Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

8.24.2015

Estatistas, altruistas y déspotas



Creen en el sacrificio… de otros, por supuesto, no del propio. Creen que los cubre un manto divino que los autoriza a quitarles a unos lo que les pertenece por derecho para dárselo a otros que ellos arbitrariamente han escogido como los beneficiarios del esfuerzo mental y físico de los despojados. Tal acto despótico lo justifican alegando que sus elegidos necesitan más los bienes expropiados que los legítimos propietarios.

Unos pretenden cometer tal injusticia por medio de leyes pervertidas “¡Ley hacedora de iniquidad, cuando su misión era castigar la iniquidad!”, como sentenció Frédéric Bastiat. Otros por medio de medidas de hecho. Ambos se imponen a la fuerza: los primeros utilizan el monopolio de ésta que ejercen los gobernantes en nombre del abstracto Estado y los otros simplemente recurren a la fuerza bruta.

Entre quienes promueven el estatismo encontramos varios grupos. Por un lado están los socialistas de salón, la gauche caviar: cómodos burgueses que se dedican a pontificar sobre las bondades de su ideología y su pretendida superioridad moral. Durante sus opíparos banquetes se convierten en una especie de exégetas, capaces de decidir por los demás qué es lo que les conviene, ya que por algún motivo desconocido al resto nos es imposible escoger qué queremos en nuestras vidas.

Dentro de este colectivo hay quienes pueden llegar a experimentar un éxtasis casi orgásmico al discurrir sobre el sistema injusto e inmoral que alaban. Total, lo hacen plácidamente sentados desde sus pupitres académicos, sus escritorios de burócratas de organismos internacionales o en el cóctel en la casa en La Cañada de algún embajador, mientras degustan de los exquisitos manjares y vinos pagados por los impuestos de otros.

Luego, encontramos a los violentos, a los más irracionales de todos. A aquellos que recurren a la intimidación y amenazan con actos terroristas si no se cumple con sus exigencias. Antisociales que dañan principalmente al pobre ciudadano productivo que ve como violan sus derechos impunemente y se encuentra sin posibilidades de defenderse de estos delincuentes. Gente frustrada, fracasada: desean ardientemente que el resto no sea feliz, que no haya creación de riqueza y que la prosperidad sólo sea un sueño inalcanzable.

Los socialistas de penthouse, promueven más intervención por parte del gobierno por medio de más privilegios y más impuestos. Así logran que prevalezca el sistema de incentivos perversos basado en la violación de los derechos individuales de la mayoría. Estos influyentes personajes, políticamente correctos, ansían llegar al ejercicio del poder sin esfuerzo: esperan que los poderosos representantes de otros países y los directores de los organismos burocráticos supranacionales los nombren salvadores de los pobres. Los segundos están dispuestos a arrebatar ese poder a la fuerza. Unos se consideran brillantes y refinados. Los otros son burdos y vulgares, pero todos buscan lo mismo: imponer su voluntad al resto y vivir a costa de los demás.


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 21 de agosto de 2015.

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