Principios / Marta Yolanda Díaz-Durán A.

1.05.2009

Razón y autoridad


Nota: este artículo fue publicado en el diario guatemalteco “Siglo Veintiuno”, el lunes 26 de mayo de 2008. La imagen representa el número Phi.


Hace algunas semanas, el alcalde capitalino, Álvaro Arzú, dio una equivocada y lamentable declaración: tratando de justificar los enfrentamientos entre sus pupilos de la Policía Municipal de Tránsito y los residentes de la capital, dijo que “la autoridad siempre tiene la razón”.


Por supuesto, se refería a la razón como sinonimo de estar en lo correcto. ¿Sobra decir que la anterior es una afirmación incorrecta? ¿Una falacia con la que Arzú mostró su desconocimiento sobre lo que significa la Razón? ¿Está de más advertir que tras sus comentarios, Arzú oculta una tremenda amenaza para la población? ¿No es la expresión del alcalde una muestra más de su vocación de dictador, donde su palabra es la ley y lo que digan los demás da igual?


La Razón es la facultad que nos permite identificar e integrar el material que nos proveen los sentidos. Integra nuestras percepciones por medio de abstracciones y conceptos: eleva el conocimiento perceptual al conceptual. Para llevar a cabo este proceso, nuestra Razón utiliza la lógica. La Razón nos permite comprender la realidad y conocer nuestro entorno: adquirir, corregir e incrementar nuestro conocimiento.


La Razón es un medio vital para pensar. Es una elección más que hacemos: cada uno de nosotros decide utilizarla o no. Es la acción necesaria para asegurar la vida humana y enriquecerla. Ser racional es actuar en armonía y concordancia con los hechos de la realidad, reconociéndonos como parte de esa realidad. Las emociones no son herramientas del conocimiento. Son sólo el resultado de nuestros juicios de valor.


Tanto el alcalde como la mayoría de políticos y burócratas con sus actuaciones, generalmente basadas en emociones no racionales, nos dejan ver lo poco que nos respetan. No sólo exponen su ignorancia, sino muestran el desprecio que sienten por los otros, en especial aquellos que se atreven a reclamar sus derechos y les recuerdan que la autoridad en los Estados modernos procede de todos: de la igualdad ante la ley de gobernantes y gobernados. La época de las monarquías absolutas y los súbditos que acatan órdenes sin cuestionar quedaron en el pasado. ¿O no? ¿Será que el Estado benefactor/mercantilista y toda la discrecionalidad que otorga a los individuos que lo administran termina acercándonos a un sistema casi imperialista?



En fin, si las respuestas a mis preguntas son afirmativas, sin duda, es urgente cambiar radicalmente el sistema socialdemócrata que tiene más de seis décadas de reinar en Guatemala. Si queremos la mejora en la calidad de vida de todos, es indispensable olvidar esta forma de gobierno basada en el intencionalismo moral y no en la realidad. Necesitamos un Estado de Derecho, a la fecha inexistente en nuestro país, que afirme la autoridad que emana del pueblo. Autoridad que sólo delegamos temporalmente en quienes la ejercen para proteger nuestros derechos individuales, y no violarlos, como tristemente sucede hoy.

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