Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

6.06.2011

Pasados lo quince minutos


Mientras veía caminar a Pérez Gabriel hacia su auto, sin tener claro el porqué, recordó al controversial escritor francés, antisemita y simpatizante de Hitler, Louis Ferdinand Céline. Recordó que de su obra más conocida lo que le gustó fue el título: “Viaje al fin de la noche”. Sintió que en esa frontera se podría encontrar en unos momentos. Entre las sombras veía pasar sus miedos que le hacían creer que podría perderse por siempre en esa oscuridad sin luna.

¿Acaso no había escuchado repetir hasta el cansancio que la realidad suele rebasar en muchas ocasiones a la ficción? ¿Puede existir la ficción sin referentes en la realidad aunque estos sean distorsionados al antojo del autor? ¿Era el creador accidental, o solo protagonista, de una historia que sería leída por otros? ¿Gente que nunca conocería y reiría con su tragedia? Sacudió la cabeza. Reconoció que tal vez estaba sobredimensionando la situación. Entendió que necesitaba recobrar la calma en segundos y asumir una actitud fría, calmada y segura frente al agente que se acercaba.

Total, todos estamos embarcados en un viaje al final de nuestras vidas. Por eso lo importante en el trayecto son las escalas previas que escogemos hacer antes de llegar a nuestro destino último, donde todos nos encontraremos algún día. ¡Oh no! Tantas paradas que aún le hacían falta hacer. No puede ser que por esta parada inesperada que le hizo un policía con planta de corrupto, fuera a llegar antes de tiempo. Al menos el tiempo que tenía previsto. Relax, se dijo. Relax.

A tiempo llegó el consejo. Pérez Gabriel ya se encontraba a su lado. Notó que se encontraba irritado, nervioso, incómodo. Eso le dio tranquilidad. Confirmó que su amigo se encontraba del otro lado de la línea telefónica y le preguntó de nuevo al sujeto que lo retaba desde la ventana de su carro: “Explíqueme ¿por qué me detiene? A mi entender no he infringido ninguna ley. No he cometido ningún delito - ¡Cállese! ¿Ya viene su abogado? Queremos que se cerciore de que no le hemos hecho nada. Ustedes, los periodistas, son los culpables de todo. Yo solo cumplo con mi deber”.

¿Deber de qué? En fin, armándose de paciencia y valor, con el rostro hierático, le responde: “No lo cuestiona un periodista, le reclamo en el pleno ejercicio de mis derechos ciudadanos, ¿por qué me detiene? Respóndame, cumpla con su obligación”. Al ver la cara morena encendida de la cólera pensó que hasta ahí había llegado su periplo existencial.

De repente, sin darle ninguna explicación, Pérez Gabriel le arroja sus documentos al tiempo que le dice, casi gritando: “lárguese antes de que lleguen mis compañeros”. Sin perder el tiempo acató la orden. No se lo tuvo que repetir. Cuando se alejaba observó por el retrovisor la llegada de otra patrulla. Vio cómo al bajar quienes en ésta se conducían rodeaban a Pérez Gabriel. Fue testigo del inició de otra discusión al fin de la noche de la cual espera nunca conocer el final.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 6 de junio de 2011. La fotografía la tomé en junio de 2007 para un curso de fotografía. La elegí para acompañar hoy a mi artículo porque, ¿será que sólo nos queda ponerle una veladora al dios de nuestro antojo pidiéndole que nos proteja de quienes deberían protegernos?

Etiquetas: , , , , ,

5.23.2011

Pasaditas las once



Circulaba de norte a sur sobre la quinta avenida de Guanjatan. Recién había pasado una venta de artículos para la cocina, ubicada en la doce calle, cuando se percató de la patrulla que le hacía luces para que parara. ¡Qué casualidad! Era noche cerrada a pesar de la luna casi llena y el área por el que transitaba estaba oscura, a oscuras, como el alma de aquellos que venían detrás con, seguro, oscuras intenciones. Se recordó del jefe Segura. Seguro trabajaban con él.

Ante el escenario, peligroso en todos los sentidos, decidió continuar su marcha haciendo caso omiso de las luces inquietantes que le ordenaban detenerse. Tendría que estar al borde de la locura o bajo efectos de alguna droga para hacerlo. Sabía que si lo hacía en el espacio oscuro, como las intenciones de quienes le seguían, era probable que en lugar de recibir un premio Pulitzer algún día, serían sus padres quienes recibirían su acta de defunción después de unos días de una misteriosa desaparición.

Por supuesto, los pescadores de incautos, los delincuentes uniformados, para ese momento ya hacían sonar la sirena del vehículo. Eran cada vez más insistentes en que se hiciera a un lado y se detuviera. Sin aparentemente inmutarse logró llegar al final de una larga, demasiado larga, cuadra. Respiró profundo: había suficiente luz, además de encontrarse enfrente de una cafetería donde, probablemente, además de un guardia privado podía haber una cámara que grabara lo sucedido.

Sin perder un minuto, antes de que llegaran los gendarmes tropicales, tomó su celular y llamó a los amigos que apenas hacía un rato había dejado en su casa, después de disfrutar como niños, encaramados en las sillas, en el concierto de un conocido cantante de música popular. ¡Quién le hubiera profetizado cómo iba a terminar la noche! En fin, para cuando el agente se asomó a la ventanilla de su carro, ya tenía en línea y avisado de la situación a uno de sus avispados amigos.

Después del correspondiente saludo, le pidió unos instantes a Pérez Gabriel para darle sus datos a quien grababa la conversación del otro lado. “El uniforme lo identifica como Pérez Gabriel y el número al lado izquierdo del mismo es el 14878 P. ¿Tomaste nota? Me encuentro al final de la quinta avenida, topando con la 16 calle” – “Dígame agente, ¿por qué me detiene? A mi entender no he infringido ninguna ley. No he cometido ningún delito”. Intencionalmente dejó que el patrullero viera su carné de periodista, sabiendo que podía ser un arma de doble filo.

14878 P, sin darle explicaciones ni responder a su pregunta, se llevó los papeles del carro y su licencia de conducir que a regañadientes le entrego. Quince minutos pasaron. Eternos quince minutos estuvo sin tener noticias de los policías a pesar de los reclamos que hacía. Solo los veía discutir por el retrovisor. Finalmente, Pérez Gabriel regresó, molesto y retador. Sus gestos anunciaban una difícil conversación…


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 23 de mayo de 2011. La fotografía la tomé el sábado 19 de marzo de 2011, el día de la Supermoon.

Etiquetas: , , , , , ,