Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

6.09.2014

Gigante amanecer



Hoy quiero celebrar un acontecimiento que fortalece mi esperanza de que en este siglo experimentemos un tiempo en el cual prevalezca la razón correctamente entendida y la verdad reconocida como la realidad misma: un período similar al vivido por los ilustrados del siglo dieciocho en el que se gestaron las ideas que permitieron la mejora exponencial en la calidad de vida de nuestra especie a partir del siglo diecinueve. Un tiempo en el cual se sembró el germen del progreso que siguió dando frutos en el siglo veinte a pesar de la irracionalidad y la barbarie que también se sufrió en los últimos cien años. Un despertar de la grandeza de toda persona que se respeta y respeta la vida, la libertad y la propiedad de los demás. El ser humano que elige ser racional, que acepta que la única opción para alcanzar y conservar sus valores es cooperar e intercambiar en paz con los otros.

El despertar de quienes nos reconocemos como parte de una misma raza, la humana, con una esencia común, la cual nos ha permitido conseguir lo que no ha logrado ninguna otra especie: crear una civilización. Individuos que nos orgullecemos de ser únicos e irrepetibles, y sabemos que nuestras diferencias las podemos convertir en elementos enriquecedores que nos permitan avanzar. Quienes disfrutamos de una vida en armonía, identificando a nuestros pares con quienes elegimos compartir nuestra existencia. Hombres y mujeres que, independientemente del país en que nacimos, la etnia a la que pertenecemos, la lengua que hablamos, el color de nuestra tez… entendemos que el deseo más íntimo de toda persona de ser feliz es nuestro común denominador.

Y para júbilo de muchos, ¡muchos más! que aquellos que lo resienten, ese Amanecer llegó a Guatemala, simbolizado por la hermosa escultura del maestro Walter Peter Brenner, develada en Ciudad Cayalá el pasado 31 de mayo de 2014. El Gigante que emerge en el Paseo es uno de los monumentos más grandes del mundo en el género de mármol tallado. Una obra que será admirada en todo el planeta. Una colosal producción contemporánea que nos recuerda que en cada uno de nosotros, más allá de nuestras diferencias, se encuentra la semilla de la grandeza. Es tarea individual cuidar esa semilla, tratarla con respeto al elegir nuestros valores y regarla practicando las virtudes que nos permitan cosechar sus frutos.

“Una alegoría a la búsqueda de la felicidad”, así describe Walter a su más reciente creación. ¿Y qué es la felicidad? “La felicidad es un estado de alegría no contradictoria, una alegría sin pena ni culpa, una alegría que no choca con ninguno de tus valores y que no te lleva a tu propia destrucción…”, explica John Galt en “La Rebelión de Atlas”. Y más adelante nos pide que: “En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques este mundo a los peores… no permitas que tu visión del hombre sea distorsionada por lo feo, lo cobarde, lo inconsciente en aquellos que nunca han conseguido el título de humanos”. Seamos humanos. Seamos felices. 


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 9 de junio de 2014. La fotografía la tomé el sábado 31 de mayo de 2014 en la develación de “Amanecer, El Gigante de Cayalá”.

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4.18.2011

Paréntesis


Yo celebro la vida. Ese paréntesis entre mi nacimiento y mi muerte. Celebro mi vida todos los días de todas las semanas del año. Poco me preocupa la inevitable muerte que no es otra cosa que el final de mi existencia. ¿Para qué perder esta última elucubrando sobre su término en lugar de vivir ese breve espacio entre uno y otro evento vital? ¿Ese espacio que hace la diferencia entre las personas que dejan un legado y las que pasan sin dejar huella?

Mejor me ocupo de vivir y disfrutar plenamente, en las buenas y en las malas, en sus variadas facetas y estadios. No me refugio en mitos que alejan a tantos de la felicidad terrena, con promesas similares a las que suelen hacer los políticos en campaña, ofreciendo un futuro mejor si hoy el votante se sacrifica por llevarlos a ellos al poder. Lo único que hay que hacer es obedecer. ¿Y mi derecho más preciado después de la vida, mi libertad, dónde queda? ¿Para qué hipotecarla sin garantía de que se vaya a cumplir lo prometido?

Prefiero la realidad a la fantasía. La imaginación, sea o no loca, habite o no mi casa, la reservo para crear escenarios, buscar medios posibles que me permitan alcanzar mis objetivos y gozar de estos. Experimentar profundamente la felicidad de abrazar aquello por lo cual me he arriesgado, trabajado y esforzado por obtener. Saborear el éxito de mis emprendimientos, cuyo costo he pagado con gusto, a la espera de conquistar un bien más valioso para mí.

Los grupos de presión y sus discursos políticamente correctos con los que pretenden manipular a los demás me importan tan poco como pasarme la vida llorando mi final. Discursos basados en palabras y conceptos malentendidos en el mejor de los casos, y la mayoría de veces sobrevalorados o distorsionados. Compromiso social, revolución, entrega… ¡qué larga es la lista de vocablos no cuestionados por aquellos llamados a inmolarse! Y, si no lo haces, serás considerado una especie de paria, un malagradecido saber con quién. Lo que sí sé es quién sale beneficiado con tales arengas: aquel que se encuentra en el ejercicio del poder y quienes lo rodean.

Dentro de ese paréntesis que es nuestra vida misma, encontramos muchos otros paréntesis llamados de distintas maneras: etapas, procesos, períodos. Y de estos, damos testimonio de los momentos pasados. Esos paréntesis en los cuales hemos decidido ser quienes somos hoy. Nos hemos construido, creado, modelado según la imagen que de nosotros tenemos.

Durante ese tiempo hemos acumulado muchos objetos de los cuales nos es difícil separarnos: ya sea porque pensamos que algún día nos pueden servir de nuevo, porque nos recuerdan épocas ya idas o simplemente por dejadez de entrarle al cúmulo de cosas que llenan nuestro clóset. Para salir de bártulos y cachivaches nos sirven otro tipo de paréntesis: los asuetos. Total, lo más importante que nos dejan éstos son los recuerdos que llevamos siempre con nosotros.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 18 de abril de 2011. La fotografía la tomaron el 24 de febrero de 2010, en una de esas memorables veladas que he pasado en compañía de amigos entrañables en el taller “Ars Artis” del maestro Walter Peter, tomando vino y celebrando el arte, la filosofía y la vida misma.

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