Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

7.02.2007

Campiña por televisión


Y por la radio. Y en las vallas. Y por los diarios. Vaya, qué dilema. Una campaña llana, simple y plana. Sembrada de mentiras, ataques y promesas imposibles de cumplir. Más de lo mismo, independientemente del plan de gobierno, lo único risible. Aburrida y sin creatividad. Al menos Chalo Hernández entretenía y hacía reír a los televidentes del programa popular más visto en Guatemala en los años setentas y ochentas del siglo pasado. ¿Será que la Llorona, si sigue vivita y coleando, le puede sonar la campana a los aficionados guanabi Presidente de Chapínlandia?

¿Quiénes, todavía, les creen a los politiqueros de nuestro país? Digo, fuera de aquellos que esperan su hueso en el Congrueso o en alguna de la infinidad de comisiones, secretarías, ministerios, organizaciones… de la burocracia estatal (enorme y de desconocida dimensión) que mantenemos los tributarios de esta atribulada comunidad tropical, donde abundan los bichos, sobre todo en la campiña política.

Imaginen las utilidades que esperan obtener los contendientes por el ejercicio del poder, que por estas son capaces de rebajarse y arrastrarse en el fango de las campañas negras. Color característico de las contiendas electoreras made en la tierra ocupada hace más de mil años por los mayas clásicos. Por supuesto, no me refiero a los oportunistas de hoy que visten caites Puma y cargan morral Dolce & Gabbana. Por cierto, ¿por qué los progres están tan nerviosos? ¿Les preocupa la eclosión liberal?

Regresando al tema que me ocupa, (o sea, ¿qué buena onda, no? la campispolitik, de compadres y transformers: hoy soy Ferrari, mañana me viste Ferragamo y pasado mañana me transformo en robot con güipil de San Juan Sacatepéquez), los votantes, dentro tanta confusión y decepción, debemos meditar sobre la más importante de las elecciones que vamos a hacer: la elección de quiénes van a integrar el próximo Organismo Legislativo. Sí, lo sé: la decisión esta peliaguda, difícil, espinosa: todo un reto. Pero hay que enfrentarla. Recuerden: al toro por los cuernos.

En nuestra paradójica sociedad, donde la mara (no sólo la Salvatrucha o los de La Dieciocho) quiere vivir mejor pero, por otro lado, muchos no quieren que el cielo celeste les cueste, los que ya nos resignamos y aprendimos que no existe almuerzo gratis (alguien siempre paga) ojalá asistamos a votar cruzado (es vital dividir el poder para limitar los abusos) y por aquellos aspirantes a congresistas que tengan alguna noción de los cambios urgentes que necesita nuestro sistema de normas. Sugiero tomar en cuenta a quienes son postulados por los partidos políticos que tienen pocas posibilidades de aportar el próximo Presidente.

En fin, dejémonos de atormentar con las encuestas de la campiña política. En Guatemala, como en muchos otros países, las elecciones las gana el desencanto. El triunfador termina siendo aquel que no hace promesas ni cree en ellas: el abstencionismo.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 2 de julio de 2007.

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2.19.2007

Candidotes


Que si Rigoberta. Que si Colom. Que si el general. Pero no se confunda, me refiero a Otto Pérez. O tal vez Suger, aunque, como al novio de Nadia Comaneci, dicen, nadie lo conochi. ¿O será la solución Alejandro el Magno Giammattei, conquistador de las penales cuyo imperio tambalea?

¡Oh Dios! O quien sea: Buda, Alá o Jehová. A lo mejor, como la moda actual es resucitar a deidades ancestrales (no divas de las elecciones políticas chapinas, sino divinidades antiguas) podrían los que quieran invocar a Zeus, a Amón-Ra o a Itzammá para que los ilumine a la hora de elegir a quién podrá defendernos, como exclamarían los seguidores del Chapulín Colorado.

Todavía no se descarta el elegido. No por nosotros, sino por un ente superior inexplicable para nuestra limitada mente humana, ente que podría ser cualquiera de los todopoderosos ya citados. El hombre marcado, que no necesita ser iluminado para decidir por quién votar porque él es el designado. Aquel que aceptó su misión de cambiar a Guatemala: esa nación (abstracción manipuladora) llena de malagradecidos que no comprenden el sacrificio que implica dirigir las vidas de un montón de gente ingobernable. “Ay, si ese es mi destino lo acepto: me sentaré en la silla de los cuarenta mil millones de quetzales, egresos presupuestados de la susodicha nación: suma que crece año con año. Ocuparé el Palacio, aunque sólo sea para eventos planificados (sic) y recepción de invitados, locales y extranjeros”. Pensará el ungido.

Yo, como si fuera un bicho extraño, he enfadado a más de un ser querido, no digamos desconocidos, que se acercan a mí creyendo que conozco la respuesta a la pregunta que se hacen tantos, ¿por quién votar? Y yo, que les respondo: da igual. Sí, da igual. Tal vez unos roben, abusen y engañen menos que otros (espero que no olviden que cada salvador lleva su rosca que termina convirtiéndose en corona de espinas, pero no del gobernante sino del resto de los habitantes del país). Pero al final todos intentarán hacer funcionar al que es, precisamente, el origen de nuestros problemas: el sistema político imperante desde hace más de seis décadas.

Intento, en muchos casos infructuosamente, convencer a mis interlocutores de que más importante que por quién votar para presidente es para qué votar. ¿Vamos a votar para cambiar el modelito benefactor? Entonces, la elección clave que enfrentamos es la del Legislativo. ¿Quiénes van a ser los próximos diputados? ¿Cuál es su propuesta, y qué ideas las sustentan? ¿Más intervencionismo de los gobernantes en nuestra esfera privada, que incluye más intromisión en nuestros bolsillos? ¿O más libertad para nosotros, los gobernados?

En fin, si hacemos preguntas mal planteadas, poco importan las respuestas a los cuestionamientos que nos hacemos en la esfera pública de nuestras vidas. Las cosas permanecerán casi sin variar: seguiremos siendo cándidos, candidotes, eligiendo a candidatos a reyezuelos.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno” el lunes 19 de febrero de 2007.

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