Al enterarme de que un grupo de sindicalistas
pretenden impugnar ante la Corte de Constitucionalidad la prudente decisión del
Presidente Jimmy Morales de no aumentar el salario mínimo para 2019, recordé un
artículo de Tom Mullen que leí el pasado diciembre, en el cual mencionó el que
considero, al igual que el autor, el mejor argumento contra las leyes que
imponen un salario mínimo: el argumento de que ni usted, ni yo, ni nadie posee
a otras personas. Y sólo aquel que busca un empleo debe decidir por cuánto es
lo mínimo que está dispuesto a vender su trabajo.
Más allá de las justificaciones irracionales y
emotivas que utilizan para impulsar un salario mínimo, la realidad, les parezca
o no, es que éstos provocan más desempleo y fuerzan a los menos productivos y a
los empresarios que no pueden seguir operando bajo esos parámetros, a caer en
lo que se conoce como la informalidad. Cualquier aumento artificial (forzado)
en el precio del trabajo, independientemente de cuál sea el salario mínimo,
dará como resultado una menor demanda, que no es otra cosa que menos empleo, lo
que termina siendo el motivo principal por el que tantos optan por emigrar a
EE.UU. Pero, a pesar de la importancia que tiene el argumento del desempleo en
contra de los salarios mínimos, existe uno anterior y mucho más importante. El
argumento moral: usted no es dueño de otras personas.
Como bien explicó John Locke, los derechos individuales
proceden a partir de la condición humana inherente y evidente de sí misma. En
el Capítulo V de su Segundo Tratado Sobre el Gobierno Civil, escribió: “Cada
hombre tiene una propiedad en su propia persona sobre la cual nadie tiene
ningún derecho, sino él mismo. El trabajo de su cuerpo, y el trabajo de sus
manos, podemos decir, son propiamente suyos”. Sólo él o ella tienen el derecho
de determinar cuál será el precio mínimo de su propio trabajo. Nadie necesita
leyes de salario mínimo para ejercer este derecho de propiedad.
Como dice Mullen, “los defensores de las leyes
de salario mínimo centran su atención en los compradores de servicios laborales
y olvidan a los vendedores. En su afán por restringir los derechos de los
primeros, se vuelven indiferentes con los de los últimos, y no se preguntan
quién es el dueño del trabajo en cuestión”. Como todo lo demás, el vendedor, el
posible empleado, posee lo que se ofrece a la venta. Uno puede establecer su propio
salario mínimo sin ellos.
Nunca se le ocurre a los fanáticos del salario
mínimo que hay personas cuyas vidas podrían mejorar si se les deja vender su
trabajo a un precio por debajo del mínimo legal. No solo es esta la diferencia
entre tener un trabajo y no tener uno para millones de personas, sino que
también puede permitir que las personas que trabajan por un salario superior al
mínimo en un trabajo tomen un segundo trabajo con un salario más bajo, donde
puedan aprender nuevas habilidades y, eventualmente, cambiar a un trabajo que les
guste más o en el que les paguen más. O ambos. Eso se llama la búsqueda de la
felicidad, algo a lo que todos tenemos derecho. Somos dueños de nuestro trabajo
porque somos dueños de nosotros mismos.
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 7 de enero de 2019.Etiquetas: derechos individuales, desempleo, emigración, Jimmy Morales, John Locke, salario mínimo, sindicato, Tom Mullen
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