justifique, es aquella que hacen los émulos de Robespierre de nuestro país, a quienes ni siquiera les aplican las leyes de Guatemala ni de ningún lugar. Aquellos a quienes se les otorgó poderes casi divinos para, en teoría, combatir a los peores criminales de nuestro país.

La ironía es que ese poder no lo han utilizado para combatir a las peores y más peligrosas expresiones del crimen organizado. Sí han capturado a algunos criminales de Estado, que merecen estar presos y que ¡ojalá!, retribuyan justamente a sus víctimas y paguen sus crímenes, particularmente el abuso del poder que se les delegó. Por supuesto, después de que se cumpla con el debido proceso. Sin embargo, hasta que se limite el ejercicio del poder, exista respeto al debido proceso, certeza jurídica y seguridad, en otras palabras, que todos seamos iguales ante la ley y nadie superior a esta, seguiremos viviendo dentro de un Estado de extorsión.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “El Siglo”, el lunes 27 de agosto de 2018.

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2.27.2017

¿Quién gana con más caos?



¿Quién gana, en el corto plazo, con la creciente incertidumbre, el aumento de la criminalidad y la falsa información que circula? Y no me refiero solamente al mal llamado debate en el tema de los cambios constitucionales impulsados por Iván Velásquez, en particular en lo que al inexistente derecho indígena trata: la incertidumbre y la desinformación se multiplican en muchos temas más en nuestro país, en algunos casos propiciada desde las redes sociales virtuales y en otros, lamentablemente, desde los mismos medios de comunicación.

Pero, ¿quién gana con el estado actual del ánimo de muchos que, en los casos extremos, raya en la paranoia? ¿Quién gana con el hecho de que crece el miedo, a veces con fundamento y otras veces no? Por supuesto, quiero enfatizar que, en el largo plazo perdemos todos de una u otra manera. Pero hoy, ¿quiénes se benefician? A primera vista es fácil responder que esta situación es bienvenida por los delincuentes y criminales comunes, ya sea organizados o desorganizados. Sin duda, los pandilleros, los extorsionistas y los asesinos ocasionales o seriales (los sicarios) pueden festejar el pánico creciente en la sociedad guatemalteca.

Pero, más allá de los obvios ganadores momentáneos, ¿quiénes son los que ganan con el terror que ya invade a tantos? Tampoco es difícil suponer que sacan ventaja los narcotraficantes que apuestan a que no serán importunados por las fuerzas de seguridad (ya sea para detenerlos o robarles la mercadería), lo que les permite operar con toda la tranquilidad del mundo y con menos riesgos de los propios de su actividad al margen de la, al fin inexistente al menos en la práctica, ley.

También ganan los miembros de los grupos de presión, muchos de los cuales, sin ninguna duda, son promotores de las medidas de hecho recientes que violentan los derechos individuales de la mayoría y sólo contribuyen a generalizar la ya de por sí reinante anarquía. Y, finalmente, me atrevo a asegurar que en el último plano pueden celebrar la inseguridad en que vivimos aquellos creyentes en las teorías de la conspiración que ven una oportunidad irrepetible para que avancen sus planes de llegar al ejercicio del poder sin tener que pasar por un proceso eleccionario.

Debemos tener presente que, en río revuelto, ganancia de pepenadores, más que de pescadores. Sin embargo, también debemos recordar el refrán que dice que, en guerra avisada, no existen muertos. No se deje engañar ni manipular. Conserve los pies en la tierra. Toda información que reciba confirme que sea cierta. Manténgase alerta, use su razón y sea objetivo. No contribuya a difundir información falsa. Es precisamente en los tiempos más complicados y de mayor escepticismo e incertidumbre, cuando más prudentes debemos ser. No perdamos de vista el horizonte y tengamos presente que la violencia sólo puede engendrar más violencia. Enfoquémonos en la batalla correcta, la que nos permita en algún día cercano, convivir en paz.


El presente artículo fue publicado el lunes 27 de febrero de 2017 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno.

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