Desde tiempos inmemoriales sabemos que Guatemala, más allá de sus célebres
leyendas, está poblada por espectros. Son reales y merodean por el aparato
burocrático estatal. Los hay en todas las oficinas y entes gubernamentales.
Toman muchas formas: se hacen pasar por conserjes, asesores, secretarias…
Sospecho que hasta presidentes
fantasmas hemos tenido.
Cosa de estudios nigrománticos es averiguar cuál es el destino de los
impuestos que pagamos con la falsa excusa de ayudar a los menos afortunados, ya
que suelen desaparecer misteriosamente
cuando ingresan a la dimensión fantasmagórica
de las arcas públicas. Lo curioso de este caso es que luego, por arte y magia
del testaferro ¿será brujo?, aparecen
en los bolsillos de un funcionario público o en sus cuentas bancarias en
el extranjero. ¿Será fantasmal nuestro
dinero? Puede ser, porque se esfuma de nuestras vidas para aparecer en las de
otros que no se lo ganaron.
En fechas recientes se ha comentado bastante sobre las llamadas plazas fantasmas. Sin embargo, es obvio
que las plazas no son fantasmas: existen y están presupuestadas. El problema es quiénes
las ocupan: son plazas PARA fantasmas que solo aparecen cuando hay que cobrar
el cheque. Espantan cada quincena. Y esto no solo ocurre en el Congreso, es un
hecho que se repite en todos los ministerios e instituciones del gobierno y todo organismo que tenga relación con
la administración del abstracto Estado.
En la Guatemala embrujada hasta la gente desaparece. Algunos mueren de
hambre o son asesinados por los criminales residentes y terminan espantando en
el cementerio local. Otros simplemente se evaporan y rara vez se vuelve a saber
de ellos. Sus familiares y amigos opinan que se fueron para el norte, creen que
tal vez llegaron o tal vez se quedaron en el camino. ¡Quién sabe cuál fue su sino!
Por estos días un grupo de gente que hasta hace pocos meses era parte del
mundo de las tinieblas, integrado en su mayoría por extranjeros y cuentacuentos muy bien remunerados,
parecen haber resucitado. A sottovoce
se comenta que el despertar se debió a la amenaza de perder el cómodo empleo
que les permitió pasar a mejor vida. Para evitar tal hecho, decidieron
convertirse en los ghostbusters
tropicales. Eso sí, sólo cazan a diablillos de poca monta y algunos medios
mandos. A los meros jefes de las hordas del inframundo de la corrupción hasta
los protegen por orden del más poderoso de los espantos.
Para colmo de males, a quienes más temen los honrados en nuestro país embrujado,
es a los policías que sólo aparecen para extorsionar, violar, secuestrar,
asaltar y hasta asesinar a los ciudadanos trabajadores. Y cuando ven que se
asoma un delincuente o un criminal de verdad, desaparecen al instante. No
importa cuánto uno los invoque, que se use la guija más sofisticada conectada a
la Internet con todo y guaifai incorporado,
los mentados no aparecen por ningún lado. En fin, una vez más queda demostrado
que hay que temer más a quienes se pasan
de vivos que a los aparecidos.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el
lunes 6 de julio de 2015.
Etiquetas: burocracia, clientelismo, Congreso, corrupción, fantasmas, gobierno, plazas fantasmas
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home