Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

2.27.2017

¿Quién gana con más caos?



¿Quién gana, en el corto plazo, con la creciente incertidumbre, el aumento de la criminalidad y la falsa información que circula? Y no me refiero solamente al mal llamado debate en el tema de los cambios constitucionales impulsados por Iván Velásquez, en particular en lo que al inexistente derecho indígena trata: la incertidumbre y la desinformación se multiplican en muchos temas más en nuestro país, en algunos casos propiciada desde las redes sociales virtuales y en otros, lamentablemente, desde los mismos medios de comunicación.

Pero, ¿quién gana con el estado actual del ánimo de muchos que, en los casos extremos, raya en la paranoia? ¿Quién gana con el hecho de que crece el miedo, a veces con fundamento y otras veces no? Por supuesto, quiero enfatizar que, en el largo plazo perdemos todos de una u otra manera. Pero hoy, ¿quiénes se benefician? A primera vista es fácil responder que esta situación es bienvenida por los delincuentes y criminales comunes, ya sea organizados o desorganizados. Sin duda, los pandilleros, los extorsionistas y los asesinos ocasionales o seriales (los sicarios) pueden festejar el pánico creciente en la sociedad guatemalteca.

Pero, más allá de los obvios ganadores momentáneos, ¿quiénes son los que ganan con el terror que ya invade a tantos? Tampoco es difícil suponer que sacan ventaja los narcotraficantes que apuestan a que no serán importunados por las fuerzas de seguridad (ya sea para detenerlos o robarles la mercadería), lo que les permite operar con toda la tranquilidad del mundo y con menos riesgos de los propios de su actividad al margen de la, al fin inexistente al menos en la práctica, ley.

También ganan los miembros de los grupos de presión, muchos de los cuales, sin ninguna duda, son promotores de las medidas de hecho recientes que violentan los derechos individuales de la mayoría y sólo contribuyen a generalizar la ya de por sí reinante anarquía. Y, finalmente, me atrevo a asegurar que en el último plano pueden celebrar la inseguridad en que vivimos aquellos creyentes en las teorías de la conspiración que ven una oportunidad irrepetible para que avancen sus planes de llegar al ejercicio del poder sin tener que pasar por un proceso eleccionario.

Debemos tener presente que, en río revuelto, ganancia de pepenadores, más que de pescadores. Sin embargo, también debemos recordar el refrán que dice que, en guerra avisada, no existen muertos. No se deje engañar ni manipular. Conserve los pies en la tierra. Toda información que reciba confirme que sea cierta. Manténgase alerta, use su razón y sea objetivo. No contribuya a difundir información falsa. Es precisamente en los tiempos más complicados y de mayor escepticismo e incertidumbre, cuando más prudentes debemos ser. No perdamos de vista el horizonte y tengamos presente que la violencia sólo puede engendrar más violencia. Enfoquémonos en la batalla correcta, la que nos permita en algún día cercano, convivir en paz.


El presente artículo fue publicado el lunes 27 de febrero de 2017 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno.

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5.14.2012

La turba lo mató




¡Agarren a la turba! Es la responsable del crimen. La turba lo persiguió. La turba lo atrapó. La turba lo vapuleó. La turba lo roció con gasolina. La turba le prendió fuego. La turba lo mató. La culpable, sin lugar a dudas, es la turba. Ahora, ¿quién es la turba? ¿Será mi padre? ¿Será mi madre? ¿Será mi hermano, mi hermana? ¿Será mi esposo, mi esposa? ¿Será mi amigo, mi amiga? ¿Será mi hijo, mi hija? ¿Será mi vecino, mi vecina? ¿Será un conocido, un desconocido? ¿Será el muerto? ¿Seré yo?

¿Por qué lo mató la turba? ¿Qué delito cometió? ¿Quién lo acusó frente a la turba? ¿Para qué lo acuso? ¿Cuál fue la evidencia que llevó a la turba a concluir que debía aplicar la ¡tan cuestionada! pena de muerte? ¿Quién dictaminó el castigo? ¿Quién es la turba? ¿Será la angustia de la creciente incertidumbre? ¿Será la falta de justicia? ¿Será el cansancio del abuso constante? ¿Será la mentira recurrente del gobernante? ¿Será la desesperanza del cambio que no llega? ¿Será la facilidad con que la mayoría es manipulada?

¿Para qué lo mató la turba? ¿Para aliviar su cólera? ¿Para enmendar el desagravio? ¿Para descargar su frustración? ¿Por desencanto generalizado? ¿Por la necesidad de alguien que le pague lo que otro le debe? ¿Quién le debe a la turba? ¿Qué le debe ese alguien a la turba? ¿Puede la turba cobrarle a ese alguien? ¿Sabe la turba, a ciencia cierta, por qué está molesta?

¿Quién puede calmar a la turba? ¿Cómo se puede llevar la paz a la turba? ¿Cómo juzgar a la turba? ¿A qué criminal esconde la turba? ¿Qué esconde la turba? ¿Qué muestra la turba? ¿Podemos con la turba? ¡Qué responda la turba!

A la turba le fascina el fuego. La turba quemó al hombre. La turba quemó el vehículo. La turba quemó la casa. La turba robó el almacén. La turba violó a la niña. La turba secuestró al policía. La turba insultó al paisano. La turba se coronó reina del pueblo. La última palabra es suya: que muera el acusado, que prevalezca el caos. La turba es la más peligrosa asesina en serie que jamás haya conocido. También la más temida de los verdugos.



La turba quiere festejar su éxito. La turba quiere alzar su vaso y acabar con el espíritu fermentado de la bebida elegida. El alcohol enciende el espíritu de la turba. La gasolina lo calma por un breve instante. La turba no tiene límites. La turba no tiene rostro. La turba es culpable pero inimputable. La turba es irresponsable. La turba es todo aquel cobarde que huye de sí mismo. El acusado ante la turba no tiene escape ni defensa.

La turba gobierna dentro de un Estado de Hecho, ajeno al Derecho. Desconoce las leyes. No entiende la importancia del respeto al debido proceso. No confía en los tribunales, talvez con razón. ¿Por qué la turba actúa a su antojo sin pagar las consecuencias de sus acciones? La turba es una realidad que pone en peligro la vida de todos. ¿Quién será el próximo muerto por la turba? La turba, la asesina en serie imparable.


El presente artículo fue publicado el lunes 14 de mayo de 2012 en el diario guatemalteco Siglo Veintiuno. La fotografía es de Aroldo Marroquín, y fue publicada en Prensa Libre el 8 de enero de 2011.

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