Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

7.06.2015

La Guatemala embrujada



Desde tiempos inmemoriales sabemos que Guatemala, más allá de sus célebres leyendas, está poblada por espectros. Son reales y merodean por el aparato burocrático estatal. Los hay en todas las oficinas y entes gubernamentales. Toman muchas formas: se hacen pasar por conserjes, asesores, secretarias… Sospecho que hasta presidentes fantasmas hemos tenido.

Cosa de estudios nigrománticos es averiguar cuál es el destino de los impuestos que pagamos con la falsa excusa de ayudar a los menos afortunados, ya que suelen desaparecer misteriosamente cuando ingresan a la dimensión fantasmagórica de las arcas públicas. Lo curioso de este caso es que luego, por arte y magia del testaferro ¿será brujo?, aparecen en los bolsillos de un funcionario público o en sus cuentas bancarias en el extranjero. ¿Será fantasmal nuestro dinero? Puede ser, porque se esfuma de nuestras vidas para aparecer en las de otros que no se lo ganaron.

En fechas recientes se ha comentado bastante sobre las llamadas plazas fantasmas. Sin embargo, es obvio que las plazas no son fantasmas: existen y están presupuestadas. El problema es quiénes las ocupan: son plazas PARA fantasmas que solo aparecen cuando hay que cobrar el cheque. Espantan cada quincena. Y esto no solo ocurre en el Congreso, es un hecho que se repite en todos los ministerios e instituciones del gobierno y todo organismo que tenga relación con la administración del abstracto Estado.

En la Guatemala embrujada hasta la gente desaparece. Algunos mueren de hambre o son asesinados por los criminales residentes y terminan espantando en el cementerio local. Otros simplemente se evaporan y rara vez se vuelve a saber de ellos. Sus familiares y amigos opinan que se fueron para el norte, creen que tal vez llegaron o tal vez se quedaron en el camino. ¡Quién sabe cuál fue su sino!

Por estos días un grupo de gente que hasta hace pocos meses era parte del mundo de las tinieblas, integrado en su mayoría por extranjeros y cuentacuentos muy bien remunerados, parecen haber resucitado. A sottovoce se comenta que el despertar se debió a la amenaza de perder el cómodo empleo que les permitió pasar a mejor vida. Para evitar tal hecho, decidieron convertirse en los ghostbusters tropicales. Eso sí, sólo cazan a diablillos de poca monta y algunos medios mandos. A los meros jefes de las hordas del inframundo de la corrupción hasta los protegen por orden del más poderoso de los espantos.

Para colmo de males, a quienes más temen los honrados en nuestro país embrujado, es a los policías que sólo aparecen para extorsionar, violar, secuestrar, asaltar y hasta asesinar a los ciudadanos trabajadores. Y cuando ven que se asoma un delincuente o un criminal de verdad, desaparecen al instante. No importa cuánto uno los invoque, que se use la guija más sofisticada conectada a la Internet con todo y guaifai incorporado, los mentados no aparecen por ningún lado. En fin, una vez más queda demostrado que hay que temer más a quienes se pasan de vivos que a los aparecidos.
                               


Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 6 de julio de 2015.

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