Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

7.16.2007

Vidas orgánicas


Vida, vidas. Pareciera ser el tema que da vueltas en mi cabeza. Y en la suya, ¿también gravita? Total, ¿acaso no es la vida misma la principal duda del ser? Ya sea la vida segura, al menos hasta la inevitable muerte, o la esperada por muchos después de la presente. La llamada por los creyentes eterna. No obstante, a pesar de las apariencias y su posible veracidad, no son los dilemas existenciales los que me entretienen por el momento. Aunque el asunto a tratar sí tiene que ver con la existencia. Qué embrollo, ¿o no?

Desde la segunda mitad del siglo pasado, ha ido tomando auge la idea de un retorno a costumbres primitivas ancestrales. Esta tendencia ha tenido mucho éxito en cierta élite de los países desarrollados: esos bautizados del primer mundo. Estas personas optan por un estilo de vida orgánico. Pero no me refiero a una vida ordenada, armónica y en consonancia: una vida basada en el concepto aristotélico de la justa medida. Más bien, me refiero a una existencia que promueve principalmente el uso y consumo de materia orgánica, y que rechaza en gran parte aquellos productos que son el resultado de la inventiva y descubrimientos humanos industrializados.

Sin embargo, esta existencia, aparentemente tan cerca de lo natural, resulta ser uno de los estilos de vida más caros hoy: no cualquiera, por elección, se puede dar el lujo de experimentarlo.

Según un reciente artículo de The New York Times, publicado en el suplemento dominical de Prensa Libre, la “visión de una vida con conciencia ecológica, como una serie de decisiones sobre qué comprar, resulta atractiva para millones de consumidores y posiblemente define el movimiento ambientalista actual como preocupación por el planeta y declaración de moda, a partes iguales”. Sin duda, una moda accesible sólo a los habitantes de países capitalistas e industrializados: aquellos que han transformado parte de sus recursos naturales en riqueza.

Si no lo cree, échele un ojo a los precios de los productos ecológicos: un jeans Levi’s de algodón orgánico tiene un precio de 245 dólares, las camisas tejidas biodegradables son ofrecidas, entre otros, por Armani (no conozco el costo de esta vestimenta del reconocido diseñador, pero lo imagino), comprar una vivienda ecológica es más caro que la construcción de una casa cualquiera y un vehículo híbrido de la marca Lexus redondea los 104 mil dólares. Una paradoja orgánica.

Soy fiel creyente del uso eficiente y efectivo de los recursos escasos. Si queremos seguir caminando la ruta de la mejora constante en la calidad de vida humana, debemos procurar que el desperdicio sea el mínimo. Pero de eso, a creer ingenuamente los cuentos de los políticos oportunistas, como lo hacen los célebres artistas del movimiento ecológico, hay una gran diferencia. En fin, "un verdadero espíritu de rebeldía es aquel que busca la felicidad en esta vida". Palabras de Henrik Ibsen, célebre dramaturgo noruego. C’est la vie.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 16 de julio de 2007.

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