Según el DLE, en su cuarta acepción, un bodegón es un
“establecimiento, comúnmente subterráneo, donde se ofrecían comidas”. Aunque,
en el caso de muchos de quienes llegan a ocupar cargos públicos, pienso que también les aplica la primera acepción:
taberna, por aquello de que les gusta bastante el trago, preferiblemente caro, más si es pagado con nuestros
impuestos. Sin embargo, en el caso que voy a abordar, le queda bien la
definición de establecimiento bajo tierra en el cual se provee de comida
corrupta en todos los sentidos.
Corrupta porque el maíz y el frijol a entregar a los que mueren de hambre, a los que casi no
tienen que comer, estaba contaminado. Vaya, podrido. ¡Hasta bichos traían!
Espero que no salgan con la excusa que era para incluir proteína en la
alimentación básica de los desnutridos. Corrupta porque los únicos que se beneficiaron (en el corto plazo) fueron
los funcionarios estatales que intervinieron en el proceso y los estafadores
que les vendieron granos inservibles.
Además, también aplica el término subterráneo: no hay duda
en el hecho de que la negociación se hizo, sino bajo tierra, al menos bajo la
mesa, con la esperanza de que nadie más que los transeros involucrados conocieran las condiciones acordadas. ¿Será
posible que todavía haya quién se sorprende? Es así como se llevan a cabo casi
todas las operaciones dentro de la intrincada (inmensa e ineficiente, innecesaria
en su mayoría) burocracia estatal. ¡Cuántos casos similares habrá! ¡Cuántos
habrán muerto a causa de esta transa!
Preguntas sin respuesta: lo más probable es que nunca lo lleguemos a saber.
Lo positivo es que cada vez somos más quienes reconocemos
que el origen del problema es el sistema de incentivos perversos dentro del
cual vivimos, que atrae a los peores representantes de nuestra sociedad al
ejercicio del poder y obstaculiza el progreso de la mayoría, en particular el
progreso de los más pobres. Lo que aún a muchos les cuesta aceptar, es el engaño
en el cuál se basa el sistema que les permite a los gobernantes adquirir todo
ese poder para delinquir.
Por eso es vital para nuestro futuro como miembros de la
misma sociedad, insistir en el cómo adquieren ese poder perverso los
gobernantes. Lo adquieren engañando a quienes desean ser engañados los cuales,
al final de la historia, salen trasquilados. El engaño tiene un nombre: Estado
Benefactor. Un fraude que vende la
idea falsa de que alguien más en representación del abstracto Estado, les va a satisfacer sus
necesidades.
Les venden la mentira de que otros van a pagar el costo,
cuando la realidad es que quienes peor terminan son, primero, los más pobres
que ni siquiera llegan a encontrar un trabajo productivo y seguro y, segundo,
aquellos con ingresos medios que ven cómo con el pasar del tiempo compran menos
cosas con el dinero que ganan. Y muchos en lugar de cuestionarse y aclararse
las ideas, en la próxima elección harán lo mismo que antes: votar por el que
les ofrezca más maíz y frijol con gorgojo.
Artículo publicado en el diario guatemalteco
“Siglo Veintiuno”, el lunes 3 de octubre de 2016.Etiquetas: corrupción, El bodegón, Elmer López, Estado de calamidad, granos
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