¿Por qué creemos lo que creemos?
¿Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, como repetía Joseph
Goebbels? Esa ilusión que momentáneamente alivia a las almas afligidas, ¿les es beneficiosa en el largo plazo? O, por el
contrario, ¿es el origen de las angustias crónicas de la mayoría? ¿Cuál ha sido
el costo de creer sin confirmar que la creencia sea cierta? ¿Es sostenible la felicidad que manifiestan aquellos que falsean la realidad con tal
de no enfrentar sus contradicciones? ¿O es sólo una felicidad a medias? ¿Se conforman con esa ilusión antes de encarar
sus miedos?
Las anteriores son algunas de las preguntas que me surgieron
al leer un artículo escrito por Tom Stafford en “BBC Future”, en el cual pretende llegar al origen de ese mal hábito
de tantos de engañarse a sí mismos. Según el autor, “Nuestras mentes están
atrapadas por la ilusión del efecto de verdad, porque nuestro instinto es usar
atajos al juzgar el grado de verosimilitud de algo”. Fuera de que considero la
palabra instinto un término ambiguo
que sirve al invocarlo para dar la apariencia de conocer el origen desconocido
de reacciones de los seres vivos, me parece interesante la relación que hace
Stafford con el impulso humano de alcanzar el máximo beneficio con el menor
esfuerzo, propio de nuestra naturaleza.
Los seres humanos, racionales y volitivos, nos hacemos
preguntas sobre la realidad en la que vivimos y de la cual somos parte. Nos
preguntamos sobre nuestro papel y nuestros objetivos en el mundo en el cuál
interactuamos con otros y, en especial, nos hacemos preguntas sobre nuestra
propia existencia. Nos hacemos preguntas y nos exigimos respuestas.
Lamentablemente, no todos nos exigimos que esas respuestas sean verdaderas, o
sea, que coincidan con los hechos de la realidad como juicios que son.
La mayoría se conforma con las respuestas que les implican
el menor esfuerzo mental. Respuestas que suelen darles otros que, como ellos,
sólo les interesa una respuesta que les dé una aparente paz, sin importar que esa respuesta sea verdadera: repito, que
coincida con los hechos de la realidad. Les es irrelevante que esta sea sólo
una ilusión. Una comodidad que se
paga en el largo plazo, cuando no alcanzan sus fines ni el propósito moral más
alto de toda persona: ser feliz. Una comodidad
que los termina amargando y resintiendo, en particular contra aquellos que sí logran
alcanzar y conservar sus valores.
Stafford sugiere que, además de comprobar por qué creemos en
lo que creemos, nos preguntemos si algo suena plausible porque realmente es
cierto o porque nos lo han repetido en múltiples ocasiones desde que somos
pequeños, para que así podamos “rastrear el origen de cualquier afirmación, en
lugar de tener que tomarla como un acto de fe”. Tiene razón el columnista
cuando dice que vivimos en un mundo donde los hechos importan y deben importarnos
a todos. Y si repetimos cosas sin molestarnos en comprobar si son ciertas, estamos
ayudando a construir un mundo donde la mentira y la verdad son más fáciles de
confundir.
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 12 de diciembre de 2016.Etiquetas: Ayn Rand, BBC Future, creencias, esfuerzo, felicidad, ilusión, Joseph Goebbels, juicio, mente, mentira, razón, realidad, Tom Stafford, verdad
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