Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

2.22.2010

Levitarán


Y arribarán a las alturas del Paraíso… ¿fiscal? Lo dudo. Tal vez alcanzarán la cumbre del placer sexual. Se quitarán su camisa Pierre Cardin, lucirán su pititanga roja que a duras penas disimula el éxito del Levitra amarillo de 20 miligramos que los hizo sentir de apenas 30 años: lo que prometen los entusiasmados anunciantes que convencen a los necesitados de las bondades de su producto importado. Pagado con el sudor de la frente del tributario abnegado, gracias al cual sudarán por otros lados los extasiados invitados a la fiesta del homenajeado de nuevo levantado. Es evidente que la posible “disonancia que resulta de la inarmónica combinación de los elementos acústicos de la palabra” antes escrita, va en consonancia con la realidad medieval del país primaveral donde acontece la historia narrada.

Cuentan los especialistas en lenguas, que del participativo y desarrollista Plan Trifinio pasaron a otro tipo de threesome necesario por la fortaleza alcanzada en pos de cumplir
con su extrañada función considerada propia del varón. Al menos esperamos los financistas del hecho (aparentemente consumado por la repetición en la compra del bien ya mencionado), que éste no haya sido público: que la actividad haya sido llevada a cabo en privado y no con asistentes. Total, no son indispensables las notas ni la presentación de un informe sobre el desempeño de los nombrados ni detalle de las metas alcanzadas.

“¡Oh irreverentes! Ángeles caídos que os atrevéis a cuestionar al Vicepresidente. ¿Es que no os has dado cuenta del sacrificio del caballero de la blanca cabellera detrás de la entrega a su noble tarea?” Blandió su espada erecta ante la crítica airada de quien se atreve a cuestionar su actuar. “¿Acaso no es importante para todo ser humano, el éxtasis de volar en compañía? ¡Bellacos, insubordinados, arribistas que no atendéis a vuestra posición de abajo, horizontal, de ojos cerrados frente al viril dechado de virtudes hasta por sus asesores cuestionado! Callad y entended. Sólo os queda obedecer”.

Hombres de canas, que se tiran de vez en cuando, y más seguido de lo programado, sus canitas al aire, con el ánimo de atinarle a alguna de las resignadas cortesanas que en el vuelo los acompañan. Sin duda, algo de arte histriónico tendrá la puesta en escena. Bien lo dijo Oliverio Girondo: “No sé; me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso si! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!”

La verdad desestabiliza al mentiroso que, de ingenuo, suele tener poco.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 22 de febrero de 2010. La imagen es de la película de Eliseo Subiela “El lado oscuro del corazón” del año 1992. Por cierto, les recomiendo verla al igual que la segunda parte que fue estrenada 9 años después.

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2.27.2007

Amanecer de los amorosos


Hoy amanecí en clave de poesía. Hoy amanecí dormida en un sueño que, a veces, parecía pesadilla. Hoy amanecí con Jaime Sabines, en un intento infructuoso por entender a los amorosos. O, tal vez, por no caer en la agonía de quién no se atreve, al final, a vivir la hermosa vida.


LOS AMOROSOS

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso,
el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.


Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.

Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.

Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.


En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.


Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.


Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.


Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.


Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.

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