Creen en el sacrificio… de otros,
por supuesto, no del propio. Creen que los cubre un manto divino que los autoriza a quitarles a unos lo que les
pertenece por derecho para dárselo a otros que ellos arbitrariamente han
escogido como los beneficiarios del esfuerzo mental y físico de los despojados.
Tal acto despótico lo justifican alegando que sus elegidos necesitan más los bienes expropiados que los legítimos
propietarios.
Unos pretenden cometer tal injusticia por medio de leyes pervertidas “¡Ley
hacedora de iniquidad, cuando su misión era castigar la iniquidad!”, como sentenció
Frédéric Bastiat. Otros por medio de medidas de hecho. Ambos se imponen a la
fuerza: los primeros utilizan el monopolio de ésta que ejercen los gobernantes
en nombre del abstracto Estado y los
otros simplemente recurren a la fuerza bruta.
Entre quienes promueven el
estatismo encontramos varios grupos. Por un lado están los socialistas de salón, la gauche
caviar: cómodos burgueses que se dedican a pontificar sobre las bondades
de su ideología y su pretendida superioridad
moral. Durante sus opíparos banquetes se convierten en una especie de
exégetas, capaces de decidir por los demás qué es lo que les conviene, ya que
por algún motivo desconocido al resto nos es imposible escoger qué queremos en
nuestras vidas.
Dentro de este colectivo hay quienes pueden llegar a
experimentar un éxtasis casi orgásmico al discurrir sobre el sistema injusto e
inmoral que alaban. Total, lo hacen plácidamente sentados desde sus pupitres
académicos, sus escritorios de burócratas de organismos internacionales o en el
cóctel en la casa en La Cañada de algún embajador, mientras degustan de los exquisitos
manjares y vinos pagados por los impuestos de otros.
Luego, encontramos a los
violentos, a los más irracionales de todos. A aquellos que recurren a la intimidación
y amenazan con actos terroristas si no se cumple con sus exigencias.
Antisociales que dañan principalmente al pobre ciudadano productivo que ve como
violan sus derechos impunemente y se encuentra sin posibilidades de defenderse
de estos delincuentes. Gente frustrada, fracasada: desean ardientemente que el
resto no sea feliz, que no haya creación de riqueza y que la prosperidad sólo
sea un sueño inalcanzable.
Los socialistas de penthouse, promueven más intervención
por parte del gobierno por medio de más privilegios y más impuestos. Así logran
que prevalezca el sistema de incentivos perversos basado en la violación de los
derechos individuales de la mayoría. Estos influyentes personajes, políticamente correctos, ansían llegar
al ejercicio del poder sin esfuerzo: esperan que los poderosos representantes de otros países y los
directores de los organismos burocráticos supranacionales los nombren salvadores de los pobres. Los segundos
están dispuestos a arrebatar ese poder a la fuerza. Unos se consideran brillantes y refinados. Los otros son burdos
y vulgares, pero todos buscan lo mismo: imponer su voluntad al resto y vivir a
costa de los demás.
Artículo
publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de agosto de 2015.Etiquetas: Daniel Pascual, dictadura, Frédéric Bastiat, Ludwig von Mises, Socialismo
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