Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

6.20.2016

El poder



El poder es el origen de la corrupción: entre más poder tengan los gobernantes, mayor será ésta. Por tanto, que debemos urgentemente limitar el ejercicio del poder político, es la más importante lección que al menos a mí me dejan las largas, monótonas y soporíferas audiencias que se llevan a cabo para determinar la situación de los acusados en los casos de corrupción denunciados por el MP/CICIG.
                                                              
“Que si Otto aceptó tanto… que si Roxana exigió cuánto… Que si Daniela movió tal cantidad…” En fin, podría dedicar todo este artículo y los siguientes a listar a los acusados y todo el dinero que lograron acumular mientras gobernaban o eran parte del gobierno. “Que si lo dijo fulanito… que si perencejo le reclamó… que si zutanito formó tal sociedad de cartón para lavar lo extorsionado, los sobornos, lo robado…”. Así fue, así es y así será el desarrollo de casi todos los procesos actuales y los que están por venir.

La extorsión es posible porque los gobernantes, los funcionarios gubernamentales y los burócratas estatales TIENEN el poder para hacerla. Los gobernantes, los funcionarios gubernamentales, los burócratas estatales son sobornables porque TIENEN el poder de conceder los privilegios y las prebendas que desean aquellos que tienen el dinero para comprar tales favores. ¿Por qué los gobernantes han adquirido tanto poder? ¿Un poder del cual gozan y abusan también los actuales gobernantes? Porque la mayoría sucumbió ante el engaño del Estado benefactor/Mercantilista. La ÚNICA forma de evitar la corrupción es no dándoles el poder a los gobernantes de otorgar concesiones a NADIE.

Ni los gobernantes ni ningún burócrata de cualquiera de los tres organismo del Estado, debe tener el poder para otorgar privilegios y prebendas a NADIE bajo ninguna excusa. No se justifica, bajo ningún punto de vista racional y objetivo, el que se violen los derechos de unos para beneficiar a otros. Es cuando se les otorga tal poder a los gobernantes con el pretexto de ayudar a los más frágiles, que se pervierte el sistema político y termina siendo una herramienta para cometer injusticias en lugar de prevenirlas o corregirlas.

Aspiremos a vivir en una sociedad donde prevalezca la igualdad de todos ante la ley y donde cada quien coseche lo que siembre. Que nadie goce de prerrogativas que lo sitúen al margen de la ley, la cual debe de regir por igual para todos. Una sociedad en la cual podamos sentir el orgullo de saber que lo que tenemos nos lo hemos ganado, sin importar cuánto sea: poco o mucho son términos relativos. Sentir el orgullo de saber que no le hemos robado nada a nadie de ninguna manera: ni por medios propios ni utilizando al abstracto Estado. Sentir el orgullo de saber que lo que poseemos es nuestro legítimamente: es el resultado de nuestro esfuerzo mental y físico por alcanzar nuestros objetivos libremente fijados. Saber que merecemos disfrutar del fruto de nuestro trabajo. Frutos que compartiremos o intercambiaremos con otros según nosotros lo deseemos. Una sociedad justa.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 20 de junio de 2016.

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