En estos tiempos de creciente incertidumbre en Guatemala,
tiempos en los que observamos dos bandos enfrentados por el ejercicio del poder
político, cuyos líderes se aprovechan de la justa indignación de muchos, unos
por la corrupción y otros por las violaciones al debido proceso, ambas
consecuencias, precisamente, del abuso de ese poder que, dentro del Estado
Benefactor/Mercantilista, es casi ilimitado, no deja de sorprenderme que tanto
tirios como troyanos, incluidos la mayoría de medios de comunicación, estén
pidiendo más de lo mismo: más intervención gubernamental. Claro, en nombre del divino y todopoderoso Estado que todo lo puede otorgar, particularmente a
los grupos de presión, a sus líderes y a los pícaros que actúan en su nombre.
Unos que recientemente solicitaron más burocracia estatal,
son los representantes de la Cámara Guatemalteca de Alimentos y Bebidas, que
pidieron al Ministerio Público la creación de una fiscalía especial que conozca los casos de contrabando y defraudación
aduanera, pretendiendo asustar a los consumidores con la falacia de que las mercancías
que ingresan de forma ilegal ponen en riesgo su salud. Puede ser que con
algunos productos así sea, los cuales termina desechando el mismo mercado. Pero
no es ese el caso de la mayor parte de esos bienes contrabandeados, o sea importados,
que permiten a nuestros compatriotas de recursos más escasos satisfacer sus
necesidades. Si fuera lo contrario, sin necesidad de la intervención de papá gobierno, ya hubieran dejado de
comprarlos.
Con más burocracia no se arregla el problema, se complica
aún más. Además, ¿cuál es el crimen? ¿Las personas libremente intercambiando?
¿La gente decidiendo a quién comprarle? ¿Oferentes informales que satisfacen mejor las necesidades de los demandantes?
Porque, dejémoslo claro, NADIE obliga a nadie a comprarles a los contrabandistas. Por el contrario, los
quieren obligar a NO adquirir los bienes que ellos les ofrecen.
Esa vieja idea de que puede existir un mercado
intervenido, regulado por los
gobernantes para asegurar la ¿libre
competencia? es un oxímoron evidente para quienes entendemos el mercado: el
proceso donde las personas, de manera voluntaria (o sea, sin la mediación coactiva de ningún tercero),
intercambian los unos con los otros. Cada quien persiguiendo sus propios
intereses y a la espera de ganar sin dañar a nadie en el proceso. Más aún,
ganando ambas partes. Y, sin buscarlo, de esa manera beneficiando al resto de
la sociedad al contribuir a la asignación eficiente de los recursos escasos.
Ese deseo de controlar las vidas y las pertenencias de los demás la
entiendo viniendo de los políticos. Pero cuando la propuesta viene del sector privado, que debería cerrar filas
con aquellos que exigimos al gobierno que se dedique únicamente a sus funciones
primordiales, seguridad y justicia, me decepciona. El colmo es que el
tributario va a terminar pagando por la nueva burocracia innecesaria. El
contrabando es el comercio internacional ilegítimamente criminalizado. Cuando
sea más caro ser contrabandista que vender legalmente su producto entonces sí
va a acabar el contrabando. Y esto solo va a suceder cuando no existan las
aduanas ni los obstáculos al libre intercambio en general.
Artículo publicado en el diario guatemalteco “El Siglo”, el
lunes 17 de septiembre de 2018.
Etiquetas: aduanas, burocracia, Cámara Guatemalteca de Alimentos y Bebidas, contrabando, libre intercambio, mercado, Ministerio Público, tributarios
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