Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

4.22.2013

Juicio a todos




Para que haya justicia en Guatemala en lo que respecta a los delitos y los crímenes que se cometieron contra la población civil que NO estaba involucrada en el conflicto armado, hay que juzgar a todos los que se supone asesinaron, violaron, secuestraron, robaron, extorsionaron… en ambos bandos: guerrilleros y militares. Desde Efraín Ríos Montt hasta Rigoberta Menchú Tum. Y no convertir en víctimas a ninguno de los combatientes que murieron como consecuencia de sus decisiones. Las víctimas fueron otras personas. No sean buitres: no se aprovechen más de la tragedia de otros.

Me da lástima la gente ingenua que se deja manipular. “Tontos útiles” como los llamó Joseph Stalin, que desprecian los conceptos y no son capaces de reconocer el contexto. Confunden peras con manzanas: confunden crímenes de guerra con el delito de genocidio. Creen que un plan de ataque (que todo ejército, estatal o guerrillero, debe tener para enfrentar al enemigo en una guerra) es lo mismo que un plan para exterminar a un grupo étnico… En fin, es tan larga la lista de confusiones y contradicciones, las cuales aprovechan los vividores de siempre, que desahogan sus frustraciones manipulando a otros. En río revuelto, ganancia de pepenadores, parafraseando el célebre refrán.

No soy seguidora de Ríos Montt, como correctamente escribió en mi cuenta en Facebook.com/mylibertas alguien que se identifica como Fernando Solís: “Hasta Marta Yolanda que no es amiga del ejército y por lo mismo de los soldados guatemaltecos entiende que no hubo genocidio en  Guatemala”. No seré amiga de los militares de ningún tipo, como bien lo dice Solís, pero reconozco a las personas dignas que velan por el respeto a los derechos individuales de todos.

Odio la guerra. Pero más odio la mentira. No soy parte del grupo de los engañados que confunden un genocidio con una guerra y los crímenes lamentables que en ésta se cometieron. ¿Quieren que haya justicia? Hay que derogar la "Ley de reconciliación" (Decreto 145-96) y que se juzgue a todos (repito: desde Ríos Montt hasta Menchú Tum). Que se juzgue a militares y a guerrilleros por los crímenes que en la realidad se hayan cometido. Pero que no se retuerza la figura del genocidio “para castigar hechos que no fueron ejecutados con el propósito de destruir a un grupo nacional, étnico o racial como tal” (“Reflexión de la Asociación de Amigos del País sobre la verdadera reconciliación nacional”, Siglo veintiuno, 15 de abril de 2013).

De lo contrario, lo que de verdad les interesa es montar un show para la comunidad internacional y así seguir parasitando del dinero de los tributarios de otros países. Una comunidad integrada, en su mayoría, por gente políticamente correcta que también vive de los impuestos de los demás, miembros de la gauche caviar sin fronteras. Defensores de los derechos humanos que quisieran que solo unos pocos, escogidos por ellos, se pudieran defender. No creen en la igualdad ante la ley: solo en el dictado de sus pasiones. Peractum est.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 22 de abril de 2013.

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8.29.2011

La verdad del mentiroso




“Verdad” es la coherencia, la congruencia de lo que pienso (y declaro) con la realidad: con el estado actual de las cosas. Y es una realidad indiscutible que en Guatemala, y en casi todo el mundo, las circunstancias en las que estamos viviendo se acercan peligrosamente a un caos que pareciera no tener solución. Eso a pesar de los impresionantes avances que se dan en el ámbito de la ciencia y la tecnología.

Lo anterior, a mi entender, se da por la crisis conceptual en la que vivimos y por haber aceptado muchos un código moral ajeno a la naturaleza humana. Un código imposible de cumplir que lleva a la mayoría a vivir en una constante contradicción y a falsear la realidad. A ser deshonestos con ellos mismos y con los demás.

Una de las más claras evidencias de esto lo encontramos en la política. Motivo por el cual me sorprendió el descaro con el cual recientemente declaró Manuel Baldizón que “Los políticos siempre ofrecen cosas que no pueden cumplir. El problema es que usted les crea”. Un candidato presidencial a quien considero uno de los más mentirosos que he conocido. Sin embargo, en esta ocasión, reconoció una vital verdad.

La que sí confundió el problema hace unos días es Rigoberta Menchú cuando dijo a Siglo Veintiuno que “La beneficencia genera dependencia crónica”. Lo que genera dependencia es el paternalismo del abstracto Estado que promueven los gobernantes con el dinero de los tributarios. Error que lleva a ideas como la expresada por un columnista que cree que “…la gente no sólo quiere que la apaleen, sino que también que de vez en cuando le den de comer”. ¿Acaso las personas son animalitos de granja para que les den de comer sus propietarios?

Todos queremos satisfacer nuestras necesidades: un anhelo legítimo. Lo injusto es que haya quienes quieren hacerlo a costa de otros. Pero, como bien escribió Martha Gellhorn: “La gente está más dispuesta a tragarse la mentira que la verdad…”. Prefieren morir engañados.

El hombre que actúa de mala fe (que miente, que se engaña a sí mismo y a los otros), según Jean-Paul Sartre en “El ser y la nada”, se explica porque la persona no es lo que es y pretende ser lo que no es para evitar la angustia de tomar decisiones. Para evitar esa condena a ser libres de la que escribió el filósofo existencialista mencionado. Y, agrego yo, evitar asumir la responsabilidad de sus vidas y las consecuencias de sus acciones.

Cito textualmente a Sartre en la obra mencionada: “…en la mala fe somos-la-angustia-para-huirla en la unidad de una misma conciencia”. ¿Será posible, al final, huir de nuestra propia voz interior que nos advierte del engaño de los otros, engaño que aceptamos para engañarnos a nosotros mismos? No lo creo. Quienes aceptan las mentiras con las que otros pretenden alcanzar sus objetivos, en este caso llegar al ejercicio del poder, saben que pagaran los costos de esa decisión. Pero, al menos creen que pueden culpar a otros de su fracaso.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 29 de agosto de 2011. La imagen la bajé de Internet.

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