Sé que muchos, al menos del
diente al labio, opinan que sí hay
una discusión de los cambios
constitucionales impulsados por Iván Velásquez, Thelma Aldana y Jorge De León.
Por cierto, el origen de la propuesta de cambios fue reconocido la semana
pasada en el pleno del Congreso por la diputada Nineth Montenegro. Si Aldana y
De León, como ciudadanos quieren presentar una propuesta y logran convencer a
cinco mil ciudadanos más, están en todo su derecho de hacerlo, pero aprovecharse
de sus cargos para presentar modificaciones a la Constitución es un abuso de
poder. En el caso de Velásquez está claro que se está extralimitando en lo que
a su mandato como Comisionado de la CICIG trata.
Sin embargo, lo más trascendente
no es quién los presentó, sino qué se pretende cambiar y cuáles son las
consecuencias de tales cambios. Por eso considero de vital importancia que
éstos sean discutidos de manera objetiva, racional y prudente, y no falazmente
como ha sido hasta hoy. Pero… más aún, en la realidad, ¿hay discusión o
imposición? Por lo que hasta la fecha hemos visto, más parece que lo que se
pretende es forzar los cambios al mejor estilo del contradictorio Maximiliene
Robespierre, que se consideraba incorruptible
y por tanto creía que todo aquel que se atrevía a discutir sus decisiones era
un corrupto. ¿Les suena familiar?
Argumentos objetivos sobre el
porqué se debe profundizar de manera responsable en la discusión de las
reformas constitucionales abundan, por ese motivo sólo voy a mencionar
brevemente algunos de estos: la concentración del poder en pocas manos va a facilitar
la corrupción y el abuso de ese poder; los cambios sólo trasladan el problema
de las Comisiones de Postulación al Consejo de Administración Judicial y no
resuelven los conflictos de intereses entre los jueces y quienes los designan;
violan los principios constitucionales en cuanto a cómo debe ser electo un
funcionario; hay cambios que se pueden hacer por medio de legislación ordinaria;
el pluralismo jurídico genera confusión y nos aleja de la igualdad de todos
ante la ley; que los actuales diputados no son las personas idóneas para hacer
los cambios constitucionales necesarios… En fin, razones válidas sobran.
La discusión entre personas
intelectualmente honestas nos enriquece a todos: tanto a quienes participan
activamente en éstas como en quiénes las observan y reflexionan sobre lo que
leen o escuchan. Necesitamos cambios
que obliguen a los gobernantes a cumplir con sus funciones primordiales, las cuales son: primero, asegurar que se respeten los derechos individuales de TODOS los miembros de la
sociedad; y segundo que aquellos antisociales que los violen compensen a sus víctimas pagando
las consecuencias de sus acciones. Vaya, en pocas palabras, que haya seguridad
y justicia. Por eso, las reformas deben ser integrales y coherentes con la
realidad, y no un montón de cambios cuyo objetivo sea satisfacer a grupos de
presión, fingir ser políticamente
correctos y facilitar la corrupción en el largo plazo con la excusa de
buscar justicia.
Artículo publicado en el diario
guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 15 de mayo de 2017.
Etiquetas: CICIG, discusión, honestidad intelectual, Iván Velásquez, Jorge De León Duque, justicia, Nineth Montenegro, reforma constitucional, Robespierre, seguridad, Thelma Aldana
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