¿Por qué prevalecen en las elecciones políticas los espejitos que suelen ofrecer los
políticos cuando se encuentran en campaña? ¿Por qué es diferente la manera en
la cual la mayoría de personas actúan cuando se trata de tomar decisiones que
afectan directamente, de forma clara y explícita, su esfera personal? Al fin,
tarde o temprano, pagaremos las consecuencias de las malas decisiones políticas
que tomemos, en las cuales, lamentablemente, se impone la emoción por encima de
la razón.
A pocos de días de que empiece formalmente la campaña
electoral, aún no tenemos claro qué va a suceder. Al menos ya sabemos cómo interpretó el TSE las modificaciones de
2016 a la LEPP. No obstante, la mayoría de los candidatos a los diferentes
cargos de elección, desde ya muestran su incapacidad ¿o su descaro? en el cómo pretenden
arreglar lo que consideran nuestros
problemas principales. Proliferan los almuerzos
gratis (o, más precisamente, los almuerzos
robados) que ofrecen a los que voten por ellos, y no las verdaderas
propuestas que promueven la prosperidad.
Pero, ¿por qué los almuerzos
gratis que ofrecen los candidatos prevalecen electoralmente? ¿Por qué
tantos deciden en contra de su bienestar real en el largo plazo y se dejan embaucar,
una y otra vez? Brillan por su ausencia los discursos que abordan la realidad, los
costos de oportunidad, las ventajas comparativas, la explicación de que los
ingresos dentro de un verdadero mercado se obtienen beneficiando a otros, el
rol que juega en el progreso el respeto al derecho de propiedad y a las
utilidades legítimamente ganadas, la importancia del capital para la
transformación de recursos en riqueza y la creación de fuentes de trabajo
productivo… En fin, todo aquello necesario para que mejoremos nuestra calidad
de vida y, de paso, acabemos con la corrupción, es ajeno a la discusión
política.
A menos que los votantes comprendan los mecanismos
involucrados en el desarrollo, no podrán evaluar con precisión por cuál político
votar. Más aún, prevalecerá la ignorancia económica y la falsa idea de que el
gobernante les va a resolver sus problemas y a satisfacer sus necesidades casi
que por arte de magia o exprimiendo a los ricos.
La ironía es que al final los que salen más perjudicados son precisamente los más
pobres que encuentran más obstáculos para superar esa pobreza, y quienes habían
logrado superarla pero que al esperar mejorar a partir de la intervención del
abstracto Estado, terminan
retrocediendo en su calidad de vida en lugar de mejorarla.
Pretender avanzar apoyando la violación de los derechos de
otros, no solo es una injusta mentira, sino que termina afectándonos a todos. Aquellos
que se benefician de la vasta red de intercambios voluntarios dentro del
mercado sin comprenderlos, pueden ser atraídos por los cantos de sirena que, de
hecho, socavan los acuerdos que les permitieron superarse. Dentro del sistema
Benefactor/Mercantilista, la competencia política promueve falsas esperanzas
que solo sirven para que los populistas lleguen al ejercicio del poder.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “El Siglo”, el
lunes 11 de marzo de 2019.
Etiquetas: campaña política, elecciones 2019, Estado benefactor, Ley Electoral y de Partidos Políticos, mercantilismo, populismo, Thomas Sowell, Tribunal Supremo Electoral
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