Con tanta legislación, en la era de la supuesta lucha contra
la corrupción, ¿cuánto tiempo podremos aguantar hasta el desborde del poder?
Porque, a menos que logremos parar la legislorrea de la cual adolece el
Congreso, y se comience a deslegislar, la situación no va a mejorar. Por el
contrario, solo puede empeorar.
Bien lo explicó Andrew Hamilton en 1735, en “El juicio de
John Peter Zenger”: “El poder se puede comparar con un gran río. Si bien se
mantiene dentro de sus límites, puede ser hermoso y útil. Pero cuando se
desborda, es demasiado impetuoso para frenar; arrasa con todo lo que está
delante de él, y trae destrucción y desolación donde sea que venga”. Un
aterrador símil. Más en países como el nuestro en el cual el poder atrae a los
peores representantes de nuestra sociedad.
¿Se ha preguntado qué pasa cuando los resentidos y los
envidiosos llegan al ejercicio del poder? ¿O lo ejercen de hecho desde la
abstracta sociedad civil, por medio de grupos de presión políticamente correctos?
¿Qué sucede con las condiciones de vida del resto, descontando de estos a los
amigos y familiares de los gobernantes? ¿Cómo afecta al ciudadano sin
influencias, con miedo a expresarse, apático ante una situación que en el menos
malo de los escenarios se estanca? ¿Qué les sucede a las personas que
arriesgan, que invierten, que intentan crear riqueza? ¿Cómo acaban aquellos que
son exitosos gracias a su propio esfuerzo mental y físico? ¿Quiénes terminan
manteniendo a los que ostentan el poder y a su círculo cercano?
Para evitar el desborde del poder y la destrucción que éste
trae consigo, debemos regresarlo a su curso limitándolo. Para alcanzar tal
meta, es necesario entender que el objetivo de la LEY no es privilegiar a
grupos específicos (familia, mujeres, indígenas, homosexuales, etcétera) El
objetivo de la Ley es velar porque se le reconozca a cada persona lo que le
corresponde, lo que asegura la convivencia pacífica y respetuosa dentro de una
sociedad. Para eso, más que legislación o mandato específicos para beneficiar a
unos a costa de otros, la LEY debe ser igual para todos, sin distinción de
sexos, etnias, preferencias, etcéteras.
Hamilton recomienda que “si, entonces, esta es la naturaleza
del poder, hagamos al menos nuestro deber, y como los sabios que valoran la
libertad, empleemos nuestro máximo cuidado para apoyar la libertad, el único
baluarte contra el poder sin ley, que en todas las edades ha sacrificado a su
salvaje lujuria e ilimitada ambición la sangre de los mejores hombres que jamás
hayan existido". ¿Qué estamos haciendo para salvaguardar nuestra libertad
y nuestros derechos individuales del desborde del poder?
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 26 de marzo de 2018.Etiquetas: abuso, Andrew Hamilton, corrupción, justicia, legislación, ley, poder, Privilegios
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home