Con la muerte de Efraín Ríos Montt también murió la
esperanza de muchos vividores de lucrar de la tragedia que implica toda guerra.
No sé quiénes lloraron más la muerte del controversial general, si sus
familiares o aquellos que pretendían que el gobierno los indemnizara por un
supuesto genocidio que no existió en Guatemala. Gente malévola que asumiendo el
papel de víctimas o defensores de éstas, deseaban vivir cómodamente a costa de
nuestros impuestos, ya que las víctimas finales en todo reclamo al abstracto Estado, somos siempre nosotros, los
tributarios.
Por cierto, el usar correctamente los términos no significa
que se niegue la muerte de miles de personas durante el conflicto armado que
duró 36 años en nuestro país; el cual, según el cálculo objetivo presentado por
el sociólogo e historiador Carlos Sabino (Guatemala: La historia silenciada, Tomo
II), cobró aproximadamente la vida de 37 mil personas. Un enfrentamiento
promovido por la ambición de poder de gente inescrupulosa que se aprovechó de
la emotividad e ingenuidad de jóvenes que querían un cambio para los habitantes
de nuestra Guatemala. Cambio que todavía muchos queremos, pero que buscamos por
medios racionales para que algún día se haga realidad la mejora sostenible en la
calidad de vida de todos.
Cómo lo he explicado en múltiples ocasiones la definición
aceptada de genocidio es que este es un “delito internacional que comprende
cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o
parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal".
En Guatemala hubo un mortal enfrentamiento por el poder, pero no un genocidio,
como sí se dio en los casos de los serbios y croatas, los árabes y kurdos, los tutsis
y hutus, por no mencionar el genocidio de los judíos que originó la acuñación
del término genocidio, o el de los armenios perpetrados por los turcos,
anterior a la creación del mismo término.
En Guatemala pelearon ixiles contra ixiles (muchos de los
cuales han defendido a Ríos Montt), k’iches contra k’iches, kaqchikeles contra kaqchikeles… En
fin, puedo listar todas las etnias reconocidas en nuestro país, incluidos los
ladinos, que participaron en ambos bandos como prueba de que aquí no hubo un
genocidio, sino un conflicto armado por el ejercicio del poder. Murieron
quienes sabían el riesgo que corrían al involucrarse en la guerrilla. Murieron
militares que cumplían con su deber. Y, tristemente, también murieron inocentes
espectadores de esta sangrienta lucha que quedaron atrapados en medio del
enfrentamiento.
Por supuesto que la batalla de los que se aprovechan del
conflicto armado para extorsionar al gobierno y explotar a los tributarios no
va a terminar con la muerte de Ríos Montt. Hay varios más a quienes pueden
acusar y que ya están siendo juzgados en procesos en los cuales se ha
violentado el debido proceso. Ojalá en el largo plazo prevalezca la verdad y se
haga justicia, que se le dé a cada quien lo que le corresponde, y que los
parásitos que se alimentan de la miseria de otros, no se salgan con la suya.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “El Siglo”, el
lunes 9 de abril de 2018.
Etiquetas: Carlos Sabino, debido proceso, Efrain Ríos Montt, genocidio, Guatemala la historia silenciada, justicia, parásitos
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