La única forma de aumentar de
manera sostenida en el tiempo los ingresos reales, personales y de los demás
miembros de la sociedad, es aumentado nuestra productividad. Mejorando nuestros
ingresos reales, aumenta la riqueza creada y por tanto la calidad de vida
propia y de todos. Una mejora que depende de la importancia de nuestro aporte a
la creación de esa riqueza. Existe una enorme cantidad de evidencia que
sustenta la veracidad de lo anterior. Basta hacer una breve investigación en
Internet para toparse con las estadísticas y los índices de productividad y
progreso que empezaron a hacerse desde el siglo diecinueve.
Sin embargo, a la fecha hay mucha
gente influyente, en algunos casos bienintencionados y en otros no, que
promueven medidas estatistas que obstaculizan el progreso. Y, como casi
siempre, los más afectados con estas medidas propias del Estado Benefactor/Mercantilista
suelen ser los más pobres, a quienes más afectan los obstáculos que esas
políticas ponen a la creación de riqueza. Por cierto, el estado natural del ser
humano es la pobreza. Todos venimos de la mayor de las pobrezas, en la cual el
principal objetivo del núcleo familiar, y de los individuos en general, es
sobrevivir.
Sé y reconozco que éste es un
hecho que cuesta entender, porque tanto usted como yo formamos parte de una
familia en la cual esa pobreza extrema ya fue superada, gracias a que uno o
varios de nuestros antepasados pagaron el costo para salir adelante y sacar a
sus descendientes de esa condición natural del ser humano. Alguien que trabajó
arduamente durante mucho más que ocho horas diarias, los siete días de la
semana; que si acaso estudió algo fue apenas lo básico: sumar, restar, tal vez
multiplicar y dividir y, con suerte, medio aprendió a leer. Quién plantó el
capital semilla que les permitió a nuestros padres y/o abuelos crear la riqueza
que hoy nos asegura una mejor vida.
Como escribí en mi artículo
titulado: “La necesidad de trabajar” (9/2/2015): “Si elijo vivir necesito
trabajar. Si no trabajo, no podré ni siquiera sobrevivir, no digamos mejorar mi
calidad de vida. Nadie tiene el derecho moral de impedirme trabajar en lo que
yo decida, una vez mi elección no violente la vida, la libertad y la propiedad de
otros. Los demás, ciudadanos y gobernantes (burócratas estatales y de
organismos internacionales), deben respetar mis decisiones en general,
incluidas las condiciones que haya negociado con mi empleador”.
En fin, lo más importante es
entender el porqué todos venimos de la pobreza, más allá de hace cuántos años
ésta haya sido superada por nuestra familia. Nuestra tarea es conservar la
riqueza creada y acrecentarla. Para alcanzar este objetivo, como lo hicieron
nuestros ancestros, debemos trabajar. Y es vital resaltar que el esfuerzo debe
ser tanto mental como físico. Más aún, de los dos trabajos, el trascendental es
el mental. Si no le damos la relevancia que tiene, terminaremos derrochando
nuestros escasos recursos y alejándonos de nuestras metas. Terminaremos
destruyendo riqueza.
Artículo publicado en el diario
guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 1 de mayo de 2017.
Etiquetas: Ayn Rand, benefactor, capitalismo, Estado, libertad, mercantilismo, pobreza, productividad, riqueza, trabajo
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