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Tanto la fotografía como el texto son de mi autoría y mi responsabilidad. |
Muchos años después, frente a la Estatua de la Libertad, el joven
inmigrante Gabriel García, había de recordar aquella tarde remota en que su
padre lo llevó a vivir al país más cercano al paraíso capitalista: Estados
Unidos. García no ha llegado a marqués, pero vive mucho mejor de como viviría
si se hubiera quedado en Honduras. No está muy seguro de cuál es el motivo de
la diferencia, pero intuye que algo tiene que ver con lo que representa esa
enorme escultura de una mujer sosteniendo una antorcha.
García entiende que emigrar, a pesar de los
peligros y riesgos que se enfrentan, representa una especie de renacer para
quienes el presente gris que ofrecen sus países de origen, presagia un futuro
negro. Sabe que aunque algunos pagan con su propia vida la osadía de desafiar a
los gobiernos de sus países y de los países a los cuales deciden emigrar, no hay uno solo que no espere un
mañana más seguro en esas tierras que en un principio les son ajenas. De lo
contrario, nunca se hubieran arriesgado a emigrar.
No obstante, García como la mayoría de los inmigrantes,
no entiende a cabalidad por qué en Estados Unidos hay mucho más oportunidades
de progresar que las pocas opciones que hay en sus naciones. Eso sí, aprendió
que parte vital de la libertad del ser humano es la
de elegir dónde vivir su vida. Está seguro de que la inmigración no es
mala. Que querer mejorar la calidad de vida propia y la de nuestros seres
queridos no es un delito, menos un crimen. Confirmó que la mayoría de los
estadounidenses lo entienden de igual manera. Por eso sus padres encontraron
trabajo recién llegados, así como lo encontró él al momento de terminar sus
estudios.
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la
edad de la sabiduría y también de la locura…; la era de la luz y de las
tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”,
pensaba el guatemalteco Carlos Boz al comparar la historia de su ciudad original
con su ciudad actual. Boz se había unido a la marcha de los hondureños cuyo
objetivo era llegar al país donde aún se podían cumplir los sueños, si uno estaba
dispuesto a trabajar.
Boz extrañaba su amado terruño, y se preguntaba por qué no
logró enriquecerse en éste. Buscando respuestas, se topó con otro inmigrante llamado
Luis Vonmises, quien le explicó que “nadie puede encontrar una salida segura
para sí mismo si la sociedad está avanzando hacia la destrucción. Por lo tanto,
todos, en su propio interés, deben lanzarse vigorosamente a la batalla
intelectual. Ninguno puede apartarse con despreocupación; los intereses de
todos dependen del resultado. Ya sea que elija o no, cada hombre se ve
arrastrado a la gran lucha histórica, la batalla decisiva en la que nuestra
época nos ha sumido”.
Siguiendo las enseñanzas de Vonmises, Boz se cuestionó, investigó
y deliberó, llegando a la conclusión de que la diferencia principal radicaba en
el sistema de normas. Aún no entiende plenamente por qué, pero sí está seguro
de que nada que le ofrezcan los gobernantes en nombre del Estado será una realidad. Sabe que las promesas de campaña de los
políticos son un engaño. Aceptó que el único responsable de su prosperidad es
el mismo. Nadie más.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “El
Siglo”, el lunes 22 de octubre de 2018.Etiquetas: Charles Dickens, emigración, Estados Unidos, Estatua de la Libertad, Gabriel García Márquez, Guatemala, Honduras, inmigración, libertad, Ludwig von Mises, marcha, Nueva York
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